Elsa, mi sumisa II

8.5K 18 0
                                    

Entré con la botella de vino, y tal como le ordené estaba sentada en el suelo, apoyada la espalda en el pie de la cama. Era excitante su postura, desnuda solo con el collar y los zapatos puestos.

-¿Te encuentras bien? -pregunto cuando me siento a su lado.

-Sí, sí... estoy perfectamente

-Me gustaría besarte.

-Estás impaciente... ¿Me deseas?

-Déjame descubrir si puedo ser tu sumisa.

Ella levantó la cabeza con la intención de besarme, pero cuando estaba a punto de alcanzarme, me separé de ella lo suficiente para que no consiguiera su objetivo, no estaba dispuesta a que ella marcara la situación.

-Aquí mando yo. Me besaras cuando yo quiera, no cuando tú lo digas. ¿Queda claro?

Tenerla tan cerca encendía mi sangre, y necesitaba mantener la calma si quería que todo saliera según mis planes. Bajó la vista, parecía que la había intimidado. El perfume que desprendía era agradable, realmente olía muy bien.

-Sí, mi ama.

-Deseas seguir complaciéndome.

-Por eso estoy aquí, para complacerte, mi ama.

Me levanté. Vivo en uno de los montículos que rodean la ciudad, una casa antigua de dos plantas, desde la habitación se divisa gran parte de la ciudad que se extiende a sus pies, separé las cortinas y cerré las luces, la habitación quedó iluminada por la luz de la luna llena que resplandecía aquella noche en el cielo. De todas maneras encendí también unas velas. Sentándome en la cama a su lado, cogí la botella de vino y llené la única copa, de unos sorbos y se la ofrecí, seguro que por miedo a nuevos reproches la cogió y dio unos sorbos también.

-Sube a la cama y tiéndete boca arriba-. Obedeció rápidamente, le coloqué unas esposas en las muñecas y en los tobillos, además de un antifaz. Quedó atada a la cama y con los ojos vendados. Ella se relamía los labios, por los restos del vino o quizás presa de la expectación, pero no dijo nada.

-He recibido unos artículos que al igual te gustara probarlos, seguro que descubrirás nuevas sensaciones. ¿No crees?

-Yo no veo nada, tú dirás, mi ama.

Empecé paseando las cintas de un flogger por sus piernas, subí por entre los muslos y me desvié a sus costillas, hice círculos sobre sus pechos, su boca, su cara. Ella se arqueaba como buscando las caricias. Fui descendiendo por su vientre, paseé por el pubis, ella misma contorneó la cintura arqueando las piernas y se le escapó un gemido cuando golpeé en su sexo. Inicié de nuevo el recorrido, pero esta vez golpeando en ambos pechos y lanzó un grito.

-¿Ocurre algo, querida? No me gusta que grites, pero si vuelves hacerlo tendré que amordazarte.

Ella apretó los labios y continué el paseo, de nuevo por su sexo, profundizando las caricias, se le veía ya hinchado y empezaba a brillar por la humedad. Se relajó suspirando al notar que dejé de acariciarla, me aparté de golpe. Ahora con unas pinzas vibradoras se las coloqué en sus pezones, hinchados ya quizás por el deseo. Se tensó unos segundos, creyendo que solo era eso y sonrió. Accioné el mando y las pinzas empezaron a vibrar, primero despacio, y cada vez con más fuerza. Se retorció, pero se mordía el labio para evitar desobedecerme. No pude evitar el impulso de morderle un pezón, que sobresalía de la pinza, consiguiendo que levantara la espalda de la cama. Afloje la intensidad de la vibración y acerqué la lengua a su sexo y lamí. Su clítoris de un rojo brillante se ofrecía prominente entre los labios, se lo succioné una y otra vez, después introduje mi lengua dentro, por sus suspiros a punto de correrse, paré de inmediato.

Relatos Eróticos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora