❂ prólogo ❂

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Dedicación:

A todos los que han volado conmigo,
son mi viento, son mi luz,
son mi alas.







El cielo se estremeció, la tierra pareció temblar por unos segundos y con una ráfaga de viento, sacudió al mundo.

La gente salió corriendo de sus casas tras haberse refugiado, los niños gritaron de emoción, saltando a las calles de piedra con la mirada puesta en el cielo, sus padres y abuelos alzando su vista con esperanza, pues la ayuda había llegado.

El día soleado se oscureció por unos segundos y nuevamente, todo tembló, solo que esta vez la tierra entera pareció vibrar por el rugido ensordecedor que recorrió el sur como un rayo, como el anuncio de una tormenta, el presagio del caos; la gente trepaba a los techos para verlo, se ponía de puntillas para admirarlo acercarse desde la lejanía y cuando lo vieron rayar el cielo, pintarse entre nubes blancas y distantes, la aldea entera pareció vitorear como respuesta.

Los piratas se giraron ante ello y encontraron en los cielos a sus pesadillas materializándose en forma de escamas y colmillos peligrosos; el terror les drenó el color de sus rostros; lamentos y gritos resonaron entre toda su tripulación. Esos hombres que osaron con llegar a ese pueblo, esa pequeña aldea establecida en las costas de Litoreh, pequeña y humilde, perfecta para ser saqueada y tomada por un grupo de seres indeseables que se hacían llamar vástagos del océano. Viajeros de las aguas saladas que no tenían ni un ápice de honor; llegaron con la intención de robarse ese sitio para ellos, con sus barcos grandes y su gente malvada que desbordaba desprecio. Llevaban siglos buscando un hogar, pero lamentablemente habían escogido la locación incorrecta.

Toda la zona, hasta el mínimo montículo de tierra que sus ojos alcanzaran a divisar a la lejanía, estaba protegida. Por el Sol, la calidez de sus días y el poder de su brillo. En las noches, custodiado por su hermana gemela, la Luna melancólica y su ejército de Estrellas, centinelas que cubrían los mantos oscuros de la noche y las desafiaban con su belleza ardiente, quemándolo a miles de kilómetros de la tierra; pero la luz no era lo único que protegía esas tierras.

Porque el continente de Goré tenía un líder.

Ese era el imperio más poderoso del que se había oído.

Y meterse con los nacidos del fuego era como firmar una sentencia de muerte.

El silencio se extendió de manera fugaz por toda esa costa de repente, pero se extinguió tan rápido como llegó, pues los gritos de terror se esparcieron entre los barcos; piratas saltando de las viejas embarcaciones, velas izándose con la esperanza de atrapar una milagrosa corriente que los empujara lejos, lejos, lejos, al menos unos cuantos centímetros con la esperanza de rozar la supervivencia con la punta de los dedos. Otros, la mayoría, se quedaron pasmados ante la imagen que surcó aquellos cielos que nunca estarían solos, ni desamparados. Porque en ellos existía un rey y este respiraba fuego.

El dragón entre las nubes que extendió sus alas se veía como la imagen de los sueños y pesadillas juntos; tan grande, imposiblemente enorme. Fuerte, aterrador y poderoso; era negro, parecía estar hecho de la noche misma, atrapaba la luz entre sus escamas de obsidiana y parecía alimentarse de ella como si fuera energía. Sus colmillos eran tan grandes como espadas, su sola cabeza era mucho más alta que un hombre, sus alas tan grandes que los barcos regados por el mar al costado parecían simples fichas de ajedrez en comparación.

Y como si la bestia alada pudiera hablar, rugió. Parecía que dictaminaba el Jaque Mate para cuando giró sobre su poderoso cuerpo, navegando entre el cielo como si la gravedad no existiera. Y de la nada, una figura se lanzó de un salto hacia uno de los barcos más lejanos, pero el dragón siguió moviéndose, siguió avanzando entre la comitiva naval. Los demás piratas se habían quedado a cuadros mientras miraban a la bestia moverse entre las nubes.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora