❂ capítulo dos ❂

6K 1K 2.1K
                                    






Riskhar rayaba el cielo con sus alas mientras se movía en él. Fuerte, letal y veloz, se movía con destreza entre las nubes como una estrella fugaz en pleno día, comprendía la urgencia de su montura en llegar lo más pronto posible de vuelta al castillo.

Pero mientras:

—Te lo dije —exclamó el moreno, con su rostro enojado mientras negaba con la cabeza, en sus ojos dorados se notaba la preocupación que crecía dentro de él—, te dije que irnos no era buena idea, nos matarán. Van a matarme a mí por no detenerte.

Jaekhar, frente a él, quien lo miraba por el hombro con los párpados caídos, le sonrió de una manera que lo hacía querer golpearlo.

—Recuérdame quien tomó la opción de venir, Lysander.

—¡No me quedaba de otra! —explotó su amigo.

—Yo recuerdo haberte dicho: vienes conmigo o me cubres si te quedas aquí —dijo el príncipe mientras el viento a su alrededor removía descontroladamente su cabello blanco—. Y decidiste venir.

—¡Dejarte venir solo habría terminado contigo muerto en Litoreh!

—Si, si, lo que digas.

El príncipe volvió la vista al frente, sentando al lomo de su dragón, intentando pensar en una buena excusa por si llegaba a encontrarse con un comité de bienvenida, pero Sander continuó hablando a sus espaldas:

—Primero, tus padres me matarán —argumentó con su voz grave y sus propios rizos oscuros saltando sobre su piel bronceada—, después, los míos y, lo peor de todo-

Mi hermano.

Lysander se quedó callado súbitamente, Jaekhar lo volteó a ver de nuevo; asintió. Si alguien estaba esperando por ellos... ese sería su hermano. Ambos palidecieron un poco.

—Apresúrate, Riskhar  —exclamó el príncipe.

(...)

Hubo un tiempo en el que el continente de Goré se dividió en varios reinos.

Muchos, bastantes años atrás, se alzaron varias ciudades y pequeños reinos a lo largo de las tierras; todas fueron naciones prósperas y fuertes que convivían en paz. Pero en el sur, en la punta inferior del continente, se alzó una ciudad dorada con una ambición tan poderosa, que nunca se conformó con lo que tenía y no se detuvo hasta que todo el mundo a su alrededor le reconociera. Que se escuchara el nombre y que la gente se inclinara en respuesta. Que sintieran miedo y respeto en partes iguales, que confiaran en que no había nadie más poderoso.

Hubo un tiempo en donde diferentes coronas reinaban Goré... hasta que una de estas fue más poderosa y los gobernó a todas.

Los reinos se inclinaron, arrodillándose por aquella figura montada en el lomo de un poderoso dragón.

¿Quién se habría opuesto? Una bestia de esa magnitud acabaría con sus ciudades en un pestañeo, derrocaría un imperio en una tarde y para el final del día, habría gobernado el mundo entero. Nadie se había opuesto a los dragones y a sus jinetes desde el momento en que la casa Akgon había sido tomada bajo el cuidado de ni más ni menos que un Dios. Una fuerza infinitamente poderosa que los guardó bajo su manto y los bendijo con su poder.

El sur, la costa que brillaba en dorado, se transformó en su capital. La ciudad llena de montañas poderosas se convirtió en la nación más fuerte conocida por el hombre; se irguió no un reino sino un imperio.

El imperio más poderoso en el mundo.

Sus dragones volaban sobre la ciudad día y noche, las colinas se plagaban de casitas, los mercados transportaban los mejores artilugios de ese lado del mundo. El pueblo era rico y próspero, las demás naciones pasaron a tener lores fieles que protegían las tierras de la única corona en todo el continente. De quien se sentaba en el poderoso trono de aquel castillo imponente de la montaña más alta.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora