32| El dinero ya no me importa

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Me siento como un extraño en mi propia piel, confundido y con un puto desastre en el pecho mientras intento mantener la compostura. No quiero que lo que estoy experimentando en mi interior quede al descubierto.

Mientras continúo con los ojos puestos en Jeremy noto como mi corazón late ferozmente, como si buscara la manera de querer atravesarme el pecho. Mis manos se cierran casi involuntariamente y una opresión se instala en mi estómago, ella me hace sentir como si estuviera a punto de vomitar. Al mismo tiempo, mis pensamientos se nublan, y solo puedo pensar en lo mucho que deseo acercarme a él y sacarlo de su lado.

«¿Pero qué rayos me sucede?», me pregunto para mí.

Observo como Isabella ríe por un comentario que hace él y eso no hace más que una punzada aguda se entierre en el centro de mi pecho. Caigo en cuenta que esto me hace sentir pequeño, inútil y nada especial. Aunque deseo apartar mi vista, por una razón que no logro comprender, no puedo hacerlo. Conforme la escena avanza, mis entrañas se van llenando de una envida que no consigo controlar.

—Joven Thompson, le voy a pedir que se retire —la voz del vigilante llega a mis oídos, sin embargo, aun y cuando lo tengo al lado, lo escucho retirado de mí.

Sigo con la mirada clavada en Isabella y Jeremy. Cada parte de mí es abrumada por una emoción tóxica, y no me agrada para nada esa sensación. No había experimentado celos antes, por eso es que no alcanzo a estabilizarme por completo. Los celos ahora me están envenenando a tal punto que una sensación de nerviosismo me asalta y me embota la mente. No debería sentirme así, ya que al final Isabella y yo no tenemos nada, incluso mi reacción tiene que haber sido de indiferencia total, pero en cambio... todo lo que puedo sentir es una punzada amarga en el pecho.

Tengo la intención de moverme y dirigir la mirada al hombre que me habla, no obstante, es como si estuviera atrapado en mi propia inseguridad, incapaz de moverme ni de reaccionar.

—Se lo voy a pedir una vez más. —El hombre presiona su mano en mi pecho y es eso lo que me hace despabilar. Acto seguido estoy retrocediendo con la mano del hombre empujándome —. Es mejor que...

Freno mis pasos en seco y entierro mis ojos en los del hombre, sin darle tiempo de que siga hablando le sujeto el antebrazo y hago que deje de tocarme.

—¿Cuánto quieres? —le pregunto. La voz me sale ronca, hostil y por poco, amenazadora.

Me fijo con mi pregunta, descoloca al hombre, este me mira fijamente y poco a poco va hundiendo su ceño.

—¿Qué?

Me paso una mano por la camisa para hacer desaparecer las arruguitas que han aparecido en ella. Luego adquiero una postura fuerte y cargada de confianza. Mi espalda queda recta y mis hombros firmes; busco transmitir al vigilante una energía de fuerza y determinación. Finalmente, alzo el mentón y le sostengo la mirada al hombre que me mira perplejo.

—Te puedo pagar lo que quieras para que me dejes entrar —acoto con suma naturalidad —, incluso te puedo pagar lo que ganas aquí en un mes.

He aprendido a negociar, y siempre se debe tener confianza al hacerlo, sino acaban por jugar contigo.

El semblante del vigilante es uno vacilante. Lo capto frunciendo el ceño, luego levanta las cejas y arruga la frente con un gesto de confusión.

—Joven... no quiero perder mi trabajo.

Sonrío de lado sabiendo que ya ha aceptado mi propuesta.

—No perderás tu trabajo. No diré que me dejaste pasar. —Me encojo de hombros —. Puedo decir que yo me escabullí dentro sin que tú lo notaras.

Siete Semanas| Completa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora