Capítulo 1: Angus

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ARCO 1

1856, California.

Mis piernas dolían y no podía ir más rápido, el corazón parecía que iba a salirse de mi pecho, ¡pero no podía rendirme! Porque si lo hacía moriría. Detrás de mí, como diez personas me seguían, insultándome y arrojándome con piedras y objetos que lastimaban.

—¡Maldito mocoso! —gritó un hombre canoso que corría junto a la multitud—. ¡Te vamos a atrapar!

Ellos querían matarme por ladrón. ¿Lo merecía? Quizás sí, para ellos he sido un grano en el culo desde hace tiempo, pero nunca tuve otra opción. Y aunque sabía que se sentía de la mierda que alguien te robara, no iba a dejarme atrapar. Así que intenté escapar corriendo más rápido.

¡Jamás iba a detenerme!

Al menos eso pensaba hasta que mis piernas no pudieron más y caí acalambrado sobre la polvorosa calle; mis rodillas se rasparon agregando otra herida más a mi maltratado cuerpo apedreado y débil. Estaba hambriento, ¡no había comido bien en días!

La vida en las calles era dura, eso lo aprendí desde muy temprana edad. Pero siempre la cosa podía ponerse peor, como en esta ocasión.

Mi respiración estaba agitada, mis heridas sangraban y para empeorar las cosas otra roca impactó en mi espalda, haciéndome retorcer de dolor sobre la sucia calle empedrada. No quería rendirme, pero mi cuerpo no podía seguir.

Será mi fin...

Cerré los ojos y traté de hacerme lo más pequeño posible esperando que esta gente me agarrara y terminara de lincharme por ser un maldito ladrón. No quería que pasara, pero a la vez tenía ansias de que suceda, porque terminaría con mi existencia en este horrible mundo. No había vivido mucho, tampoco había vivido bien...

Estaba temblando, no me atrevía a levantar la vista, esperaba esos golpes, pero estos jamás llegaron. En vez de eso, un disparo de revólver me hizo dar un sobresalto, estaba a punto de orinarme en los pantalones del miedo que tenía.

Mierda. ¡Van a matarme a tiros! Pensé apretando los dientes.

—¡Déjenlo! —dijo una voz gruesa y ronca con bastante seriedad.

—¡Es un ladrón! No es la primera vez que roba. ¡Nos tiene hartos! —Se quejó el sujeto que lideraba al grupo furioso que quería matarme.

—Dejen al muchacho en paz —advirtió el hombre de la voz ronca, que al parecer era mi defensor—. Wallace —llamó a su compañero rubio y este apuntó con sus revólveres al grupo.

De a poco había levantado la vista para verlos mejor, eran mayores que yo, pero bastante jóvenes. Estaban armados y vestidos con gabardinas desgastadas y bandanas al cuello.

La muchedumbre enfurecida se quedó mirándonos con mala cara, hasta que el rubio con la cicatriz en el rostro disparó con sus dos revólveres a los pies de mis agresores. Sonreí al ver que el grupo enojado se marchó intimidado debido a la amenaza del rubio que obedecía a mi defensor de voz gruesa.

—Levántate muchacho. —Mi defensor agarró mi delgado brazo para levantarme del suelo—. ¿Cómo te llamas?

—Angus —gruñí con la boca seca—. Angus Phillips —dije todavía conmocionado.

—Soy Paul, no usamos apellidos —dijo al estrecharnos las manos—, él es Wallace. —Apuntó con el dedo al rubio con la cicatriz en la mejilla que inclinó su sombrero.

—Un gusto —pronunció en voz baja.

—Y el callado que está al frente es Gaucho. —Señaló al sujeto que nos miraba desde la distancia. Ni siquiera noté su presencia antes—. No habla mucho nuestro idioma, pero entiende lo que le dices.

—Un placer conocerlos. —Fui cortés. Ni siquiera sabía dónde había aprendido a ser cortés, pero podía hacerlo con quienes se lo merecían y estos caballeros se lo merecían—. Llegaron en el momento justo.

—Lo sé Angus, ahora estás a salvo. Esos infelices no volverán a molestarte —dijo mirándome a los ojos.

De cerca pude notar que Paul era apenas unos años mayor que yo, era fornido, de cabellos castaños y barba candado. Para mí él era un héroe, llegó en el momento indicado a defenderme y salvarme la vida.

—Fue mi culpa. He estado robándoles todo este tiempo —confesé sintiendo la culpa en mi pecho. No quería ser un ladrón, pero necesitaba serlo, al menos hasta conseguir un trabajo decente.

—¿Tu culpa? —Él levantó la voz—. ¡No tienes la culpa de que ellos tengan y tú no! ¿Qué les robaste? ¿Dinero? ¿Comida?

—Ambos. —Agaché la cabeza. Él suspiró.

—Cuando era niño y me quedé huérfano. La gente del pueblo donde vivía me hizo a un lado. ¡Nadie me ayudó! Comencé a robar para comer porque me dejaron sin nada. ¿Sabes qué hicieron cuando me descubrieron? —preguntó y sé quedó mirándome. Yo no contesté y esperé callado su respuesta—. ¡Intentaron lincharme y me corrieron del pueblo! —Sentenció finalmente luego del silencio.

—Entiendo.

—Ellos obtienen lo que se merecen por ser egoístas —pronunció con desprecio—. Puedes quedarte con nosotros, Angus. Somos una hermandad, nos protegemos entre sí. —Palmeó mi hombro.

Asentí aceptando su invitación. Estaba solo sobreviviendo a duras penas, quizás con un grupo así podía salir adelante. Tener un plato de comida todos los días era mi mayor anhelo.

—¡Bien! Angus, bienvenido a la pandilla.

—Gracias —respondí y saqué de entre mi ropa el pan que me había robado.

Lo compartiría con mis defensores y nuevos amigos.

Lo compartiría con mis defensores y nuevos amigos

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Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora