❂ capítulo treinta y uno ❂

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Dedicado a Mar











JAEKHAR








Sintió un cosquilleo en el costado que lo hizo retorcerse, se rio un poco cuando la sensación trepó por su pecho hasta su cuello.

Déjame —murmuró entre risas, con la voz ronca por el sueño. Se removió un poco, acostándose boca arriba, sonriendo como un tonto.

Lo siguiente que sintió, fue un picotazo en la mejilla.

Luego uno en la nariz y ese dolió bastante.

—¡Auch!

El príncipe saltó, abriendo los ojos. Su mano se movió automáticamente a su espada, pero no había nada a su costado. El brillo intenso de la mañana lo cegó y tuvo que parpadear un par de veces antes de que su entorno se enfocara. Entonces vio un ave sentada sobre su regazo.

—Qué —exclamó, mirando a los enormes ojos oscuros de un pájaro que nunca había visto en su vida. Era mucho más grande de los que conocía y su pelaje era una bonita mezcla entre blanco y dorado. El ave lo miró durante unos segundos que le parecieron eternos al príncipe, hasta que alzó sus alas y emprendió el vuelo, perdiéndose entre los árboles.

—Tranquilo, príncipe dragón, no todas las criaturas que vuelan son letales. Era solo una lechuza.

Jaekhar se giró para encontrar a Zeerah sentada a poco metros de distancia.

Frente a ella había una pequeña fogata en la que calentaba algo que le recordó a Jaekhar lo hambriento que estaba. A su alrededor se alzaba el frondoso bosque de alguna parte de Nivhas, con sus enormes troncos llenos de musgo, su hierba alta y las pocas flores silvestres creciendo por todas partes. Pero, por primera vez en días, había nubes grisáceas sobre ellos. Una promesa de lluvia, tal vez de una tormenta.

—Es... ¿Qué hora es? —Jaekhar se sentó sobre su saco de dormir. Se sentía extraño, como si hubiera dormido demasiado. Odiaba dormir demasiado. Pero su cuerpo entero dolía, sus extremidades pulsaban como si hubiera estado entrenando sin descanso por días seguidos y el frío no ayudaba en nada. Sobre todo porque estaba desnudo de la cintura para arriba. Maldijo en la antigua lengua.

—¿Medio día? No lo sé. Con el sol oculto no tengo ni idea —Zeerah estaba enfundada en su capa, su cabello suelto sobre sus hombros, un mar de rizos negros enmarcando su rostro.

Jaekhar se irguió, haciendo una mueca cuando sus piernas se quejaron al soportar su peso. Se giró para comprobar su ubicación: el centro de un claro a mitad de la nada. Sus sacos para dormir junto a las propias pertenencias que habían logrado salvar la noche anterior, cuando saltaron del acantilado hasta el río.

Porque... por La Luz.

—Saltamos de un acantilado —se giró hasta la bruja con los ojos bien abiertos. El movimeinto causó que su cuello le doliera como el resto del cuerpo.

—Sí.

—Peleamos con sombras.

—Sí.

—¡Y estamos perdidos! —Jaekhar hizo una particular mueca de angustia que en otras circunstancias habría sido divertida para Zeerah, pero al mirar a un príncipe medio desnudo, con ramas enredadas en el cabello y el cuerpo lleno de raspones y moretones, era todo menos gracioso.

—No estamos perdidos —dijo ella, con una voz tranquila que solo había usado para explicarle algo a las brujas más jóvenes—. Pero sí, ayer peleamos y casi morimos. Pero seguimos aquí, sobrevivimos. Y tu has dormido mucho porque te agotaste ayer y te necesito fuerte para la otra mitad del camino.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora