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Claro que los enanos se quejaron, hasta parecían niños

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Claro que los enanos se quejaron, hasta parecían niños. Apenas habían salido de ahí como para meterse de nuevo. Incluso el hombre se mostró en desacuerdo, así que la mirada de la reina se ensombreció mientras su rostro permanecía igual de dulce y él retrocedió para darle paso. Se presentó solo como Elentari, no era necesario que la llamara reina, porque no lo era, y él por fin le dijo su nombre: Bardo. Iban los dos mientras él conducía la pequeña barcaza y los enanos se escondían en los barriles. La reina tenía mucho tiempo que no salía de los confines del Bosque Negro, nunca había pisado la Ciudad del Lago.

—Thorin— tocó el barril como si fuera su puerta y este salió—. Es una maravilla, ¿no es así, majestad? — ambos cruzaron miradas y sonrieron.

—El dinero, ahora— se acercó.

—Lo tendrás cuando nosotros obtengamos lo que nos prometiste.

—Se dirigirá a nosotros— Elentari llamó su atención.

—Si valoras tu libertad, haz lo que te digo.

—Vuelve adentro— Elentari le entregó las monedas que los enanos llevaban encima y uno de sus collares.

—Debería entrar en uno.

—No quepo ahí— sonrió divertida.

—La pueden lastimar— se escuchó a Fili.

—Yo seguiré el barco, confíen en él— la reina brincó de vuelta al agua. Se agarró mientras Bardo conducía. Nadie la notaría ahí en el mar. Al llegar, Elentari subió al barco, sorprendiendo a varios pobladores cercanos y comenzó a voltear los barriles para que los enanos salieran—. ¿Cómo sigues?

—Estoy bien.

—No está mal pedir ayuda.

—¿Y usted? — Bofur le entregó su espada.

—Sanaremos— agradeció con un abrazo.

—Síganme— dijo Bardo.

—Papá, están vigilando la casa— se acercó el hijo.

—¿Hay otra forma de entrar?

—No les va a gustar.

—Llévatelos, y tú indícame por dónde— se giró al niño.

—Una elfa no pasará desapercibida.

—Dame tu abrigo y nos vemos allá— el niño se lo entregó y comenzó la marcha por los techos, nadie volteaba hacia arriba. Asustó a las niñas al entrar por la ventana.

—Viene conmigo— dijo Bardo luego de los saludos.

—¿Por qué los enanos salen de nuestro inodoro?

—¿Nos traerán suerte?

—Ojalá— Elentari se quitó el abrigo y comenzó a buscar mantas para entregar a los invitados—. ¿Viste un fantasma?

—Sí, lo hizo.

—¿Fue durante la caída del Valle?

—Pero la piel del dragón es dura.

—Necesitamos una flecha negra.

—Si ese día la puntería de los hombres hubiera sido certera... muchas cosas serían diferentes.

—Hablan como si hubiesen estado ahí.

—Los hijos de Durin conocen la historia, mi hermano y yo lo vimos.

—Tomaste nuestro dinero, ¿dónde están las armas?

—Thorin— lo reprendió.

—Esperen aquí.

—Mañana comienzan los últimos días de otoño.

—El día de Durin será después de mañana.

—¿Tienes algo de ropa para mí? Quiero que me lleves al mercado para comprar víveres y hacer algo de comer para tus invitados.

—No irán.

—Eso lo decidirá Bardo.

—No vas a poner a mi hija en peligro.

—Llevaré mi espada.

—Los pueblerinos no andan por ahí con espadas.

—¿Qué es esto? — los enanos comenzaron a quejarse, Elentari dio un manotazo a la mesa.

—¿Y si toman lo que les ofrecen y seguimos? No creo que no sepan usar sus manos.

—Hay espías vigilando la casa, probablemente todos los muelles y embarcaderos del pueblo.

—¿No descansan?

—Deben esperar a que caiga la noche.

—Kili, déjame revisar.

—Estoy bien.

—No pregunté, voy a retirar el vendaje.

—Siéntate— se acercó Fili.

—Necesito geranio.

—Se la comen los cerdos.

—Yo vi unos— y antes de que pudiera detenerlo, Bofur salió corriendo de la casa.

—Niñas, necesito que me despejen la zona y preparen agua.

—Necesitamos ir por armas.

—Tu sobrino te necesita aquí.

—No nos tardamos.

—Thorin— lo jaló y este casi la golpea por inercia.

—Lo lamento.

—Tengan cuidado.

—Me quedaré a cuidar a mi hermano.

—Ayuden a la reina y no estorben— dijo Thorin a las muchachas.

—Las vas a asustar— se rio la elfa.

—Permítame— Fili retiró sus abrigos para maniobrar mejor, la reina se quitó sus armas y remangó.

—Vuelvan— Thorin asintió y los vio marchar.

—Estoy bien.

—No te muevas— espetó y el rostro de la reina se ensombreció, Kili volvió a su sitio y las niñas comenzaron a maniobrar a prisa—. Te voy a curar para que puedas ayudar a tu señor y juntos vayan a la Montaña.

—¿No vendrá con nosotros?

—Debo volver con mi hija, seguro ya me extraña— su rostro se suavizó.

—O te estará buscando.

—La quieres ver de nuevo.

—No.

—No me molestaría tenerte en la familia.

—¿A dónde fueron? — inquirió Bardo nada más volver.

ElentariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora