❂ capítulo veintiuno ❂

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un fuerte aplauso a Jocabeth por darse el tiempo de revisar todos mis escritos.





ZEERAH











—Wow... ¿Alguna vez me contarás qué fue lo que le pasó a este sitio?

La voz del príncipe causó eco a través de los altos muros mientras giraba sobre sus talones, maravillado por el lugar en el que se encontraban. A Zeerah le parecía interesante que él, que había venido del imperio más poderoso del mundo, sintiera fascinación por una biblioteca enterrada en el corazón de un continente moribundo.

—¿A qué te refieres, a Nivhas o al palacio? —respondió ella con tono aburrido mientras cerraba la puerta, para luego andar hasta una de las mesas y dejar su capa.

—A los dos —exhaló él por lo bajo, encontrando el mural pintando en el techo, perdiéndose rápidamente en su diseño, mientras la bruja pasaba a su lado, dirigiéndose hasta las hileras de estanterías.

La historia de su tierra era demasiado complicada, había aprendido una parte cuando era todavía una niña y las brujas aún les daban lecciones, pero la mayoría lo había encontrado en libros. Aunque no todo era tan detallado, la historia era concisa y parecía más enfocada en sucesos importantes. Todos aquellos detalles extra que Zeerah hubiera rogado tener, eran el tipo de cosas que se contaban en las hogueras, cuando una Antigua narraba los relatos de antaño que ella había atesorado en su infancia.

Nivhas era uno de los primeros continentes poblados en ese mundo, según los registros más antiguos. Gindar había sido construido mucho antes de que cualquier ciudad se alzara cruzando el mar. No sabía mucho del continente de Goré, pero estaba segura de que la dinastía del príncipe dragón había surgido después.

Zeerah se movió entre libros, trazando un complicado camino de seguir para la figura del príncipe; este era un sitio diseñado para brujas, no para guerreros fornidos que a penas y cabían entre las estanterías. Trató de perderlo en el laberinto de repisas, pero Jaekhar era tan ágil como ruidoso, nunca le perdió el paso y mucho menos pareció cansarse por el movimiento. Zeerah ya estaba cansada después de casi correr por toda la biblioteca.

Y ni siquiera habían bajado a los niveles inferiores.

—¡Por La Luz! ¿me estás diciendo que este lugar es infinito? —Jaekhar se asomó por la escalinata para contemplar los pisos subterráneos, su última palabra viajó hacia abajo, resonando cada vez más fuerte por cada nivel que alcanzaba—. ¿Daerys vio esto? Estoy seguro que no, se habría puesto a llorar al ver tantos libros.

—¿Un sitio como este te sorprende? —exclamó ella con un tinte de curiosidad, aunque se obligó a mantener el tono monótono de su voz.

—Bueno, no me considero un lector ávido pero siempre he apreciado la arquitectura, amo visitar lugares como este —contestó con ojos brillantes mientras recorría todo lo que sus ojos alcanzaban a ver.

De repente, cientos de preguntas aparecieron en la mente de Zeerah pero ella frunció el ceño, ciertamente ella no estaba ahí para cuestionar al príncipe. Pero la curiosidad siempre fue su peor defecto.

—¿Qué no vives en la ciudad más grande del mundo? —murmuró mientras se adentraba en otro pasillo, comenzando a buscar por los anaqueles, reparando vagamente en los títulos de los lomos antes de seguir avanzando. Jaekhar la seguía a un par de pasos.

—Sí, pero las bibliotecas no son tan grandes.

—¿Cuántas bibliotecas hay?

—Cientos —soltó el joven, logrando que Zeerah se detuviera y se girara a verlo con una expresión consternada—. Bueno, no sé cuantas existan, pero son muchísimas. Daerys suele visitar una en la zona de Dorado, esta cerca del mar y es la que suele recibir lo más nuevo. Luego están las del castillo, pero son más personales que nada, la más grande es la de mi Padre.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora