Capítulo XV

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Y entiérrame a tu lado

no tengo esperanza en la soledad.

Y el mundo seguirá debajo de la tierra.

MUMFORD & SONS


Capítulo XV

Después del accidente... todo se pone borroso, hay mucho movimiento a mi alrededor pero son pocas las cosas que logro comprender con claridad.

Llega una ambulancia de la que descienden un par de hombres que se acercan para llevarse el cuerpo de Elena. Yo me opongo al principio, pues no quiero que la alejen de mí, pero hay un instante en que volteo a mirarla y me doy cuenta que ya no es ella.

La chica de la que me enamoré derrochaba energía por todos lados, su ser era la definición de vida. Tenía unos ojos desafiantes y se sabía dueña del mundo, una visión completamente diferente a la muñeca de color grisáceo, fría y tiesa al tacto, que ahora cargo entre mis brazos. Pronto dejo de poner resistencia y permito que se la lleven, la pongan en una camilla y la cubran con una delgada sábana blanca. De cualquier forma no puedo seguir mirándola, no así.

Alguien me zarandea con fuerza para hacerme reaccionar y le doy, con mucha dificultad, el número telefónico de mi madre. Colocan una manta sobre mis hombros y me revisan en busca de algún daño físico significativo. Durante todo este proceso permanezco quieto, como si el cuerpo vacío fuera el mío y no el de ella.

Intento concentrarme en el dolor que producen los golpes y cortadas que tengo por el accidente, pero no hay ninguna herida profunda. Además, nada se compara con el terrible hueco que ha quedado en mi interior. Después de todo... ¿qué puede ser peor que tener un corazón marchito?

-Tenemos que entregar el cadáver. ¿Ya localizaron a los padres? -menciona uno de los paramédicos, mirándome de reojo con semblante preocupado. Por un momento creo que se refieren a mí, pues no es posible que yo siga con vida.

Estoy asustado, sorprendido, mi mente no alcanza a comprender qué ha pasado y mi estúpido corazón no deja de hacerse ilusiones: se promete que en cualquier momento ella se levantará y saldrá victoriosa de esta situación, como siempre lo hace. Pero Elena no vuelve a respirar, se queda inmóvil. Yo, por otro lado, me siento cada vez más débil y pronto pierdo la consciencia.

Cuando despierto, estoy en mi habitación, no hay nadie cerca a quién preguntarle cómo llegué aquí, así que comienzo a acariciar la idea de que todo ha sido una terrible pesadilla, pero el tremendo dolor que siento en el pecho me regresa a la realidad.

Miro a la derecha y encuentro un traje negro recargado sobre el buró. Me levanto lentamente y comienzo a vestirme mientras busco mi celular para ver la hora. Son casi las 7 de la noche, así que deduzco, me estoy arreglo para asistir a un velorio.

Cuando bajo las escaleras, la imagen que veo termina de destrozarme: Teresa está de rodillas, recargada sobre el féretro, llorando desconsolada, su respiración es entrecortada y da la impresión de que en cualquier momento se desarmará en mil pedazos. A su lado se encuentran mi madre y Rosa, una de cada lado, ambas tienen el rostro hinchado y el rimel batido en las mejillas. Sin embargo, lo que de verdad hace que luzcan demacradas, es la fina capa de culpabilidad que cubre sus expresiones.

Suena egoísta, pero lo cierto es que al verlas no puedo evitar preguntarme si las lágrimas que han derramado son por la muerte de Elena o porque saben que nunca podrán librarse de esa responsabilidad.

Paseo la mirada por el salón, hay muchísimas personas con ropa elegante que hablan en voz baja y me dirigen miradas llenas de lástima. Seguramente saben quién soy y si yo estuviera más lúcido, también los reconocería.

Atrapada en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora