29. Reencuentros

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Despierto por el sonido de las aves que cantan cerca de la ventana. Me remuevo un poco, pero el brazo que está sobre mi cintura me retiene. Es un brazo que reconocería de inmediato, sin la necesidad de siquiera mirar.

Con los ojos cerrados, recorro la piel cálida de su antebrazo. Mis dedos pasean por los músculos tensos y el contorno de la cicatriz que ahí reside. Una herida que, según él, se hizo de niño mientras jugaba con la patineta de su hermano.

Sonrío al sentir sus labios sobre mi cuello.

—¿Cómo amaneciste? —escucho su suave voz ronca cerca de mi oído.

Me giro, me encuentro con su sonrisa. Me quita con cuidado el cabello de la cara y me lo pasa detrás de la oreja.

—Bien. ¿Tú?

—Mejor contigo.

Se inclina y me da un beso, le sonrío.

Acomodo la cabeza sobre su pecho, y paso la palma de la mano sobre la suave textura de algodón de su camiseta.

—Dudo que a tu madre le agrade verme en tu cama —susurra, consigue hacerme reír—. Antes me daba miedo el sólo hecho de acercarme a la puerta.

—Había olvidado que jamás habías estado aquí —lo miro—. Siempre te tocaba dormir en el sillón.

Sonríe.

—Oh sí, ese sillón y yo nos hicimos buenos amigos. No está tan incómodo como parece. Además, ahí hicimos un par de buenos recuerdos.

Le sonrío, y le acaricio la barbilla. Mis ojos insisten en pasear por su cara, en sus facciones; en el leve rastro de barba que tiene en las mejillas, en esos ojos azules que siempre me han fascinado, y que volvieron de Willow un eterno recordatorio del hombre que amé con locura. Y que aún amo.

Simplemente no puedo dejar de verlo, porque me cuesta creer que esto en verdad esté pasando.

Aún siento la necesidad de pedirle a alguien que me pellizque para saber que no estoy soñando.

—Willow despertará pronto —le digo.

Me acaricia la mejilla.

—Lo sé —susurra—. No sé cómo conseguiste convencer a tu madre de que me dejara dormir en tu cama.

Me río.

—Oh, vamos —me burlo—. Tenemos una hija, dormir juntos es lo más decente que podríamos hacer. Además, dejé la puerta abierta.

Lo miro, y él a mí. Casi con duda, me acerco y recargo la cabeza en su pecho. Él me abraza, mientras me acaricia el cabello con los dedos.

Suelto el aire que tengo contenido en los pulmones, y cierro los ojos. Sé que se supone que debo ser fuerte e independiente todo el tiempo, aprendí a serlo desde que llegué sola a California. Crecí viéndolo con mi madre. Lo he escuchado sin cesar un montón de veces; que eso, es lo que debe hacer una mujer. Pero, se siente bien hacer esa coraza a un lado, y sólo dejar que él me abrace. Poder quedarme vulnerable por un momento, y saber que sus brazos están ahí para resguardarme.

Es exhausto intentar ser fuerte todo el tiempo. Prender siempre que todo va bien, cuando no es así.

Me quedo entres sus brazos un buen rato. Y de pronto, escucho pasos en el suelo.

Me separo y miro hacia la puerta, sonrío al ver que Willow se asoma con cierta timidez.

—¿Ya te cansaste de estar en la cama? —le pregunto.

Asiente con la cabeza, se acerca corriendo.

La ayudo a subir. Ella se pone de rodillas en el colchón, en medio de nosotros. Nos mira, primero a Nate, luego a mí, como si no supiera a quién preguntarle primero:

Nosotros noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora