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Nadie en toda la calle, había visto ni escuchado nada sospechoso. Se hallaban todos ya en la vivienda de Valerie, analizando la escena; junto a dos unidades policiales. 

—¡Hotch!—, llamó Rossi. 

—Oh... Esto es...- —, murmuró Prentiss a su lado, observando con tristeza. 

El nombrado, junto a Reid, no tardó en aparecer por la puerta corrediza que daba al patio. 

Compartieron miradas, ninguno muy seguro de qué decir al respecto. Era simplemente tétrico; si no fueran agentes federales, la escena en definitiva los habría traumatizado. 

—¿Qué haremos...? Hay que decirle. Valerie debe saber—, habló Prentiss, sus palabras enredándose en su lengua. 

Tomando una decisión precipitada, Hotch habló. 

—No—, sentenció él. Las miradas de su equipo clavadas en él, cuestionándole el por qué de su gélido comportamiento—. Cuando resolvamos esto, yo mismo le diré. Recuerden que la vida de una niña de once años está en juego. Decirle a Valerie podría provocar una crisis nerviosa, es mucho estrés en poco tiempo. Y en estos momentos, ella es la única que nos puede guiar. 

Espantando las lágrimas de sus ojos, Prentiss asintió. Spencer, agachando la cabeza, y mordiendo el interior de sus mejillas, también asintió. Rossi largó un suspiro, y también accedió. 

A fin de cuentas, Hotch tenía razón. Necesitaban a Valerie en las mejores condiciones posibles. Luego tendría tiempo de procesar todo; por desalmado que sonara. 

—¿Qué haremos con los otros dos? Ares y Adonis—, cuestionó la pelinegra, insegura. Se trataba de una escena del crimen; no podían dejar a los dos canes vagando por ahí -podían alterar evidencia.

—Los llevaré a mi departamento—, resolvió Spencer. La respuesta fue tan rápida y tan firme, que nadie se atrevió a refutar nada.

Prentiss regresó a la casa, a los pocos minutos volvió con los demás, con un juego de sábanas en sus manos. 

Las extendió sobre las tres figuras en el suelo. Uno de los felinos, el naranja, tenía sangre en su hocico; el otro, la gatita, tenía el cuello roto. La tercera figura, el Golden retriever, Apolo, tenía heridas por todo su cuerpo, a simple vista parecía tratarse de heridas producidas por un cuchillo.

Era espantoso. Simplemente inhumano. 

Quien fuera que hizo aquello, tenía mucha ira acumulada. Y con ello, confirmaron que debía haber un componente personal. 

Los sospechosos se trataban de personas que Valerie ya conocía. Alguien de su pasado. 

( . . . )

—¿Qué tienes?

—Hola, bellezas, tengo aquí una lista de todos los aspirantes al ejército, del año en que Valerie fue admitida—, narro la rubia, moviéndose ligeramente hacia la derecha, para que Valerie -en su silla de ruedas- se acomodara frente a los monitores. 

—Se supone que todo esto es confidencial—, murmuró la pecosa. 

—Lo es, cariño. Pero tengo una placa, el poder absoluto que me confieren los códigos en mi computadora, ¡Y! Una buena razón para meterme en las bases de datos que se me atraviesen—, siguió Penélope—. Así que, aquí está la larga lista de nombres. Cómo filtramos esto. 

Eran más de mil nombres, claro. Se trataba de todos los aspirantes a militantes. Muy seguramente el nombre de Valerie estaría ahí también. 

—Bien, elimina a todos los que entraron en su primera solicitud. Deja a los que hicieron más de un intento. También elimina a todas las mujeres—, sugirió la pecosa. Tras teclear un par de veces, la lista se redujo a ochenta—. Y a todos de edades superiores a treinta años. 

Hide & Seek || Spencer Reid [Criminal Minds] (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora