Capítulo X

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Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo;

y si todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado,

el universo entero se convertiría

en un desconocido totalmente extraño para mí.

Emily Brontë


Capítulo X

-¿Qué se supone que hagamos ahora?, ¿sólo seguiremos como si nunca hubiera pasado? -pregunta Elena en cuanto los dos estamos sentados en la camioneta, su voz llena de enojo y repugnancia.

-No lo sé, pero mi mamá parecía saberlo todo, ¿por qué actuaría así? No comprendo -mi confusión es real, Rosa se acostó con mi papá y cuando le conté a mi madre, actuó como si no fuera una cosa monstruosa. Ella es como su hija, ambos la vieron nacer y crecer junto a Elena y a mí, ¡casi se le podría llamar incesto, por el amor de Dios!

Elena arranca el motor y, tras un par de empujones, logra poner la primera y avanzar. Esto no parece tan buena idea como hace cinco minutos, Elena ya controla bien un coche automático, pero no la camioneta estándar...

-Pues es bastante obvio, ¿no? -su agresivo tono de voz me sorprende. Sé que está muy molesta, pero nunca me había hablado así, como si fuera idiota.

-¿De qué hablas?

-Xavier, seamos honestos. Tú papá, mal hijo o no, es un tipo que se pudre en dinero -su voz va subiendo unas octavas-, es lógico que tu mamá no se quiera separar de la gallina de los huevos de oro...

-¿Cómo puedes decir eso? ¡Ella jamás haría algo así! -mi voz es incrédula, ¿cómo se atreve a insinuar una cosa tan enferma?

-¡Por favor, tu mamá no es ninguna santa! Es obvio que prefiere seguir con su vida llena de joyas y viajes lujosos que su propia dignidad; incluso si eso implica que tu papá se acueste con Rosa bajo su propio techo -su tono es venenoso, lleno de aversión.

-¡Ya basta, Elena! ¡No hables mierda sobre algo que no sabes! -mi grito nos sorprende a ambos. Nunca, en toda mi vida, le había alzado la voz ni una sola vez.

El silencio que sigue es ensordecedor, los ojos de Elena están empañados de lágrimas y en seguida me siento culpable, pero no me siento capaz de pedir perdón en este momento. Miro por la ventanilla y me sorprende el fondo borroso en el que se ha convertido todo por la velocidad, cuando volteo al tablero, veo que vamos a más de 120 kilómetros por hora.

-Elena, baja la velocidad, vas muy rápido -advierto con tono seco, afortunadamente me hace caso. Cuando intenta bajar a tercera, no pisa el embrague a tiempo y el auto frena bruscamente antes de retomar la velocidad.

-Lo siento -dice con un murmuro, aún suena molesta, pero más apaciguada y cansada.

-Detente ahí -digo señalando un pequeño claro al costado de la carretera, no estoy seguro de dónde nos encontramos, pero estamos muy lejos de casa.

Sin mediar palabra, hace lo que le indico. Cuando frena, no se mueve en absoluto, sólo se queda sentada, viendo fijamente el parabrisas con las manos apretando fuertemente el volante. El silencio es nocivo y no lo soporto más; de un salto salgo de la camioneta, la rodeo y me recargo en la defensa. Un nudo de frustración, enojo y tristeza se aferra en mi garganta. Frente a mí, el paisaje es tranquilizador, sólo un puñado de robles iluminados tenuemente por los faros del carro, un pequeño movimiento entre los arbustos me distrae, probablemente una ardilla.

Atrapada en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora