Prólogo

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Uno es igual a cuatro.

Se sentía agotado, había caminado toda la mañana recorriendo aquel desfile repleto de festivas personas.

–Ya casi llegamos a casa, cariño –anunció el adulto al momento de ver a su pequeño acompañante caminar lento producto del cansancio.

–Está muy lejos –respondió poniendo presión en su mano, captando así la atención del mayor.

El rubio inhaló con profundidad y detuvo su paso momentáneamente después de avanzar unos últimos dos pasos. Ese fue el momento en el que se dio cuenta: tenía que dar más pisadas por cada una del contrario.

Uno es igual a cuatro.

–Dejame cargarte, mamá debe estar preocupada.

Oculto en la habitación del bebé, el pequeño escuchaba con atención las voces de los adultos.

–¡Es un niño! ¡Le haces daño a su inocente alma! ¿No ves lo que estás haciendo? No voy a permitir...

–Yo no voy a permitir –interrumpió el hombre con voz tranquila pero firme– que le impongas terrores y pensamientos retrogradas a nuestro hijo.

–¿Terrores? ¡Terrores son las barbaridades que le estás enseñando!

Empezaba a hablar con una voz chillona, eso al niño no le gustaba y tampoco entendía muy bien lo que estaba ocurriendo, así que se acercó a la cuna del bebé mientras seguía el debate.

Trataba de no prestar atención, pero era complicado teniendo en cuenta la forma en cómo sus padres levantaban la voz. De lo que se mencionaba sólo conocía unos cuantos términos, entre ellos la palabra "Dios".

Lo había escuchado millones de veces, pero aún no lograba entender su significado. Era alguien que buscaba tu agradecimiento; en el momento en que despiertas, antes de cada comida, antes de subir a un vehículo, antes de ir a dormir. No sabía cómo hacer aquello, ya que nunca lo había visto ¿O sí? En realidad no lo sabía, no comprendía quién era.

El niño se inclinó en la cuna y posó una mano sobre la carita frágil del bebé, quizá él lo supiese. Tendría que esperar al momento en que aprendiera a hablar para preguntarle.

De pronto, escuchó un ruido fuerte y con rapidez retiró su mano; en cuestión de segundos descubrió que eran pasos acelerados.

Uno es igual a cuatro.

–¿Cariño? ¿Dónde estás? –escuchó provenir de la voz del hombre.

–Ni se te ocurra pensar que te lo vas a llevar, no voy a dejar que lo dirijas al mal camino, no te lo voy permitir...

Entonces la puerta de la habitación se abrió dejando en el centro del campo de visión al niño sentado en el borde más lejano a la puerta.

Empezaba a sentir que había hecho algo mal, quizás sería castigado por no estar acostado en su habitación. Se sentía diminuto y frágil, como un conejito apunto de ser cazado. Quería desaparecer.

Pero era inevitable.

–Cariño –dijo el hombre agachándose a su altura mientras la mujer se cruzaba de brazos conservando su postura–, ¿Te gustaría irte de vacaciones un tiempo?

De inmediato los ojos del niño se iluminaron, y una sonrisa acompañada con un gesto eufórico brindaron su respuesta.

–Oh, ¡Cielo ayúdame! –exclamó la mujer con desesperación elevando sus manos y mirando al techo. La reacción no parecía tener mucho sentido.

El hombre rodó los ojos y abrazó al niño de forma protectora, susurrándome que tenía que cuidar...

–Esto ocurre, porque él es idéntico a ti –interrumpió la mujer–. Ahora me tengo que encargar de arreglarlo, ¿Ya ves que hiciste?

Arreglar... No sentía que debía ser arreglado. Miró hacia el suelo con culpa.

Quizá había algo incorrecto... Ella solo quería cuidarlo, ella era...

–¿Sabes qué es lo que hago? ¡Lo amo!
En ese instante se puso de pie y cargó al niño, caminando con frenesí hacia la otra habitación dispuesto a empezar a guardar sus cosas.

–Es ilegal, no sólo ante la ley de Dios –replicó siguiendolos–. Mira, sabes que te amo, y solo quiero ayudarte a ser mejor, estas cosas que te gustan no...

–Cállate –dijo de manera seca. Su semblante era el de alguien agotado, alguien que había tenido que revivir esa conversación a diario.

Ante la sorpresa ella guardó silencio un momento, pero luego volvió a atacar.

–Voy a llamar a la policía, estás secuestrandolo.

–¿De qué demonios estas habl...?

–Demonios son los que le quieres meter a mi hijo –Y entonces al darse cuenta que para ese punto era imposible hacer que el hombre cambiase de opinión, caminó con seguridad hacía él y le arrebató el pequeño de sus brazos–. Tú te vas a quedar, no sabes lo que es bueno para ti –intentó decirle con voz dulce para luego salir de la habitación, cuando estaba junto al marco de la puerta se giró hacia el hombre y pronunció una única palabra: "Véte".

El hombre se veía destruido por dentro, como si por primera vez identificase el lugar de donde provenían sus problemas.

Pero no quería aceptar la realidad que parecía atormentarlo.

THE ENDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora