Capítulo VII

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Lo robaron.

Recordé lo que había salido de la boca de mi tío, esas fueron las dos palabras más crueles, que destrozaron mi corazón en millones de pedazos que cortaban como astillas mis venas y me desangraba por el interior...ese dolor que sentía, era irreparable si no lo encontraba.


Me arrodillé en el suelo, y lloré con las manos en la cara intentando salir de la realidad. Pero eso no serviría de nada así que me limpié las lágrimas en mi camisa y me levanté del suelo para caminar un momento y desahogarme.


 La valla de madera que rodeaba la pista estaba áspera y pintada de un blanco manchado, pero lo único que no me había fijado era que al otro lado de la pista estaba Alan, tan desconsolado como yo, estaba pálido y con lágrimas en los ojos, resistiéndose a no llorar.


 Me acerqué a él, porque parecía devastado. El clima tampoco ayudaba, estaba nublado y lloviznando, una lluvia que cada vez se hacía más espesa y fría.


-          Hola... - le dije con un tono suave para no alertarlo.

-          Hola. – me contestó ronco.


 Me dio la impresión de que necesitaba estar solo y que yo solo lo estaba molestando así que me quedé en silencio y me di la vuelta para alejarme.


-          Darley... Dar... – me dijo, pero le costaba terminar la frase- Darley murió en el incendio.


 Darley era su caballo, un mestizo de color café, patas negras y crines chocolate. Saltaba muy bien y era el más rápido en los concursos.

 Alan se tapó la cara con una mano para evitar llorar, esperé un momento a su lado para acompañarlo.


-          Sé que robaron a Lancelot - me dijo- pero lo vas a encontrar, te lo prometo. – terminó de decirme y se alejó de allí.


 No sabía muy bien porque me lo prometió, si ni siquiera sabía quién se lo llevó o donde podía estar.


 Debe estar sufriendo mucho, porque él y Darley estaban muy unidos, mi tío me había contado que Alan lo tiene desde que nació y que el mismo lo domó y lo cuido como si fueran mejores amigos. Se querían mucho.


 La tarde paso tan rápido que no me di cuenta  y ya era de noche, así que volví a casa para dormir. Entré por la puerta trasera y subí las escaleras para ir a mi habitación, me acosté y el cansancio de toda la mañana me obligo a quedarme dormida en un segundo.


 Me levanté temprano al día siguiente y todos los dolores me atacaban con hambre, lo último que había comido era la sopa que me dieron en el hospital (cosa que no la tome porque odio la comida que preparan allí).


Lavé mi cara, rascándome los ojos para despegar las lágrimas secas, para que no quedara rastro.


 Abajo estaba mi tío Baldo, con mejor humor y una sonrisa consoladora, pero yo me sentía mal, porque no me había preocupado por el cuándo desperté del hospital. Solo con verme en mejor estado ya estaba feliz, así que no quería volver a tocar el tema.


Me había hecho un desayuno como los de los hoteles, completo, abundante y por supuesto delicioso. Me levantó bastante el ánimo.


 Me levanté para ver que tal estaba el clima, pero cuando salí del comedor volví a recordar que ya no estaba y antes de que pudiera salir corriendo a mi habitación, las lágrimas salieron solas.


 Corrí a ocultarme, en el baño, así nadie podía molestarme o interrumpirme.   Gasté todo el rollo de papel higiénico, ya habían pasado varias horas y ya estaba incomoda sentada en la esquina del lavamanos. Los papelitos blancos que estaban en el suelo parecían flores, eran muchos.




Gracias a todos mis lectores! Los comentarios me ayudan mucho! El próximo capitulo lo subo cuando tenga mas de 5 votos! Besoss

Lancelot -caballo-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora