VI Neófito

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—Ahora sí, volviendo a lo que estábamos, la fiesta.

—Claro, prosiga.

Faltaba muy poco para la fiesta, faltaban 10 noches para ella y mi rutina iba a ser como siempre fue, me levantaba en la mañana con sueño y con nada de ganas de ir a trabajar, correr hacia la estación para no quedarme varado y la mayoría de los días no poder desayunar, en el trabajo estar sentado en una silla de 10 dólares, estar frente a un computador de segunda y con bastantes fallos que me han perjudicado a la hora de entregar mis informes, mi jefe buscando a quien regañar y a quien echar de la empresa, en mi opinión ese tipo odiaba su propia vida. En el camino a mi casa no pasaría nada, misma estación, mismo tren, lo único que cambiaría sería que ahora la estación tiene un color más gris que antes, con una temperatura más fría que antes, así sería todos los días hasta el día de la fiesta.

Me despierto a las 6 de la mañana decidido a arreglar todo para esa fiesta, pero no arreglarme a mí, sino a la casa, dejándola totalmente impoluta y acabando eso mi rutina monótona volvería, llena de aburridores comunes que se repiten en un bucle constante cada día. Me bañé como costumbre y me preparé un sándwich que parecía demacrado, al llegar me recibieron muy amablemente y cálidamente, no estoy acostumbrado a recibir eso desde muchos años, pero tuve que forzar una sonrisa para que no pareciera que estaba ahí por compromiso, estuve un rato dentro de la casa y entonces agarré mi bandeja con comida que era un plato cualquiera para calentar en microondas y me senté en la terraza a ver el místico mar con su azul intenso y ver un paisaje irrealmente bello. Comiendo el platillo donde la carne parecía ser de dudosa procedencia, llegaría una chica que había visto en la fiesta dos veces, una mujer de cabello azul y con unos tenis de color verde que resaltaban en la noche, entonces me diría con un tono de voz calmado.

—¡Ey! ¿Qué haces acá arriba? La verdad, no importa, ¿puedo sentarme acá? Tú y yo somos los más marginados de la fiesta.

—Claro, te puedes sentar, eres mi única compañía —después de unas preguntas básicas me preguntó la razón de mi aislamiento e intento de soledad. 

—Me siento una persona nefelibata a veces —estuvimos en un silencio por 10 segundos y que mi cerebro se empezará a cuestionar si decir eso fue buena idea, ella me diría con una un tono jocoso.

—Suenas cómo un estúpido cuando dices cosas así —Y a pesar de que me haya insultado se me saldría una sonrisa y ella me la devolvería, me sentía bien con ella, me sentía seguro, terminaríamos riéndonos de la situación los dos y nos quedamos viendo el paisaje de la playa con palmeras que se ven falsas, estaríamos ahí un tiempo. Después nos despedimos con un abrazo y antes de que mis cuerdas vocales puedan entonar cualquier tipo de sílaba ella ya se había ido, no conseguí su número, pero sí su nombre, Isabel, un hermoso nombre acorde a su personalidad, aunque sabía su nombre aún me sentía vacío por dentro, querías saber más de ella y no pude sacar nada más que su nombre, creía que nunca la voy a volver a ver, perdí la mejor oportunidad de mi vida de poder conocer a alguien que no sea una anciana y fue por la velocidad de mi boca al emitir sonidos y de la ansiedad que no me dejaba preguntar su número por miedo a ser rechazado o humillado otra vez, creí que se podía llegar a una bonita relación de amistad, una luz en mis noches.

Al día siguiente decidí ir a por un café antes de ir a mi trabajo, algo que hacía solamente si iba con tiempo y ahí la volví a ver, la misma chica de cabello azul y con sus ojos que me llevan a un lugar seguro, me le acerqué y le dije que si se acordaba de mí y me dijo con una mirada extraña.

—Lo siento, señor, no sé quién es, pero si gusta puedo tomar su orden —Me sentí devastado, derrotado, en el camino al trabajo solté unas lágrimas desconsolado por la impotencia de la situación, ¿Será que fue un delirio y nunca pasó nada? Mirando a la ventana vi que no había nada, volvió a ser vacío, no estaban las gaviotas que siempre me acompañaban, nada. Decidí tomar la decisión de volver a ir a ese sitio a ver si lograba una segunda oportunidad y al día siguiente fui al mismo café, ella estaba ahí con un color de cabello nuevo, un color rojo hermoso, fui y le dije con un nudo en la que si me daba un capuchino y la llamé por su nombre.

—Así que tú eras el nefelibata, no sabía que ellos tomaban capuchino, ¿Quieres acompañarme después del trabajo? Y si algo un día salir.

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