Capítulo IV

100 4 0
                                    

Me volví loco, con largos intervalos

de horrible cordura.

Edgar Allan Poe


Capítulo IV

Mientras me doblo del dolor en el suelo y veo a Kate correr como si de eso dependiera su vida, recuerdo el día que empezaron mis sospechas...

***

Quédate siempre conmigo, bajo la forma que quieras, ¡vuélveme loco! Pero lo único que no puedes hacer es dejarme solo en este abismo donde no soy capaz de encontrarte.

Cuando leí Cumbres Borrascosas por primera vez, tenía casi doce años y mi mamá prácticamente me había obligado, puesto que era su libro favorito. En esa primera leída, Heathcliff me había parecido un tipo totalmente loco, con claros problemas mentales. Para mí era ilógico que una persona tuviera esos impulsos e hiciera todas las cosas malvadas que él hizo, sólo por haber perdido a su cuasi novia. Nadie en el mundo podía querer tanto a otra persona para desear que su fantasma lo volviera loco.

Ahora, casi seis años después, temo confesar que prácticamenteme sé el libro de memoria y el deseo de Heathcliff se había vuelto el mío.

Me encontraba pensando en eso, sentado en una banca de la escuela mientras releía el libro por trillonésima vez, esa vez con la excusa de mi tarea de Literatura. Que Elena regresara a mí, bajo cualquier forma posible, era mi más grande deseo.

El mes pasado había sido el segundo aniversario de su muerte y la herida estaba reabierta. Ése es el problema con los aniversarios, ¿cómo es posible olvidar algo si cada año vuelve a ti con la misma fuerza de la primera vez?

Pero su fantasma no había vuelto y mi mente no era lo suficientemente fuerte para crear una ilusión convincente. Debía aceptar que su partida era definitiva, para siempre; tal vez era momento de continuar mi vida y dejarla en el pasado.

Al guardar el libro en mi mochila para encaminarme hacia mi habitación, vi a una chica pasar a mi lado corriendo a toda velocidad, ella me parecía conocida de las clases de Cálculo y Literatura. Apretada en su pecho llevaba una pequeña caja negra que protegía de todas las miradas, era tanta su urgencia por huir de algo o por llegar a algún lugar, que poco o nada se fijaba en las personas que empujaba a su paso.

En el momento en que pasó, olvidé lo acontecido; una chica corriendo como si hubiera perdido la razón no era, ni por mucho, lo más raro que los pasillos de esta escuela hubieran visto.

Antes de poder entrar a mi habitación, Daniel, mi compañero de cuarto y lo más cercano que tenía a un amigo en este colegio, me interceptó en la puerta, su cara era una mezcla de perturbación y preocupación.

-¡Juro que yo no fui! -fueron sus primeras palabras.

-Tú no fuiste, ¿qué?

-Hombre, el cuarto es un desastre, sobretodo de tu lado. Tienes que verlo por ti mismo -una vez dicho esto, Daniel abrió totalmente la puerta número 24.

Decir que el cuarto era un desastre, se quedaba corto. Todos los cajones y las puertas del closet estaban abiertos, la ropa regada por la pieza entera, el colchón de mi cama incluso se encontraba tirado a la mitad de la habitación. No voy a mentir diciendo que nuestro cuarto era una oda a la limpieza, seamos sinceros, pero tampoco es como que alguna vez hubiéramos permitido que el desorden llegara a ese extremo.

-¿Qué chingados pasó aquí? -dije mientras levantaba una tanga de hombre con trompa y orejas de elefante. Ni siquiera iba a preguntar sobre eso.

Atrapada en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora