Prólogo

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Nunca antes he sentido un frío tan acentuado en mi cuerpo. Doblo mis dedos hasta que mis uñas se entierran en la palma de mis manos y echo aire por mi boca que pronto termina formando una capa de neblina. Traer un short y una camisa de tirantes no ayuda en nada.

«Que él esté bien», pienso mientras muevo mis pies y me cruzo de brazos.

Son las dos de la madrugada, la sala de espera del hospital se encuentra sola, a excepción de una señora de unos cincuenta años que está sentada en el otro extremo del recibidor. El frío que se cuela por las puertas que dan a la calle es infernal, pero por papá soy capaz de soportar cualquier cosa.

Me incorporo apenas veo que mi abuela Elsa se asoma por la abertura de la puerta, del larga pasillo del fondo me apresuro a su cercanía y en cuanto la tengo a unos escasos centímetro la agarro del antebrazo.

—¿Papá está bien? —pregunto con un hilo de voz.

Sus ojos color avellana chocan contra los míos y me basta con eso para entender que nada está bien. Las lágrimas que tiemblan en sus ojos resbalan, haciendo un lento recorrido por sus mejillas antes de perderse en la parte baja de su barbilla.

—Ernesto murió, Isa —logra decir, pero luego se quiebra en un sollozo.

«Él es lo único que tengo» «No puede dejarme, él no»

Mis piernas no responden, tampoco lo hace mi cerebro.

—No es cierto —susurro.

Quiero que ahora mismo ella deje de llorar y diga que se ha equivocado, que está jugando o en el mejor de los casos que él sigue luchando por su vida.

—No soportó más.

Todo su cuerpo tiembla cuando los jadeos la invaden y sin poder soportarlo más, cae sobre sus rodillas, llorando a pleno pulmón. Sus gritos y lamentos son tan desgarradores que son ellos los que produce que mis ojos se saturen por ese líquido salado que llevaba años sin permitirme dejar salir.

—Abu... —doy un par de pasos atrás y deslizo mi vista hacia mi abuelo que viene caminando a pasos apresurados a nosotras. Ya está llorando —. Abuela, esto no...

El frío que antes sentí se trasforma en uno tan grande que siento que en cualquier momento mi piel se romperá.

Papá fue quien estuvo cuando todos se fueron, fue quien me acunaba en sus brazos cuando tuve miedo, fue quien prometió quedarse y nunca dejarme. Yo era su princesa y él mi héroe. Papá era todo lo que tenía y me ha dejado.

Lo peor de todo esto es que ya había sido advertida de que la muerte podría llevárselo en cualquier momento, de lo que nunca me advirtieron era del dolor que me escuece el alma ahora mismo, es un dolor que me hace poner los pies en la tierra, chocando con una realidad lamentable: me he quedado sola.

—Isa —la voz afectada de mi abuelo logra enredarse en mi oído.

Es así como las lágrimas se vierten de mis ojos, acabando con la negación que antes me había albergado.

En mi interior es como si alguien me abriera el corazón sin ninguna anestesia, es como si quisieran arrancarlo de su lugar.

Me balanceo sobre mis pies cuando me giro, pero no veo otra opción que obligar a mis piernas a andar, así que con las pocas fuerzas que me quedan arrastro mis pies. Primero estoy caminando con lentitud, sin embargo, antes de que ni siquiera lo noté ya estoy corriendo bajo una noche nublada, con las lágrimas cayendo de mis ojos, el pecho oprimido y el alma quebrada.

Me he quedado sola, mi único lugar seguro se ha marchado para siempre. 

Siete Semanas| Completa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora