31. Nosotros

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"I just woke up from a dream where you and
I had to say goodbye. But since I survived I realized,
wherever you go, that's where I'll follow. Nobody's
promised tomorrow, so I'ma love you every night
like it's the last night. If the world was ending,
I'd wanna be next to you".

-Die With A Smile, Lady Gaga.

—No es nada, de verdad.

Suelto el cuchillo y lo dejo sobre la barra de la cocina. Alzo la mirada, y busco sus ojos azules para intentar convencerlo, pero no parece creerme. Se acerca, y me toma la mano con cuidado.

—Déjame ver —la gira un poco, con los ojos fijos en la herida punzante del dedo índice—. Puede que necesites puntos.

Me alejo, provocando que me suelte. Niego con la cabeza.

—No, he sufrido peores cosas que esta. Tengo experiencia tolerando el dolor, de verdad.

—Seguro que sí, pero esto no se trata de aguantar el dolor o no, Liv. Si hay mucha sangre, necesito llevarte al médico para que te revisen.

A pesar de mi renuencia, acerca uno de los banquillos para que me siente. Lo hago, y él me cubre el corte con una servilleta; la cual termina llenándose de sangre casi al instante.

Me mira, y adivino lo que se avecina.

—No iré al doctor para que me clave una aguja en el dedo.

—Vamos, no seas gallina —toma otra servilleta y me da un beso en la frente—. No será tan malo, lo prometo. Solo cierra los ojos y piensa que pasará pronto. Yo estaré contigo todo el rato.

Niego con la cabeza.

—¿Podemos saltarnos la parte del médico? —le pido, él me mira serio—. ¿Por favor?

Parece pensárselo de verdad. Y por un momento llego a creer que dirá que no, pero de alguna manera he logrado convencerlo.

—Intentemos algo, ¿de acuerdo? —dice, noto alivio en todo el cuerpo—. Si no funciona, te llevaré al doctor. Temo que sea más delicado de lo que parece.

Asiento con la cabeza.

Me levanto y me lleva al lavabo. Abre el grifo y mete mi mano bajo el chorro de agua mientras enjuaga el corte con cuidado, hago una mueca.

—Eso duele —me quejo.

—Necesito lavarte esa herida, y seguro que el doctor lo haría con mucho menos cuidado —frunce el ceño, concentrado. Mantiene los ojos fijos en su tarea—. No te pongas testaruda ahora.

Suspiro de alivio cuando cierra la llave. Va por el botiquín y toma una gasa, mantiene presión por un rato. Parece funcionar.

—Parece que te has salvado esta vez —me mira, sonríe—. Menos mal, ya estaba preparándome mentalmente para un berrinche camino al coche.

Frunzo el ceño. Veo que aplica el ungüento con cuidado y me venda la herida.

—No tengo cuatro años para hacer una rabieta —señalo.

Escucho su risa, me levanta la mano y deja un beso sobre las puntas de mis dedos.

—Pero sí veintiséis.

Alzo una ceja, él me mira divertido. Se acerca, y me toma de la cintura. Y de pronto, su mano baja, y se queda sobre mi vientre. Le echa un vistazo.

—Ya ha comenzado a notarse más. ¿No es cierto?

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