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Cuando empuje la puerta, estaba sentado en el sofá, vestido de negro, golpeaba su mano con un látigo.
Se ve alucinante, su oscura mirada detrás del cabello que cae sobre sus ojos. Esa retorcida y perversa sonrisa.
Me llamo con el látigo, indicando que me pusiera en frente suyo.
Obedecí, con una voz profunda dijo;
—Abre la bata, quiero verte.
Hice caso a su petición. Cuando me vio en tanga se acarició el miembro.
—Tienes un cuerpo excitante, quítatela, da una vuelta
Obedecí, sin previo aviso me dio un latigazo en el trasero.
Se soba—Oye, eso dolió.
Se levantó, tomándome por la espalda, puso la mano en mi boca
Le susurra al oído—Cállate, hablas cuando te lo pida.
Me dio otro latigazo en la pierna, no está siendo nada delicado.
Con un poco de violencia me tiró en la cama. Apoye el cuerpo en los codos.
Me abrió espaciosamente las piernas, metiéndose en medio de estas. Desliza el látigo por mi vientre, lo llevó al miembro
Su mirada era oscura, llena de lujuria. Deslizó las manos por los muslos, dejándose caer en mi vientre, le daba pequeños mordiscos, dolía un poco, pero a la vez me gustaba. Cuando llego a los pezones hizo lo mismo.
Recorrió cada espacio de mi cuerpo.
Abruptamente, me puso boca abajo, dándome un par de azotes en el trasero, esto me hacía soltar pequeños quejidos.
En esa misma posición llevo mis manos sobre la cabeza, presionándolas en la cama. Me daba mordiscos en el cuello, lóbulo de la oreja. Estaba como un lobo hambriento, devorando cada espacio de mi piel.
Su respiración jadeante, podía sentir la excitación.
Deslizó la lengua en medio de mi espina dorsal, cuando llego a las caderas me quito la tanga con la boca, levanto mi trasero, volvió a darle un par de azotes, estos dolían más que los anteriores.
Fue a un cajón, tomó algo, volvió a mi trasero. Cuando lo encendió empezó a vibrar, así que no tuve que imaginar de qué se trataba.
Aferró la boca en mi entrada, era excitante sentir como metía y sacaba la lengua con rapidez.
Pasado un tiempo se separó, tomo el vibrador frotándolo en mi trasero, a la vez lo mordía. Fue introduciéndolo poco a poco. El placer que empezó a proporcionar, provocó que de mi boca corriera un río de saliva, apretaba los pies, las sábanas al tiempo. Mis costillas se hundían, los gemidos se transformaron en alaridos.
