17. Dueles

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"Mientras pienso en ti y en lo que perdí,
quisiera evitar haberme permitido amarte".

-Dueles, Jesse & Joy.

La bomba cae, destruyendo el momento emotivo donde volvíamos a reencontrarnos después de tanto tiempo. Aniquilando cualquier sentimiento bueno que ella pudiera tener por verme otra vez.

Leah me mira, y luego a Nate.

Repite el proceso un par de veces, intentado procesar lo que él ha dicho. Ahora, ella me mira como si estuviera frente a una completa desconocida.

En menos de un segundo, he pasado de ser su amiga del alma, su casi hermana, a una legítima rompe hogares. A la sospecha número uno del porqué él no contestaba el celular.

También mira a Nate. Lo mira con tanta tristeza y dolor, que me sorprende que él se mantenga inmutable.

—¿Tienes una hija? —le pregunta, con el resentimiento pintando cada palabra, con la voz rompiéndosele en miles de pedazos—. ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—No lo sabía —admite, sin titubear ni un segundo—. Vine a Santa Mónica por motivos personales, y me encontré con Liv por casualidad. Ella me dijo que había tenido una niña mía.

Leah vuelve a mirarme. Esta vez, con las lágrimas rodándole por las mejillas.

—¿Estuvieron juntos?

Aparto la mirada, incapaz de verla a la cara. Se me forma un nudo en la garganta. La culpa me oprime el pecho, impidiendo que pueda respirar con normalidad.

—Fue hace mucho —confieso, ella busca mis ojos. No me atrevo a mirarla—. Nunca le conté de Willow porque pensaba criarla sola. No quería volver a involucrarme con él.

Ella asiente con la cabeza, intentando comprender. Ahora busca una nueva víctima con quien desahogarse, parece ser Nate.

—¿Por qué nunca me dijiste todo esto? —le reprocha, ahora enfadada—. No me contestabas, tampoco me dijiste que estabas en Santa Mónica. ¿Tienes idea de lo preocupada que he estado por ti? Si no hubiera venido a ver a Liv...

—¿Cómo la conoces? —la corta, sin darle mucha importancia a lo que acaba de decirle.

Ella lo mira aturdida por la manera en que ha cambiado la conversación. Aun así, contesta:

—Fuimos mejores amigas de niñas —responde con cierta frialdad—. Vine a pedirle que sea mi dama de honor. Pero veo que quizá no sea la mejor idea.

—Leah... —la llamo, en un intento por dejar de escudarme detrás de la cobardía.

Niega con la cabeza, ahora es ella quien evita mirarme.

—Necesito un momento —la voz le falla, se acomoda la bolsa sobre el hombro—. Son demasiadas cosas que digerir.

Sale apresurada. Nate ni siquiera hace el intento por frenarla o seguirla, sólo se hace a un lado para dejar que pase.

Veo que ella se aleja, me contengo de llamarla. Necesito darle su espacio.

Nate se queda mirándola por un momento, pero luego sus ojos me buscan.

—Deberías irte —le digo—. Ya has hecho suficiente daño, ¿no crees?

Le cierro la puerta en las narices, sin darle la oportunidad de hablar. Sin que me importe la mirada herida en sus ojos. Sin darle importancia al desastre en el que parece estar volviendo a convertirse.

Parece que entre más quiero que se calmen las cosas, ocurre todo lo contrario.

¿De qué han servido sus disculpas?

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