❂ capítulo treinta y siete ❂

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ZEERAH








Ese dragón la odiaba a muerte.

Ella lo sabía, Riskhar lo sabía; el único que no quería asimilarlo aún, era Jaekhar.

Pero ella estaba decidida que no le daría la satisfacción a la bestia. Ella era una bruja, una luchadora. Había sido fuerte todos esos años desde que mamá se fue y había sobrevivido hasta entonces como para dejarse vencer por una criatura alada que era mucho más escamas y dientes, que cerebro.

O eso era lo que había creído cuando Jaekhar la ayudó a subir por la columna del dragón.

Riskhar se había movido en varias ocasiones cuando ella buscaba no resbalarse entre las escamas. Jaekhar la convenció de que no la soltaría, pero el dragón parecía estar burlándose de ella. Y Misah también, de pie ante su choza, que parecía más bien un juguete en comparación a la criatura. La Antigua la miraba con una fingida mueca de seriedad, pero Zeerah sabía que, detrás de su mirada, estaban atrapadas sus carcajadas.

Se tuvo que sentar sobre el lomo de la bestia, escuchando las explicaciones de Jaekhar, que decía que en su hogar tenían sillas para montar, pero que era por obvias razones que no habían considerado dejársela puesta a su dragón cuando él iba a estar ausente. Aun así, ella trató de no hacer preguntas, por mucho que estuvieran ardiendo en la punta de su lengua.

Jaekhar se movía con una soltura que ella había empezado a admirar solo recientemente. No importaba cuánto se moviera el dragón, el príncipe mantenía el equilibro y se estiraba con una gracia que solo los años y la experiencia podrían formar en una persona. Le explicó como sujetarse sin hacerse daño y como inclinarse en caso de que sintiera que empezaba a resbalarse. Le prometió que sería un vuelo rápido y sin muchas complicaciones, que solo tendría que preocuparse cuando ascendieran y bajaran del cielo.

"Aunque, si te sientes más osada, puedo enseñarte unos trucos... No, no lo haré, es una broma ¿si? Ya, lo siento. Por favor, no le llames a Deana"

Se despidieron de Misah. Bueno, Jaekhar lo hizo cuando ella notó que su voz no le respondía. Que en realidad ningún músculo le respondía. Todo desde el momento en que Riskhar pareció ponerse atento. Y es que Zeerah lo sintió. Debajo de sus piernas, de sus manos, podía sentir el calor, la forma en que el cuerpo del dragón empezaba a moverse. Las alas a sus costados se estiraron y de alguna forma parecieron más grandes.

Jaekhar dijo algo en su lengua y el dragón alzó la cabeza.

—Por los dioses... —murmuró Zeerah cuando se dio cuenta de que estaban por salir.

Pero Jaekhar estaba detrás de ella. Sentía sus piernas presionadas contra sus muslos. El calor de su pecho a solo unos centímetros de su espalda. Pero la bruja intentó mantenerse lo más apegada al dragón en su lugar.

El príncipe siguió hablando, en un tono tan suave que sonaba extraño al estar exclamando palabras demasiado complicadas. La lengua sonaba magnífica, aun si ella no estaba entendiendo nada. Quiso preguntar, qué estaba diciendo, si podía enseñarle lo básico, que le dijera cuál eran las palabras para pedir que todo eso se detuviera.

Su respiración comenzó a tornarse irregular, el sonido del bosque se apagó a su alrededor. Soló la fuerte respiración del dragón y la suya.

Pero entonces:

—Zee, ¿estás lista? —en su oído. Cerca. Demasiado cerca.

Él estaba ahí. Detrás, a su costado, en todas partes. Las manos de Jaekhar estaban a sus costados, no estaban tocándola pero ella casi quería pedirle que lo hiciera. Que la sujetara. Que, por los dioses, no la dejara caer. Tragó saliva, abrió la boca para pedírselo de nuevo, pero antes de que cualquier otra cosa pudiera suceder, el mundo a su alrededor se volió un frenesí de movimiento.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora