Capítulo 20: El viajero

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La mamá de Edmund solía traerme sus cartas hasta el hotel y luego se marchaba con la promesa de ir a ese maldito sastre, todos los días la esperaba sintiéndome desanimada, hasta que algún libro me transportaba hacia otro sitio lejano de la realidad.

Con los libros me escapaba de todo, en ellos no estaba comprometida, ni tampoco esperaba a la madre de Ed para confeccionar ese horrible vestido que tanto rechazo me producía.

Un día por mi ventana vi el cielo nublado y las calles lodosas con varias personas caminando alegres, pues pocas veces solía llover en Gold Springs y cuando pasaba era todo un evento.

Grace había salido y Joss se encontraba en la recepción haciendo su trabajo, nunca pensé que vendría a la habitación a hablarme. Pero lo hizo, sus pasos siempre eran silenciosos como los de un gato y nunca lo oí llegar. Cuando lo vi parado en la puerta me sobresalté sorprendida, estaba serio y tenso. Algo ocurría.

—El señor Peter Jones te busca, está afuera.

Sentí un escalofrío, porque sabía qué tenía que ver con Edmund. Eran amigos y el chismoso Jones trabajaba en el Golden Post, algo me decía que quería escribir algún artículo de sociedad sobre nuestro inminente matrimonio.

—Vengo a darle el pésame, pequeña Judith. —Se quitó el sombrero en las escalinatas.

—¿El pésame? ¿Por qué?

—¿No se enteró? —preguntó afligido—. Mi amigo, Edmund, murió en combate —dijo evitando mi mirada y yo me quedé helada.

El chismoso Jones había querido ser el primero en anunciar la noticia en el pueblo, ni siquiera había tenido respeto por la familia que seguramente estaba desbastada. Tampoco por mí, aunque yo no sentía nada por mi prometido, no estaba ni triste, ni feliz.

Dejé a Jones hablando solo cuando entré al hotel y él tuvo que irse a seguir propagando chisme. Seguí caminando hasta el patio trasero porque necesitaba respirar aire fresco a solas, sentía una cierta culpa abrumadora en mi pecho, porque indirectamente lo había deseado. No era mi culpa que haya muerto, pero si la de haber querido que pasara.

Estuve respirando hondo por un momento, las sabanas tendidas estaban secas y se mecían con la brisa a mi lado; debía recogerlas para guardarlas, pero en un momento así ni se me ocurría trabajar. Acababan de decirme que mi detestable prometido estaba muerto.

Terminé de tomar aire y partí hacia el hogar de los Learmonth, en las afueras de Gold Springs, no tan alejada, pero a una distancia prudente como para hacerme ir en el caballo de Joss. La casa era grande, tenía dos pisos, techos empinados y una pequeña torre redondeada, era una de las pocas casas en el pueblo que se veía diferente.

Allí encontré a mis colegas empleados del hogar que iban y venían de la casa a los carruajes con objetos y maletas. Parecía que la familia estaba planeando mudarse o hacer una remodelación en la casa, más me inclinaba por la primera opción, aunque siendo ellos personas ostentosas no parecía tan descabellada la idea de la remodelación.

La mamá de Edmund se asomó por la ventana salediza y luego apareció en el porche con los ojos irritados e hinchados y un pañuelo en sus manos con el que secaba sus lágrimas.

—Lamento, no haberte avisado, Judith, pensé que alguien lo habría hecho. La carta llegó ayer. —Su voz sonó quebradiza.

—Entiendo, lo lamento...

—¡Señorita! —El padre de Ed apareció desde el interior de la casa—. Justo estamos preparando la mudanza. En este Estado no hay lugar para gente como nosotros, además... Bueno, se debe haber enterado la noticia de nuestro hijo.

Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora