Capítulo 28: Déjala en paz

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Mierda.

Estábamos saliendo del consultorio del doctor del pueblo en silencio. Tanto Judith como yo estábamos procesando lo que acababan de decirnos. Sentía que con cada paso que daba levitaba de alegría, era un sentimiento extraño, pero sonreía como idiota. Y a mi lado la sonrisa de Judith parecía iluminar mi camino.

Y es que debido a la experiencia que teníamos, la noticia había sido menos aterradora que la primera vez. No iba a negar que los miedos e inseguridades seguían presentes en nosotros, pero podíamos sobrellevarlo mejor.

Angus nos había enseñado a ser padres, me había demostrado que dentro de todo podía ser un buen papá para él y sabía que podía serlo para su hermano o hermana que nacería en otoño. Judith acariciaba su vientre, aunque este aún no crecía, pero entusiasmada pasaba sus manos por sobre el lugar donde el pequeño se encontraba.

—Ya quiero decírselo a Grace y Joss —dijo Judith al tomar mi mano—. Ellos han estado tan ocupados con la reconstrucción del hotel que una buena noticia les sentará bien.

—Entonces, ¿la inauguración será la próxima semana?

—¡Sí! ¡El Nuevo Golden Hotel! —Su dulce voz sonó emocionada y su sonrisa brillo más que las estrellas—. ¡Mejorado y ampliado! Grace tendrá un mejor puesto, yo no trabajaré como antes, pero siempre estaré colaborando con ellos. Son mi familia y Joss dijo que ese lugar siempre será mi hogar.

—Eso es...

—¡Auxilio! —Una voz femenina gritó con desespero.

Tanto Judith como yo nos miramos alarmados. De inmediato toqué el revólver mientras los gritos de auxilio continuaron viniendo desde el mismo lugar.

—Ve a buscar a Leonard. Ten cuidado —dije para alejarla de aquella situación.

Ella corrió en dirección a la nueva comisaria de Leonard y yo seguí en sentido contrario hacia el pequeño callejón que había entre la pensión y unas casas cercanas al Golden Rose, desde ahí venían los gritos y se seguían escuchando gruñidos e insultos de una voz masculina junto a los quejidos de esta joven.

Cuando estuve ahí desenfundé el revólver.

—¡Déjala! —Apunté al sujeto despeinado de barba que sostenía por el cuello a una muchacha—. ¡Suéltala, maldito degenerado!

—Esta puta se lo merece, ya no quiere trabajar y yo...

—¡No me importa! ¡Suéltala! —grité apuntando directo a su cabeza. Si no obedecía dispararía.

Él empujó a la pobre chica rubia que cayó lloriqueando al suelo polvoroso del callejón. El maldito imbécil que había osado en ponerle las manos encima intentó enfrentarme; quizás estaba en problemas, porque era más alto y corpulento que yo, pero no le tenía miedo.

Fruncí el ceño y disparé cerca de él. La chica se cubrió la cabeza contra el suelo y el imbécil se sobresaltó alejándose.

—¡Estás loco! ¿Por qué defiendes a esta puta? ¡Debería estar trabajando! Pero anda jugando a la mamá, se dejó hacer un hijo con un cliente, la muy estúpida. —Estaba ebrio, igual eso no le justificaba lo imbécil.

—Déjala en paz y vete de aquí.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —Leonard apareció con sus dos nuevos ayudantes jóvenes que apenas comenzaban el oficio—. Escuché un disparo, ¿está todo bien?

El ebrio nos miraba con su peor cara de idiota, la joven se secaba las lágrimas y se sacudía el polvo de su ropa, mientras que yo seguía apuntándole al sujeto con el dedo en el gatillo.

Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora