Capítulo 31: Lo lamento

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Judith se quedó mirándome con la boca abierta, le había costado procesar lo que acababa de decirle. Ella no podía creerlo. Pero de pronto las lágrimas comenzaron a emerger de sus bellos ojos y mi corazón se estrujó al verla tan entristecida.

Se acercó a mí para abrazarme buscando consuelo y cuando estuvo rodeada por mis brazos dejó salir el llanto sobre mi pecho, su cuerpo temblaba y sus lágrimas mojaban mi camisa. Había recibido una noticia muy dolorosa.

—Lo lamento mucho, Judith —dije consternado. A mí también me había dolido.

Ninguno de los dos imaginamos que el día terminaría de esa forma.

Y es que en la mañana ambos estábamos de muy buen humor, porque ya habíamos olvidado esa disputa que tuvimos a causa del ebrio que molestaba a la señorita Smith, todo marchaba de maravilla, teníamos trabajos y estaba ahorrando para poder establecer un negocio una vez que terminara el establo.

A veces conseguía algo en el pueblo, pero principalmente trabajaba para Joss, Judith también les daba una mano cuando podía, porque solía pasar sus jornadas en casa de Mary-Anne, quién le pagaba por ayudarle con los quehaceres en su enorme casa.

Si no le pagaban, Judith hubiera ido igual, porque Mary-Anne nos tenía muy preocupados, al parecer su salud estaba delicada, ya que ambos habíamos notado lo cansada que siempre estaba, además de sus quejas por dolores estomacales y la delgadez que estaba adquiriendo día a día.

Para sumarle más preocupaciones a la situación con Mary-Anne, también estábamos al tanto de su relación con Leonard, que al parecer no estaba en muy buenos términos y eso a ella le afectaba mucho. Por eso Judith, además de hacer el aseo, también le regalaba unas horas de distracción y cotilleo; más que trabajo para mi esposa, era más una visita a una buena amiga.

Como siempre, la dejaba con Angus y Jodie en la casa de nuestra amiga, para irme caminando hasta el Golden Hotel a ver qué necesitaban Joss y Grace. El día estaba claro, no hacía calor, ni había viento que hiciera rodar las plantas rodantes.

Mis botas hacían crujir la tierra y mi mente andaba distraída en lo que caminaba por las calles junto a los carruajes y jinetes, allí fue que me crucé con Christy Smith, que andaba con su pequeña hija de la mano, al parecer tenía la misma edad que mi Angus.

Recordé ese altercado que tuvimos con su agresor y agradecí que la niña no estaba con ella en esa ocasión. Ambas me preocupaban, por eso aceleré el paso para hablarle.

—Oiga, señorita Smith —llamé y la mujer volteó a verme con mala cara.

—No estoy trabajando, además, no me acostaría con usted, ni aunque me diera todo el dinero que el alcalde le dio.

—¡¿Qué?! —pregunté escandalizado—. ¡No! Yo no quiero... ¡No! Sólo le quería preguntar si estaba bien, después de lo del otro día. ¿Él no volvió?

—Cómo va a volver si usted lo dejó manco, casi se va en sangre —pronunció con desprecio, un poco más me escupe en la cara—. Por suerte no ha vuelto. ¿Supongo que quiere que le agradezca?

La postura de la señorita Smith y su manera de hablarme me daba a entender que me detestaba, no entendía el motivo, jamás nos habíamos visto, ni hablado.

—Me da igual, sólo hice lo que tenía que hacer —respondí viendo su cara. La vida no había sido amable con ella—. Usted debería hablar con Leonard sobre ese sujeto, ya varías veces me ha dicho que no ha presentado cargos contra él.

Ella soltó una carcajada con ironía, la pequeña niña rubia a su lado nos miraba casi sin entender nada; era muy pequeña aun por suerte.

—Nadie le creería a una puta, señor Phillips. —Agarró la mano de la pequeña—. Lo único que me importa es que ella esté bien.

Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora