Capítulo 37

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—Artemis, déjame acompañarte —le suplico con cara de cachorrito abandonado.

—No.

—No te daré más información —lo amenazo.

—No lo dijiste con fines de ayudarme, se te escapó —me recuerda.

—¿Fuiste tú, Atenea? —pregunta ofendido Ares.

—Por favor... Si me llevas prometo no meterme en problemas lo que resta de la semana —le digo, ignorando el comentario de Ares.

—Atenea, es jueves.

—Podrían llamarte el viernes.

—Está bien, ven conmigo —dice señalando la entrada.

—¿Yo puedo ir?

—pregunta mi hermano.

—No, te quedas y limpias la casa —ordena.

Ares me mira mal y yo le saco la lengua. Iba a decir algo, pero Artemis cierra la puerta.

—¿Vamos a buscar a papá?

—Sí.

Subimos al Jeep de Artemis, y él comenzó a manejar, pero no lo hacía como siempre, sino como flash.

—¿Puedes bajar un poco la velocidad? —pregunto asustada, intentando agarrarme del asiento.

—No.

—¿Por qué eres así?

—¿Así cómo?

—Mandón e insufrible.

—Lo saqué de la familia. Tú también lo heredaste, y eres peor que yo —acelera aún más—, pero no te diste cuenta aún.

—Ok, ok, lo que tú digas. Baja la velocidad, me va a dar un infarto.

—No se me da la gana.

—Le voy a decir a papá.

—¿Qué le vas a decir? —comienza a imitar mi voz—. Papi, mi hermano malvado iba muy rápido en auto.

—Exactamente, agregando algún que otro insulto. Baja la velocidad, tarado.

—Repítelo y subo aún más la velocidad.

—Joder. Uno, dos tres, no te vas a morir, cinco, ay pero que cerca de chocarnos con ese auto, seis, puta que miedo, siete.

—¿Podrías callarte?

—Cuando seas un conductor prudente lo consideraré.

—Soy un conductor prudente, todavía no nos hemos estrellado contra algo.

—Pero no falta mucho para eso. ¡Cuidado con el perrito!

El auto frena de forma abrupta y me golpeo la cabeza.

—Te dije que no eras prudente. Ahora me duele la cabeza —digo adolorida.

Artemis empieza a reír a carcajadas y lo miro extrañada.

—¿Qué te pasa, estúpido?

—Fue muy gracioso ver tu cara de susto y cuando tu cara se estrelló contra el vidrio —dice y comienza a reír nuevamente.

—Apolo sigue en la comisaria —le recuerdo.

—Cierto —deja de reírse y alrededor de dos minutos después estábamos en la oficina de papá.

Al llegar, me pidió que lo esperara abajo y no hablara con nadie.

Por mi parte—como siempre—, ignoré su pedido.

La hermana de los HidalgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora