Siete Semanas| Completa ✔️

36| Adam

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La oficina de papá siempre me ha hecho sentir pequeño, estar aquí me traslada al instante en que entré corriendo en la oficina que tenía en aquel entonces y solté las palabras más terribles que alguien pueda imaginarse. Encontrarme en esta habitación me provoca nauseas y una inmensas ganas de pararme de la silla y salir corriendo; mas sin embargo, me mantengo atado a mi asiento.

El lugar está lleno de objetos valiosos y de un aire de solemnidad, que para mí termina convirtiéndose en uno denso que me cuesta aspirar. La oficina es amplia y luminosa, con una gran ventana que da al jardín. Las paredes están cubiertas con cuadros, alguno de ellos antiguos y otros más modernos, pero todos muy costosos. Hay retratos de personajes que no logro reconocer, paisajes, bodegones y escenas históricas de las que tuve que haber leído en la universidad. Me fijo en uno que muestra a un hombre vestido con un uniforme militar, con una medalla en su pecho y destacando su severa mirada. De forma inconsciente, acaricio la piel de Tsunami para sentirme menos intimidado.

La decoración de cada esquina de la habitación es elegante y sofisticada, con predominancia de colores oscuros como el rojo y el negro. Los muebles son de caoba ceniza y la alfombra beige que cubre el suelo está impoluta.

En el centro de la oficina se ubica un escritorio de madera oscura, con un ordenador, una lámpara y una cantidad excesiva de documentos. Detrás del escritorio se observa una estantería repleta de libros, la mayoría encuadernados en piel y con letras doradas. También quedan a la vista varios trofeos y diplomas que mi padre ha conseguido a lo largo de su carrera cómo un exitoso empresario. A mis espaldas hay una pequeña mesa redonda con una bandeja de plata y una fina botella de whisky. Al otro lado un sofá de cuero y una mesita con revistas.

Es de admitir que su espacio de trabajo da una sensación de prestigio y lujo, pero al mismo tiempo de frialdad y distancia. No hay nada en este lugar que revele sentimientos y personalidad, solo el éxito y el poder de Oliver Thompson. Yo me siento un intruso en este espacio tan ajeno a mí.

—Te he dicho que no me gusta que Tsunami entre a mi oficina. Su pelaje queda en la alfombra—me reprocha el hombre detrás del escritorio, el que continúa con su interés puesto en la pantalla de su ordenador.

Aparto la mirada del cuatro en el que me he quedado sumergido por unos segundos y la muevo al hombre que ha hablado. Como no es raro, él va vestido con un traje a la medida, peinado con sumo cuidado y ni una sola pizca de emoción en su semblante por mi visita.

Me pongo la armadura que siempre utilizo para enfrentarme a él y hablo:

—Donde no es bienvenido Tsunami tampoco lo soy yo. Además, de que su pelo rara vez se cae —respondo con la misma frialdad que él ha usado en su tono.

Deja que el aire de sus pulmones sea expulsado en un suspiro mientras se recarga en el espaldar de su costosa silla y, por primera vez en todo el rato que tengo aquí, clava sus ojos en mí.

—Nunca vienes a verme, ¿qué es lo que quieres?

Está molesto porque no fui al evento que organizó, eso es evidente.

Quiero pensar que soy el único en el mundo que al hablar con su progenitor se siente como si estuviera enfrentado a su peor enemigo, como si estuviera en alerta en cada palabra que sale de su boca y tener que actuar como si su indiferencia no te afectara en lo absoluto. Me gustaría tanto ser el único que experimente esto, porque sé lo doloroso que es y lo miserable que te hace sentir. Por desgracia, sé que no soy el único.