Capitulo -1: Ilusiones.

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Esa mañana de otoño, el señor Jacob Dankworth se sentó en el oscuro escritorio de su despacho, dónde su superficie estaba como siempre tan pulida que se podía apreciar en su reflejo  como tomaba el diario local para informarse de los acontecimientos de la ciudad de Chester, Reino Unido como solía hacer cada mañana.

Hoja tras hoja leía con una paciencia envidiable en la que parecía ser un crimen interrumpir su lectura tan ceremoniosa; sin embargo, fue su falta de memoria la interruptora de su lectura. Al llegar a la página de novedades dibujó una mueca de disgusto al ver lo que había olvidado.

El anuncio del circo que desde hacía una semana invadió cada calle y callejón de la ciudad con publicidad algo exagerada. "Fenómenos" un nombre bastante lógico por lo que presumían se trataba su espectáculo itinerante.

En boca de muchos y casi toda la ciudad rumoreaba respecto a este. Que estaba compuesto por verdaderos fenómenos, que nunca habían visto algo como eso, que talvez eran horrendos. Algunos esperaban ver siameses o talvez a la mujer barbuda. Infinidad de cosas se dijeron a lo largo de la semana mientras esa carpa de circo color rojo y blanco se elevaba imponente en esa ciudad.

—Marietta —Jacob llamó a su sirvienta.

La mujer de unos cuarenta años no tardó más de tres minutos en presentarse en el despacho del señor Dankworth con aquella sonrisa paciente y amable con que solía dar los buenos días a cada uno de los amos de esa casa.

—Olvidé comprar las entradas para el circo que me pidió Elizabeth —dijo al dejar el diario a un lado—. Ve al centro y compra dos para mis hijas y asegúrate de que sean en primera fila.

Tras la orden la mujer salió al centro de la ciudad a por lo que le pidió su señor. No le pareció extraño que Dankworth olvidara algo a último momento. Le era costumbre a la mujer atender cosas de último momento, y siempre lo hacía con una paciencia envidiable y nunca ponía queja alguna. 

El señor Dankworth era un afamado médico de la ciudad, era imposible no conocerlo, aunque también se debía su reconocimiento por la herencia que sus padres le dejaron. La medicina para él solo era un pasatiempo con tantas propiedades por administrar. Tenía solo dos hijas, Elizabeth y Elara Dankworth, la segunda era un par de años menor a la otra.

Elizabeth tenía veinte años, mientras que Elara dieciocho años. Nunca se les veía separadas a ese par; muchas veces hasta las confundieron con ser mellizas. Aunque eran como agua y aceite tratándose de personalidades. Cualquier capricho que sus hijas pidieran, su padre se los daba. No tenía mucho tiempo para dedicar a ese par de muchachas, por lo que lo compensaba con caprichos.

•••

A media mañana el par de hermanas se encontraban en una tienda de ropa. Elizabeth parecía que se traería la tienda completa, o eso pensaba Elara quien estaba sentada en un sofá mirando como Elizabeth salía cada cinco minutos con un atuendo diferente.

—En serio no entiendo para que comprarás un vestido solo para ir a esa ridiculez llamada circo —se quejó Elara cuando vió salir a Elizabeth con el quinto vestido en el día—. ¿Acaso piensas enamorar a un payaso y huir con el circo? —se burló, a lo que su hermana no pareció gustarle.

—Elara, habrá muchas personas —fue la excusa de Elizabeth. Aunque cualquier excusa para ella era válida para dejar la fortuna de su padre en una tienda. 

Para Elara, Elizabeth era una muchacha algo hueca. Y no tenía clemencia de llamarla así aunque fuera su hermana mayor. No era mentira para ella que la mayor tenía mariposas en la cabeza. Siempre pensaba en como luciría con esto o con lo otro, hasta su postura y tono de voz cambiaban cuando estaban cerca de algún muchacho. Coqueta le decía en cara y ella solo respondía que era una amargada.

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