5- Cena con la Mafia

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—Te lo juro: no me quiere ver ni en pintura —Expresó Dazai caminando por los pasillos del supermercado—. Está muy, muy enfadado conmigo. ¿Por qué le dijiste que el anillo era falso?

—¿Mmm? ¿Estuvo mal?

—Ranpo, no estás escuchando.

—No.

El castaño se jaló el pelo con desesperación. Ahora, más que nunca, necesitaba suicidarse. O alcohol, eso también servía.

—Chuuya no quiere verme, ni oírme; y si respira el mismo aire que yo, es porque necesita el oxígeno para vivir. De lo contrario, ni siquiera respiraría.

—Bueno, eso es culpa tuya —El de ojos verdes tomó tres bolsas de dulces.

—Ranpo-kun, esos dulces son muy caros.

—Tal vez tengas razón. Tal vez no sería problemático que Kunikida se entere que sales con el mejor artista marcial de la Port Mafia. Nunca lo sabremos.

Mirándolo feo, Osamu tomó otros dos paquetes de dulces y se los dio a su compañero.

—Agarra todos los que quieras.

Suspiró, y se despidió silenciosamente de su dinero y de su paga de los próximos meses.

—¿Sabes? Creo que al chico del sombrero elegante ni siquiera le importó que el anillo fuera falso —Comentó Edogawa—. En realidad, lo que pareció molestarle fue que nunca te dignaras a decirle que lo era.

—Jum...

—Quiero decir, él sabe que tú no tienes dinero. Eso lo sabemos todos. La intención es lo que cuenta, ¿No? Él quería que fueras sincero.

El ex-ejecutivo de la mafia hizo un puchero. No quería perder a su enano, por muy agresivo que fuera. ¿Por qué Ranpo tenía que ser tan bocón?

—¿Cómo puedo recuperarlo? —Preguntó.

—Esas golosinas de allá se ven muy apetecibles, ¿No crees, Dazai?

—Además de caras... —Bufó y tomó las golosinas —. Toma.

—Respondiendo a tu pregunta, deberías ser sincero. Dile toda la verdad.

Hizo una mueca. Toda la verdad era mucha verdad. Se acercaron a la fila para pagar, y Dazai sacó de su bolsillo la tarjeta de crédito de Kunikida, la cual había "tomado prestada" de la billetera de su compañero esa misma mañana cuando se había acercado a molestarlo.

—Cuando se de cuenta de esto, va a matarme.

—Eso es bueno para ti, ¿No?

Pagó. 2.924.073 yenes. Eso debió dolerle a la cartera de Kunikida.

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Mientras tanto, Chuuya sufría tratando de enseñarle a Atsushi a cocinar.

—Pásame la mayonesa. No, esa no es la mayonesa. Esa tampoco. ¡Por Dios, Atsushi! ¿Quién cocina en tu apartamento?

—Cocina Kyoka —Contestó el albino apenado—. Una vez intenté cocinar yo, pero...

Chuuya bufó.

—Pobre niña. A ver, pásame el cuchillo de mantequilla. No, ese no. ¡El que no tiene filo, Atsushi!

Kenji y Gin estaban en la sala. Ella trataba (infructuosamente) de enseñarle a jugar ajedrez al rubio. Entre tanto, Akutagawa estaba recostado en la pared mirando con sorna a Atsushi.

Intercambio (Soukoku & Shin Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora