Capítulo 3

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Anya

Estaba ansiosa.

Intenté dormir, pero no pude.

Intenté leer, pero eso tampoco funcionó.

Ya había limpiado la casa completa... pero mi ansiedad solo iba en aumento.

No era la única que se sentía así. Bond, que siempre era un perro tranquilo, comenzaba a impacientarse.

Mire por la ventana, la mitad de la  luna ya estaba en color rojo. En unas cuantas horas más seguro se tornaría completamente en ese color. Mi impaciencia tomaba control de mis nervios. Sentía que algo no andaba bien, pero tampoco había mucho que yo pudiera hacer.

Los ladridos de Bond llamaron mi atención. Comenzó a rascar la puerta como si quisiera que yo lo dejará salir. Lo miré y negué con la cabeza.

- Papá dijo que no saliéramos Bond. – lo acaricie para tranquilizarlo. Pero él volvió a ladrar.

- Bond, por favor. No hagas bulla que los vecinos intentan dormir. – lo regañé. De reojo vi el reloj que invento el tío Franky, marcaba casi las 12 de la madrugada.

Bond entonces se acercó a la ventana, que había dejado abierta, y sin mucho esfuerzo brinco hacia fuera.

Me regañé mentalmente por mi tonta equivocación. Fui por un abrigo y salí lo más rápido que pude. Comencé a llamarlo, pero él no regresaba. No sabía dónde estaba y caminando no recorrería mucho. Así que fui al corral y saqué un caballo. Até la montura lo más rápido que pude para luego subirme en él.

Con la poca luz que la vela me daba, me encamine en el bosque gritando con todas mis fuerzas el nombre de Bond.

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Había pasado casi una hora gritando el nombre de Bond, hasta que logre divisarlo cerca de un riachuelo. Baje con cautela del caballo y lo abrace. Pude observar que parecía tener sangre en su cuello. Pero no estaba herido, lo que significaba que esta no era su sangre.

- Bond, no sabes en el lio que nos metiste. – hable claro. – ¿Dé quién es esta sangre? – pregunté e inmediatamente el perro corrió. Pero se detuvo esperando a que lo siguiera.

Al llegar a un claro, pude observar cómo había alguien en el suelo. Bond se acercó a él y ladro, aquel hombre levanto su rostro y me vio.

Inmediatamente lo reconocí.

- ¿Bill? – mi mente trataba de encontrar una respuesta razonable. La situación era clara, la sangre que Bond tenía era la de Bill. Observé como se presionaba, con ambas manos, una herida en su abdomen. Baje del caballo y me acerque.

- ¿Anya, que haces aquí? – la herida parecía profunda y había perdido mucha sangre. Si no hacía nada, Bill podía morir y eso era algo que no permitiría que pasará.

- Bond, busca ayuda y tráelos hasta aquí... ve – el perro comprendió mi orden y se fue.

- Anya, vete. Déjame, yo estaré bien... por favor vete. – su voz sonaba como susurro. No era la clásica voz que estaba acostumbrada a escuchar.

- Déjame ayudarte con esto – ignore su súplica. Tome el bolso que Bill llevaba consigo cuando salió de mi casa. Allí había gasas y un poco de alcohol. Sin más tiempo que perder, le quité el abrigo y rompí más su camisa para tener una abertura más grande sobre la herida. Tomé el alcohol y lo vertí todo sobre la herida. Bill se retorció de dolor, pero no dijo nada.

- Perdón, esto va a doler. – lo dije un poco tarde, lo que ocasionó que Bill hiciera una mueca parecida a una sonrisa torcida. - ¿con que te lastimaste? – pregunte antes de seguir cubriendo la herida con gasas.

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