Capítulo 18: Perro de Paul

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Quería llevar a Judith a la orilla del río todos los días, porque quería besar y saborear su hermoso cuerpo todo el tiempo. Y es que era tan bella que me había vuelto adicto a ella, me gustaba más que el whisky y me hacía sentir una felicidad que pocas veces había sentido en mi vida.

¡Era increíble! No tenía nada y a la vez lo tenía todo. Era extraño, mi nueva vida era extraña. Me reía con ella cuando salíamos y disfrutaba el día a día, había empezado a trabajar de forma honrada y todo me parecía bien. Eran tan raro, pero estaba bien.

En el trabajo estaba bajo las órdenes del carpintero del pueblo: el señor Luis Cruz, quién era el encargado de la reconstrucción de la nueva comisaria de Leonard. El hombre aún seguía de luto tras haber perdido a su único hijo varón en la masacre; según me habían dicho, la hija menor lo había visto todo y no podía recuperarse del trágico evento. Por eso quizás el sujeto andaba de tan mal humor todo el tiempo.

Yo no le daba importancia, sabía que el hombre no lo estaba pasando bien, pero a veces sentía ganas de desenfundar y meter mi revólver en su boca exigiéndole un poco más de respeto, porque era insoportable tenerlo cerca dando órdenes como si fuera un general o nuestro carcelero.

¡Lo odiaba! Todo el tiempo venía a decirme algo: «¡apúrate, Phillips!», «¡estás haciendo todo mal, Phillips! », «¡eres muy lento, Phillips!». Todos los días, sin parar. Hasta pensaba en renunciar, pero necesitaba el dinero si quería proponerle matrimonio a Judith.

Ella no sospechaba nada, pero siempre estaba conmigo levantando mi ánimo y haciéndome olvidar el mal rato que había tenido durante el trabajo. Ella siempre andaba por la casa con una sonrisa; cuando no estaba ayudando a Mary-Anne con la colada de ropa, andaba con Grace en la cocina o descansando afuera en el balcón o el porche.

Cuando llegué ella salió a recibirme.

—¡Angus! —dijo dándome un ligero abrazo—. ¿Qué tal tu día, guapo?

—¡Muy bien! —mentí, había sido un asco con Cruz molestando y Jones mirándome con mala cara—. Pero pesado, ya sabes, mucho trabajo.

—Ya podrás descansar. —Caminamos juntos por el porche hasta entrar a la casa. Adentro estaba Mary-Anne acomodando todo para la cena—. Te esperaba porque quería darte esto —dijo mostrándome un sobre.

Abrí los ojos y lo tomé, como un idiota lo revise; tenía unas letras adelante. ¡Pero yo no podía leerlas! Judith me observaba como esperando que dijera algo, ¡no sabía qué hacer o decir! Había empezado a sudar, porque tenía que confesarle algo.

—Yo no sé leer, Judith. —Le devolví el sobre.

Ella se quedó mirándome con incredulidad. ¡Mierda! Ella me había visto 'leyendo' el periódico un montón de veces. Me sentí culpable al notar una leve decepción en su rostro, porque había descubierto que le había mentido.

—¿Quieres que te la lea?

Suspiré.

—Lo siento, Judith —pronuncié en voz baja. Mary-Anne andaba cerca y no quería que nos escuchara. Ya quería tener mi propio hogar, porque a pesar de agradarme esta gente, quería tener un espacio más solitario para poder hablar con Judith esta clase de temas—. Tenía que ocultar las apariencias. Nadie debía saber que era un bruto ladrón, sino un viajero ilustrado.

—Lograste engañar a todos —expresó con una sonrisa y los ojos bien abiertos—. Yo puedo leer tus cartas por ti si quieres, a menos que sea la carta de alguna mujer que quiera clavarte sus garras, ahí no leeré.

—¿¡Qué!? ¡No! No hay ninguna...

—¡Te estoy molestando! —dijo luego de interrumpirme con una carcajada—. Yo debería clavarte mis garras —pronunció en tono seductor y pasó con suavidad sus uñas por la parte de mi pecho que estaba descubierta.

Diablos, Judith.

Sentí cosquillas y a la vez me abrumó el calor, de haber estado solos en esa casa, la habría llevado de inmediato al cuarto. Pero al estar la familia de Leonard y Grace allí, tuve que concentrar mi bruta cabeza en otras cosas para olvidarme de esa tan simple y candente acción de la señorita Dubois.

—Quisiera saber que dice la carta.

Ella la tomó y observó.

—El destinatario eres tú, señor Angus Phillips. Pero no tiene remitente.

Abrió el sobre rompiéndolo con cuidado y sacó otro papel de adentro. Este no tenía muchas letras; ella las leyó y se quedó mirándolo, al parecer no era algo bueno debido a su reacción: la sonrisa se borró de su rostro y por un momento no se animó a mirarme.

—¿Qué es?

—Dice: «Sé quién eres, ladrón. Asesino. Perro de Paul».

Ambos nos quedamos en silencio.

—¿Sólo eso?

—Sí. —Guardó la carta en el sobre, arrugó la frente y me miró preocupada —. ¿Qué harás?

—Nada, no están pidiendo algo a cambio, sólo es una especie de advertencia. Alguien sabe quién era antes y usará eso para cagarme en algún momento.

—Ten cuidado, Angus. —Se acercó a darme un abrazo—. Deberías decirle a Leonard.

—¡Oigan! —Mary-Anne nos interrumpió—. Ayúdame con la mesa, Judith y tu Angus puedes, por favor, subir y avisarle a Joss que la cena está servida.

—Aún no la sirves.

—¡Ve y dile! —ordenó molesta y reí para mis adentros.

Durante la cena estuvimos en silencio, al menos, Judith y yo; también Joss que desde el incendio de su hotel estaba en un lamentable estado de tristeza y decepción. Leonard llegó sentándose en la cabeza de la mesa y se puso a conversar, él ni siquiera terminaba de masticar su comida que ya estaba hablándonos de lo que había pasado en el día.

Mary-Anne escuchaba a su lado con mala cara y Grace interrumpía el parloteo del comisario con acotaciones en tonos coquetos. Algo pasaba entre esos tres, pero no era asunto mío, así que no les di más importancia. Los niños de Leonard y Mary-Anne comieron en silencio hasta que se levantaron de la mesa a volver a jugar.

Era una gran escena familiar, una a la que no estaba acostumbrado. Pero que me agradaba bastante, antes de Gold Springs siempre cenaba frente a una fogata o en alguna cantina apestosa, si es que Paul y Wallace no iniciaban un pleito antes de que me sirvieran el plato.

Todo parecía marchar de maravilla en esa casa, excepto que tenía una carta en mi bolsillo diciéndome que alguien sabía que era el perro de Paul.

Mierda.

¿Quién envió la carta?

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¿Quién envió la carta?


Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora