La oscuridad envolvía a la ciudad de Chester esa noche. El inclemente frío envolvía a las personas que, cómo almas en pena y con pesar, andaban por las calles que pobremente eran iluminadas por las farolas que recién habían sido encendidas.
Algunas voces, unas pocas bocinas de automóviles y una que otra risa de niños que correteaban por las calles; todo normal, hasta que un estridente «crash» proveniente de una tienda de muebles, resonó por esa avenida, sin embargo, no fué motivo para que alguien le prestara atención. La tienda estaba cerrada, y de asomarse algún curioso, vería los cristales de lo que fué un espejo, esparcidos por todo el suelo de la tienda y, en medio de esa fina escarcha, se encontraba una sombría figura enfundada en negro.
Parecía un ente de oscuridad aquella mujer que enfundada en negro con encajes escarlatas miraba a la calle con una gran cuota de desprecio. Sus largos y lacios mechones pelirrojos caían como cascadas de aquella capucha que le cubría el rostro, y la cual apartó para acercarse al cristal de la ventana para mirar con esos ojos color esmeralda llenos de desdén al puñado de personas que transitaban las frías calles de Chester.
Más allá, a dos cuadras, un señor conducía tranquilamente camino a su casa, cuando de la nada apareció un hombre en medio de la calle en su camino, obligándolo a frenar girar a su derecha y frenar cuando casi choca contra una farola de luz.
—¡¿Haz perdido el juicio o quieres morir?! —le gritó el conductor del vehículo—. ¡Casi me haces chocar!, ¡Pagarás muy caro si a mí auto le pasó algo!
—Humanos... —murmuró el hombre y siguió su camino ignorando los gritos y amenazas del sujeto.
El señor se bajó de su vehículo notando un raspón en la pintura de este. Parecía que la cara se le derretiría de la ira. Había rosado la farola con el auto cuando intentó esquivarlo.
—¡Maldito infeliz!, ¡¿Sabes cuánto costó este modelo?! —arrojó su sombrero sobre la adoquinada calle.
El hombre de elegante pero extraño traje negro, metió sus manos en los bolsillos de su gran abrigo gris oscuro y siguió su camino.
—¿Qué no piensas pagar los daños que hiciste? —respingó una señora obesa de mirada estirada que iba transitando la calle cuando presenció el accidente—. Pudiste haberlo matado.
—Si quisiera matarlo, lo hubiera hecho con tan solo chasquear mis dedos —dijo el hombre con tono arrogante sin dedicarle la mirada a la mujer—. Existen métodos más creativos para acabar con las plagas.
La mujer expresó una mueca entre la perturbación y la extrañeza. Ese sujeto le había hablado de una manera tan fría y natural que sus palabras parecían sinceras e insensibles.
El hombre se perdió por la calle al doblar la esquina. Nadie dió empeño en seguirle.
El hombre se acomodó el sombrero que a penas dejaba ver en su nuca mechones de albinos cabellos. Siguió su camino por esas calles hasta que reconoció la oscura y esbelta silueta de una mujer a la cuál el viento le batía la pelirroja melena.
—Pero si es nada más y nada menos que Madame Blair —dijo el hombre cuando tuvo a la mujer de frente—. ¿Que la trae a tan asqueroso lugar?
La mujer hizo un gesto de asco cuando vió que una pareja del otro lado de la calle se les quedó viendo.
—Estas escorias no dejan de mirarnos, querido Valdus —comentó Blair con un tono de voz arrogante y mirada que delataba el gran desdén que sentía por los humanos.
—Insoportable tener que pisar el mismo suelo que ellos —se lamentó Valdus—. Hace minutos tuve un altercado con uno de ellos. ¡Ja!, ¿Quejarse por un sucio pedazo de metal? Ni que valiera la pena discutir con seres de inteligencia inferior —se burló con sorna.
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Fenómenos
FantasyElara en un principio es secuestrada por un circo de Fenómenos fuera de lo común. La situación deja de parecer un secuestro cuando la dejan el libertad y tras volver a casa descubre el horrendo plan que tiene su padre para con ella. Tras su descubri...