El sol se filtra a través de las vitrinas del museo, creando una danza de luz sobre las intrincadas obras de arte que adornan las paredes. Las pinturas y esculturas parecen cobrar vida ante mis ojos, pero con todo y eso ninguna de ellas captura mi atención de la forma en que lo hace la sola presencia de Isabella.
Es como si ella misma fuera una de esas obras de arte, una creación divina que puede rivalizar con cada pieza majestuosa que nos rodea. Su cuerpo es una sinfonía de curvas y líneas delicadas, casi como si un escultor renacentista hubiera moldeado personalmente cada contorno y cada ángulo de su figura. En cada paso que da hay una armonía de movimientos gráciles que dejan sin aliento a quien la contemple.
Sus ojos, con un brillo intenso, se detienen en cada obra que tenemos delante y tal brillo provoca que los compare con dos gemas preciosas que arden con un fuego interno.
—Es preciosa —dice sin poder despegar sus pupilas de la pintura que tiene enfrente.
Yo no dejo de mirarla a ella.
Cada mirada suya es un lienzo en blanco en el que podría dar vida a mis deseos más profundos y secretos más perversos. Sus pupilas dan por entendido que han visto el mundo en toda su belleza y crueldad, pero aún mantienen una chispa de esperanza y una llamarada de magia en ellas.
—Sí, es preciosa —respondo mirándola.
Capto el segundo exacto en el que sus labios se estiran en una sonrisa, tal gesto es semejante a pinceladas de un artista virtuoso. Cuando ella sonríe, se crea una composición perfecta de luz y sombra, y todo el lugar se ilumina con el fulgor de su alma. De pronto, sus ojos se mueven hacia los míos y al percatarse de que no estoy viendo la pintura, sino a ella, se sonroja.
—Vinimos a ver las obras de arte —me recuerda, esforzándose por sonar seria, la realidad es que no es capaz de ocultar la sonrisita que se cuela en los pliegues de sus labios.
También sonrío.
—Justo eso estoy viendo.
Sus mejillas se ponen rojas y niega con la cabeza.
—Te encanta verme nerviosa.
Doy un par de pasos para que podamos plantarnos delante de la siguiente escultura, pero antes dejo unas palabras flotando en el aire:
—Me encanta verte.
De refilón noto como la sonrisa en su boca se ensancha para luego seguirme.
La escultura que espera por nosotros está hecha de mármol, es una obra elegante que se asegura de demostrar el excelente trabajo del escultor, cada detalle está meticulosamente trabajado y hasta la última línea de expresión del hombre plasmado en esta escultura fue muy bien conseguida. La figura se encuentra en posición vertical, con una postura noble y erguida que refleja su autoridad y liderazgo.
—Es el rey Jorge IV —informa Isabella mientras absorbe la imagen de la escultura —. Es una escultura perfecta.
Me sorprende saber que ella sepa de que rey se trata, yo no lo sabía, creo que por eso mi sorpresa.
Le pongo más atención a la estatua. El rey está representado vistiendo una túnica real, que cae ligeramente alrededor de su cuerpo y se adhiere a su forma atlética. A medida que deslizo la mirada hacia arriba, me fijo que su rostro ha sido tallado con precisión, expresando una combinación de seriedad y determinación.
Sus rasgos faciales son elegantes y refinados, con una frente amplia y lisa, cejas delgadas y unos profundos y penetrantes ojos tallados con maestría. Dichos ojos por poco y me mueven de lo bien esculpidos que están.
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Siete Semanas| Completa ✔️
Teen FictionPara Isabella Davies, la vida no ha sido nada fácil, a la corta edad de diecisiete años la han acompañado más desgracias que fortunas. Su madre la abandonó cuando era tan solo una niña de diez años. A pesar de las adversidades se aferró al amor de s...