❂ capítulo diecisiete ❂

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—Jaekhar.

Miles de pensamientos comenzaron a rondar por su mente.

 Recuerdos que flotaban a través de su cabeza mientras todo daba vueltas, no podía enfocarse en uno solo, todo era borroso y cada figura estaba rodeada de mucha luz; la sensación de no poder moverse, la angustia danzando por cada uno de sus músculos y la asfixiante necesidad de respirar, le llegaba de algún lugar en su cerebro, pero se oía apagada, muy lejana.

Todo estaba ardiendo.

—Jaekhar —alguien estaba diciendo su nombre, pero él no podía moverse. Ni girar, ni hablar, ni mirar a otro lado. Todo en su cabeza no dejaba de saltar en flashes radiantes de una luz que no lo cegaba, pero que lo privaba de ver más allá.

Algo bullía dentro de él, estaba humeando y empapando sus sentidos para dejarlo a la deriva. Su cuerpo parecía estar agonizando; estaba completamente agotado, no hallaba ni un gramo de la fuerza que solía mantenerlo erguido, que lo impulsaba a ir más rápido, a golpear más fuerte. Sentía que estaba por sumirse en un sueño eterno del cual no iba a despertar nunca.

—¡Jaekhar!

Y así, como si nada, las luces se apagaron, sus ojos se cerraron y esta vez, cuando los abrió, había un par de pozos dorados que lo eclipsaron de un momento a otro.

—¿Me oyes? Hey, príncipe dragón, mírame —todo empezó a aclararse de repente; el oro se convirtió en un par de ojos y la nube espesa de negro a su alrededor se transformó en una mar incontrolable de rizos. Entre ellos, un rostro. Labios rellenos, pestañas infinitas y una cicatriz besando el puente de una nariz.

De pronto, lo único que pudo recordar, fue un nombre.

—Por los Dioses... —ella parecía aliviada, apartó la vista mientras se echaba hacia atrás y caía entre el césped, abrazando sus piernas contra su pecho. Recostó su cabeza en sus rodillas mientras todos los demás sonidos, además de su voz, regresaban en ondas a los oídos del príncipe.

Jaekhar empezó a ser más consciente de en dónde estaba.

El lejano movimiento de las ramas de los árboles, chocando unas con otras, las aves nocturnas saliendo de sus escondites, el crujir de las ramas. La fría brisa comenzó a rodearlo, pero él... estaba sudando. Su piel estaba caliente, sus manos estaban apretadas en puños y cuando abrió los dedos, sintió calambres saltando por todo su cuerpo.

Fue consciente de que sus pulmones seguían respondiéndole y dio una profunda respiración.

Su pecho subió y pareció volver en sí por completo.

Se levantó de un solo movimiento y todo volvió a dar vueltas, pero entre pasos mareados y zumbido en sus oídos, Jaekhar fue consciente del entorno que lo rodeaba. Pero cuando su vista volvió a aclararse, el pánico lo rodeo como una manta.

Por la Sagrada Luz de Lukya... —murmuró en la antigua lengua mientras sus ojos bicolor se adaptaban a la oscuridad que los rodeaba.

Las estrellas habían vuelto a titilar sobre su cabeza, la luna proyectaba una tenue luz que iluminaba el claro en el que estaban, pero el bosque... no era verde, no parecía ni siquiera un sitio de la naturaleza; La hierba, estaba marchita, grisácea, tal vez negra. En las hileras de arboles, había un enorme sendero que venía desde muy lejos, como si un gigante se hubiera hecho paso a través de los arboles como si no fueran mas que un puñado de ramitas.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora