Capítulo 12: No es tu culpa

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Conocía los movimientos de Paul, así que, en el momento de desenfundar, balanceé la parte superior de mi cuerpo unos centímetros a la derecha, al mismo tiempo que sacaba el revolver y disparaba.

Paul también disparó y al hacer ese movimiento rápido pude sentir como una bala volaba mi sombrero por el aire. Si no me hubiese movido unos centímetros, la bala me habría golpeado en la cabeza.

Sabía que Paul siempre apuntaba a la cabeza y fui un bastardo demasiado afortunado al lograr esquivar esa bala por poco.

El segundo disparo que efectuó Paul fue accidentalmente al caer momentos después de recibir un balazo en su pecho.

Me quedé unos segundos viendo paralizado como sangraba y moría, no duró mucho tiempo. Me sentí raro, quería matarlo y a la vez no... Acababa de matar a alguien que me importaba, que consideré un amigo y un mentor. Pero Paul causó un gran caos en el pueblo, estaba desbocado y alguien tenía que ponerle un freno.

Suspiré y volteé a mirar el hotel.

—Judith —susurré para mí mismo y salí corriendo hasta el edificio incendiándose.

La recepción y el comedor estaban consumidos por las llamas que llegaban hasta arriba donde estaban las habitaciones superiores, era imposible entrar por la parte delantera, así que corrí hasta la parte trasera donde estaban las letrinas y los tenderos de ropa donde estaba la puerta que solíamos usar para salir a fumar y charlar con Judith.

Le di una fuerte patada a esa puerta que se abrió de par en par dejando salir el humo en mi cara. Tosí esparciéndolo con las manos y me adentré al hotel.

—¡Judith! —grité, luego cubrí mi boca y nariz con mi brazo.

No podía ver nada, el humo hacía arder mis ojos y la respiración cada vez se me dificultaba más. Las maderas crujían y probablemente el edificio se vendría abajo en cualquier momento. No había rastros de nadie en el lugar y empecé a sospechar que Paul me había engañado y Judith ni siquiera estaba aquí.

Mierda, hasta después de muerto seguía fastidiándome.

Traté de olvidar su maldita risa burlona y continué hasta la habitación de servicio que Judith y Grace compartían; debía admitir que desde que la conocí sentía curiosidad por ver ese cuarto, pero no en este horrible contexto.

El calor me abrumaba haciéndome sudar y el humo estaba volviéndome loco, dificultándome la visión y haciéndome toser, no había un solo lugar que no estuviese prendido fuego en ese cuarto; las camas, los muebles, incluso la pila de libros que seguro pertenecían a Judith.

Era una pena, pero para mi alivio, ella no estaba ahí.

No sabía si sentirme tranquilo por no encontrarla entre el fuego o preocuparme por el simple hecho de no saber dónde mierda estaba. En eso, luego de toser como un condenado, recordé que Paul no encerró en mi habitación. Esta era la más barata y la que estaba última en el pasillo, así que corrí hasta ahí esquivando las llamas hasta que llegué y le di una fuerte patada a la puerta que se abrió, dejándome ver a Judith amordazada junto al dueño del hotel.

Estaba atada de pies y manos, lloriqueando de la desesperación e intentando salirse de ahí. ¡Oh! Mierda, cómo la entendía. Los momentos que estuve atado en el árbol habían sido eternos y aterradores.

El señor dueño del hotel estaba inconsciente, bastante golpeado y lastimado; mientras que Judith tenía el vestido rasgado, empezaba a temer lo peor y sentía ganas de revivir a ese maldito hijo de puta de Paul para matarlo otra vez. Judith lloraba y parecía que se ahogaba con esa mordaza, por eso me apresuré en quitársela.

Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora