4| Tsunami

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«Se murió

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«Se murió.

Está muerto.

Dios mío, he dejado que un chico ebrio muera».

Una voz chillona y desesperada grita distintas cosas en mi cabeza al mismo tiempo que mi cuerpo se queda paralizado en el lugar. Siento la sangre de mis venas bajando hasta mis talones, mi corazón se salta varios latidos y la garganta me ha quedado más seca que el desierto del Sahara.

«Voy a ir a la cárcel», hablo conmigo misma en mi cabeza y eso no hace más que ponerme más nerviosa.

Entonces me obligo a despegar los pies del piso que parece estar sujetándolos con fuerza, encaminándome al chico que parece no estar respirado, mientras su cuerpo se encuentra tumbado boca abajo en las escaleras. A medida que más me acerco, el temor de que haya sufrido un golpe en la cabeza y se halle muerto o de que su cuello esté dislocado crece en mi interior. Por fin mis pasos se cortan al detenerme a unos pocos centímetros de su cuerpo. Me quedo con la mirada fija en su ancha espalda, esperando que suba y baje a la vez que suelta una respiración, cuando lo hace un alivio profundo me inunda el pecho.

—¡No está muerto! —exclamo más entusiasmada de lo que en realidad debería estarlo, al fin de cuentas no conozco a este chico de nada.

Casi soy testigo de una muerte accidental, porque sí, si este chico moría esta madrugada me iba a sentir culpable toda mi puta vida. No puedo creer que esto me esté ocurriendo en las primeras doce horas en las que he habitado esta casa. Solo a mí y a Condorito le pasan cosas como estas.

Me acerco más al chico moribundo, inclinándome para tocarlo en la espalda.

—Oye —lo llamo, sacudiéndolo.

Unos sonidos inaudibles escapan de su boca y se sacude. Yo me enderezo por los nervios.

—¡Maldita... sea! —consigue pronuncia.

Su voz increíblemente grave llega a mi sistema auditivo, provocando que piense que es muy gruesa para la edad que tiene. Amelia dijo que hoy estaba cumpliendo dieciocho años...no, ya no es hoy, fue ayer.

Con dificultad él se apoya en las palmas de sus manos y tira su cuerpo hacia arriba. Logra entonces colocarse boca arriba, pero lo que no logra es ponerse de pie. Se queda sentado en el segundo escalón de las escaleras que dan a la entrada de la casa, sujetándose la cabeza con ambas manos mientras entierra los codos en sus muslos.

—¡Maldición! —vuelve a vociferar como si un dolor agudo lo estuviese aquejando.

No puedo dejar de mirar una pulsera de diamantes que rodea su muñeca, es tan deslumbrante que cualquiera la admiraría por horas. Pasan unos segundos que siento como horas antes de poder sacar mi atención del accesorio que lleva.

—Oye, ¿estás bien? —pregunto, curiosa.

Lo veo negar para luego alzar su cabeza. Hay sangre, su frente está sangrando.

Siete Semanas| Completa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora