La unión de dos almas

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[***Una semana después***]

—Al fin ha llegado el día —murmuró Mirrot al ver las rosas adornando el salón—. Por fin después de tantos siglos de espera.

Poco a poco el salón comenzaba a llenarse de los más importantes vampiros de la época. Las risas aristocráticas y copas de sangre se encontraban en cada rincón.

Pero en una habitación del castillo alguien no sonreía aun cuando se miraba al espejo y veía su reflejo vestida de novia. Un vestido negro la acompañaba, justo el mismo color que la había acompañado durante esos dos años, el único color que representaba el luto que cargaba dentro de su corazón, así como la desdicha en la que se había convertido su vida.

Solo la tranquilidad de saber que tanto Sally como Estelle estaban bien hacía que ella siguiera en pie cada nuevo día durante el infierno de ese engaño.

Y ese infierno estaba por escalar a un nuevo nivel.

Drácula la había estado cortejando como siglos atrás lo hubiera hecho y en el fondo agradecía demasiado eso, pues apenas y había podido tolerar los escasos y fugaces besos que le había dado. Ella no quería imaginar lo que pasaría esa noche cuando la ceremonia terminara y Drácula la reclamara como su mujer... no quería ni siquiera pensar cómo lograría fingir que sentía placer al entregarse a él cuando ni siquiera toleraba que él tomara sus manos. No quería pensar cómo lograría soportar eso cada noche. No quería imaginar cuando él quisiera ser padre ¿sería ella capaz de llevar un hijo suyo?... cómo es que lograría soportar estar atada a él por toda la eternidad.

Ella ya no podía más. Sentía que se asfixiaba a cada segundo más que pasaba en esa farsa.

«Ya no puedo más».

—Veo que ya estas lista —Murmuró Mirrot desde la puerta de la habitación—. Límpiate esas lágrimas que todos te esperan.

Ella lo miró llena de odio, pero no había otro sentimiento que describiera lo que sentía por ese hombre. Annabeth limpio sus lágrimas con rabia para después abandonar la habitación dejando a Mirrot y su estúpida sonrisa de satisfacción atrás.

Pronto llegó a la entrada del gran salón solo para notar que Drácula la esperaba frente al altar. En ese momento la altanería que Mirrot había despertado en ella la abandonó de golpe al ver cuál era su realidad.

—Olvido su ramo señorita Chase —exclamó Mirrot apareciendo detrás de ella.

Chase, el que Mirrot la llamara así después de dos años de intentar que se grabará el nombre de Acacia Tepes en la mente la desconcertó—. Tu futuro te espera —murmuró dejándola sola mientras caminaba hacía el altar.

En ese momento los presentes se alertaron de su presencia y no le quedó más que armarse de valor y avanzar ante la atenta mirada de todos al altar.

Iubirea mea luces hermosa.

—Gracias.

—Esta noche, en medio de esta luna sangrienta nos hemos reunido para ser testigos de la unión de nuestro padre, él vampiro original quien nos regaló el precioso don de la vida eterna. Esta noche estas dos almas serán unidas en una sola y solo la muerte de ambos romperá esta unión —pronunció Mirrot en medio del silencio crepitante de la noche.

El viejo vampiro tomó una antigua copa en la que vertió un poco de vino, después tomó una daga y se la tendió a Drácula y a Annabeth quienes tuvieron que verter un poco de su propia sangre en la copa.

Mirrot tomo la copa y la elevo hasta el cielo nocturno justo cuando los rayos de luna iluminaban la copa. —Sangui- neis in tenebras luna. Unum conveniunt animae duae. United ad mortem.

Mirrot les entregó la copa de la cual ambos bebieron ante la atenta mirada del vampiro.

El corazón de Annabeth latía fuertemente en su pecho al borde de sentir que en cualquier segundo estallaría.

—Estas dos almas han sido unidas en una sola —sonrió maquiavélicamente— hasta la muerte.

—¡Mirrot no! —gritó la mujer mientras entraban sorpresivamente al salón— ¿Qué fue lo que hiciste?

Todos los presentes miraron con sorpresa a los recién llegados. Pero nadie estaba más sorprendido que los novios.

—Percy —dijo Annabeth llena de sorpresa.

—Acacia —exclamó Drácula al ver a la rubia de pie mirando con odio a Mirrot quien sonreía con satisfacción.

—Acacia, Perseus bienvenidos al espectáculo —exclamó extendiendo sus brazos mientras miraba a Annabeth quien en menos de un segundo cayó de rodillas presa del dolor y Drácula pronto también la acompañó.

—Se los dije, unidos hasta la muerte.

La herencia del dragón | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora