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—Señora— llamó Bardo mientras alzaba el brazo para frenar a sus hombres

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—Señora— llamó Bardo mientras alzaba el brazo para frenar a sus hombres.

—Ya oíste al Rey, ¿quieres una invitación?

—Bien, acabemos con esto.

—¡Envíen a las cabras!

—Thraundil.

—Ya lo escuché.

El Rey ondeó su capa frente a los arqueros dando la orden. Las cabras se abrían paso entre el ejército de Enanos. El Istari seguía exclamando que era una locura a tiempo que su hermano lanzó la primera horda, siendo flanqueada por las de los Enanos, los artefactos de los Hijos de Durin derribaron un par de escuadrones. Thraundil ordenó una segunda. Elentari ordenó que se replegaran, no lo suficiente, las cabras alcanzaron a derribar a algunos, Thraundil le ordenó no entrar en combate, no aún. Mientras Elfos y Enanos peleaban, la tierra tembló y Elentari ordenó con un grito que se detuvieran, todos quedaron expectantes a las montañas, de las cuales salieron gusanos de tierra.

—Ah, por favor.

—¡Adelante, mis huestes! — exclamó Azog.

—¡Las hordas del mal se ciernen sobre nosotros! — exclamó Dain a los suyos.

—Luchar hasta la muerte.

—Los Elfos, ¿no van a combatir?

El Mediano no entendía cómo peleaban los Elfos, lo entendía, todos tienen su primera batalla, tarde o temprano. Los Enanos corrieron hacia las huestes oscuras, se formaron con los escudos y lanzas por delante. Thraundil volteó a ver la formación, a tres pies de que los orcos los alcanzaran, los Elfos brincaron sobre los Enanos para ser la primera defensa. Thraundil ordenaba a los arqueros y la Reina no pudo evitarlo, corrió a la batalla. La carreta de enanos fue derribada por las enormes bestias, Elentari brincó de su alce para ir en su defensa.

Gandalf vio lo que los otros no, que la Ciudad del Valle sería atacada. Thraundil por fin entró en batalla, desenvainó El Acero de la Mañana y comenzó a cercenar cabezas y degollar enemigos, El Silbido de la Muerte, rebanaba incluso el aire con su hoja. Incluso los alces peleaban junto a sus valerosos jinetes. Elentari subió de un brinco hasta su majestuoso compañero, lanzaba a un orco contra otros y los usaba como carne de cañón, podrían darles batalla, pero sólo hacía falta instigarlos un poco para que se comieran entre ellos. La Reina deseaba tener ahí a Glorfindel, siempre peleaban mejor codo con codo.

Los Reyes avanzaban juntos, Dain pasó detrás de ellos, justo para evitar que cayeran, Pie de Hierro demostraba por qué tan valeroso apodo. Los alces incluso brincaban para pelear mejor. Elentari se sentía como en sus tiempos contra Morgoth, contra Sauron, sólo estuvo cerca de pelear contra el segundo, su hermano sí lo hizo. Sobrevivieron a todas las Edades, a tantos males, ¿por qué ahora no? Thraundil abría el paso con su alce hacia la ciudad, con sus enormes astas, logró sujetar a siete, los cuales perdieron la cabeza a manos del jinete, pero uno de los orcos que los esperaba, derribó al alce y su hermano cayó. Elentari brincó para cubrir a su Rey con su cuerpo, pero el alce se detuvo, se arrodilló frente a la majestuosa caída, intentaba moverla con su hocico y no respondía a sus caricias.

Elentari y Thraundil no repararon en que la pareja de alces se quedaba sin la hembra, la que montaba el Rey, el que montaba la Reina, se negó a moverse de ahí, incluso si su vida también marchaba. Los orcos creían que podrían, el Rey se levantó y comenzó a atacar a cualquiera que se acercara demasiado a su hermana, pronto las huestes élficas alcanzaron a sus monarcas, no importaba el mal, su lealtad era tal que se abrirían paso a como diera lugar. Elentari usaba su espada y sólo si se veía superaba, sacaría su daga. Thraundil usaba incluso su espada de repuesto.

—¡Mi Señor! — su hermano trastabilló. Lástima que los Enanos no tenían el oído excelente de un Elfo, habría escuchado a Elentari en lugar de pelear con Dwalin.

Thraundil escuchó preocupada a la Reina, así que se apresuró a levantarse, no podía abandonarla, menos en el campo de batalla, aquel lugar donde estaba más vulnerable, para suerte de ambos, sus hijos estaban lejos de aquel bullicio, lejos de la guerra, un enfrentamiento que casi emulaba a la Guerra de la Última Alianza, sólo esperaban no perderse el uno al otro como habían perdido a su padre. La Reina de Hielo mataba sin piedad y se abría paso en la ciudad con sus huestes siguiéndole el ritmo, eliminando a cualquiera que ella no hubiese alcanzado. Thraundil abría paso en otra dirección, pero eran demasiados.

—Sigo aquí— murmuró.

—Nos quedamos sin ejército, no quiero que se repita.

—No lo voy a permitir.

—¿Lo escuchaste?

—Reúne a todos.

—Hora de combatir, hasta el final— gritó al levantar en alto su espada, el alce se paró en dos patas mientras su Señora gritaba, todos oyeron a su Reina.

Los orcos eran demasiados, los rodeaban. La Reina volvió a bajar de su alce, sólo lo necesitaba para su grito de guerra, mejor que se mantuviera velando a sus muertos. ¿Quién decía que los animales no sienten? Parecía agitada, la danza mientras agitaba con agilidad su espada no era suficiente para eliminar a todos los enemigos que los asfixiaban. No entendía de dónde habían salido tantos orcos. Tenían mucha más artillería que los otros tres ejércitos, la Ciudad no soportaría tal ataque.

—Vete de aquí.

—Te dije que, sin ti, no— le acarició la mejilla cuando los hermanos se reencontraron.

—Esta es la última.

—Confiaré en ti— sonrió.

—Sígueme— la tomó de la mano mientras caminaban por las calles de la Ciudad, viendo a todos los caídos.

—Mi Señor— suspiró.

—Llama a tu Compañía— ordenó Thraundil cuando llegó uno de sus generales.

—¡Mi señor! — se acercó Gandalf—. Envíe esta fuerza a la Colina del Cuervo. Los Enanos van a ser masacrados, hay que avisar a Thorin.

—Yo los guiaré.

—¡No! — la detuvo—. Ya he derramado suficiente sangre élfica para defender esta tierra maldita, se acabó— se soltó mientras lo empujaba.

—¡Thraundil!

—Dijiste que no volverías a escoger.

—Es lo correcto.

—No irás.

—¿Si te lo hubiera pedido el Alto Rey Elfo? ¿Cambiaría algo si lo hubiese pedido Gil-Galad? 

ElentariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora