Capítulo XVI

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Si puedo evitar que un corazón sufra, no viviré en vano;

si puedo aliviar el dolor en una vida, o sanar una herida

o ayudar a un petirrojo desmayado a encontrar su nido, no viviré en vano.

Emily Dickinson


Capítulo XVI

Cuando despierto, lo primero que siento es el vómito atravesar todo su camino hacia fuera. No tengo nada en el estómago, así que lo que sale es sólo un líquido amarillo que sabe a rayos, en seguida lo identifico como bilis, y éste llega seguido por la sangre; las arcadas y espasmos que me atacan son lo peor, pues mi organismo intenta sacar algo que le hace daño, pero no puede.

Una vez que mi cuerpo termina de expulsar lo imposible, me llega otro terrible dolor, esta vez parecido al primero, atravesándome por la zona torácica. Sé que pasará pronto, pero eso no mitiga el tormento o impide que me retuerza en el suelo, soltando alaridos y maldiciones contra el ser divino que me puso aquí para sentir esto. Sin embargo, algo cambia y hace de esta experiencia algo distinta a las demás, empiezan lo que parecen ser alucinaciones.

Imágenes de mi niñez se mezclan con ráfagas de una infancia ajena. De un momento a otro, paso de verme siendo abrazada por mis papás cuando era casi una bebé, a pelear con Dante por el control de la televisión, y luego a la imagen de una niña de ojos grises corriendo entre el bosque, que ríe como loca a pesar de ser atacada por un ejército de hormigas, o la misma niña planeando una travesura con quienes reconozco como unas miniaturas de Xavier y Chris. Me veo en el aeropuerto llorando en silencio al ver cómo despega el avión de mi mamá que parte al otro lado del mundo y a la chica, abrazando con fuerza a dos mujeres extraordinariamente parecidas a ella, mientras un ataúd es introducido en el suelo. Siento todo, cada pena y alegría pasada, tanto suya como mía, siendo mezcladas en un torbellino sin sentido.

-Kate, por favor -una voz se va deslizando entre la bruma que es mi mente, hasta traerme de regreso a la realidad.

Por segunda vez en un solo día, lo primero que veo es la mirada preocupada de Chris. Estamos a un costado de la carretera, yo tirada al lado de un neumático de su coche con el rostro empapado en lo que pueden ser lágrimas o sangre, un estremecimiento me recorre el cuerpo ante la sola idea de la imagen que debo presentar.

Sin decir palabra, los brazos de Chris se deslizan bajo mi espalda y piernas hasta levantarme del piso, con cuidado me acomoda en el asiento del copiloto antes de cerrar la puerta y correr a su lado, arranca el auto y da marcha hacia el sentido contrario.

-¿A dónde vamos? -pregunto con un hilo de voz, ahora me siento tres veces más cansada que al inicio, lo que más deseo en este momento es poder dormir durante días enteros.

-De regreso al hospital -responde con una mirada de preocupación antes de volver a la carretera.

-¡No, Chris! Por favor -intervengo en cuanto la idea llega a mi cabeza, lo último que quiero es regresar a ese lugar, mucho menos ahora que he comprobado que no me pueden ayudar en nada y que mi supuesta enfermedad ya tiene nombre, pero también apellidos. Lo único que de verdad necesito es regresar a mi cama y perderme entre sus sábanas.

-¿De qué hablas, Kate? -pregunta Chris con creciente confusión-. Obviamente debemos regresar, acabas de vomitar sangre y bilis mientras gritabas de dolor, no puedes sólo ir al internado como si nada hubiera pasado.

-Es que tú no entiendes, ellos no pueden hacer nada por mí. No hay una cura lógica para lo que me pasa, lo mejor es que me dejes en mi habitación para que duerma todo lo que necesito.

Atrapada en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora