vii. the message of athena and apollo

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▓▓▓▓▓ ┇Dos serpientes me salvan la vida

pov percy

Me encanta Nueva York. Aunque salgas del reino de Hades a Central Park; aunque subas a un taxi y bajes por la Quinta Avenida con un perro del inframundo gigante corriendo detrás, nadie te mira ni pone cara rara.

Desde luego, la Niebla ayudaba lo suyo. Lo más probable es que la gente no viera a la Señorita O’Leary, o tal vez la tomaban por un camión ruidoso y simpático.

Corrí el riesgo de utilizar el móvil Venus para llamar a Annabeth por segunda vez. La había llamado antes desde el túnel, pero había saltado su buzón de voz. Me había sorprendido lo bien que se recibía la señal, teniendo en cuenta que estaba en el centro mitológico de la tierra, pero no quería ni imaginarme la tarifa que iban a aplicarle a Venus por aquella llamada.

Esta vez sí se puso Annabeth.

—Hola —le dije—. ¿Recibiste mi mensaje?

—¡Percy!, ¿dónde te habías metido? Apenas decías nada en tu mensaje. ¡Nos tenías muertos de preocupación! ¿Venus esta bien?
—Luego te lo contaré—le dije, aunque no tenía ni idea de cómo iba a cumplirlo—. ¿Dónde estáis ahora?

—Vamos de camino a donde nos pediste. Estamos a punto de llegar al túnel de Queens. Pero, Percy, ¿cuál es tu plan? Hemos dejado el campamento prácticamente indefenso. Y es imposible que los dioses…

—Confía en mí —la interrumpí—. Nos vemos allí.

—¡Venus! —me dijo antes que pudiera colgar —¿Cómo está ella?

—Está bien, tranquila Annabeth.

Colgué. Me temblaban las manos. No sabía si era una secuela de mi inmersión en el Estigio o la excitación ante lo que estaba a punto de hacer. Si no funcionaba, no podría evitar que me volaran en pedazos por muy invulnerable que fuera.

* * *

El taxi nos dejó frente al Empire State hacia media tarde. La Señorita O’Leary saltaba de aquí para allá en la Quinta Avenida, lamiendo taxis y husmeando puestos de perritos calientes. Nadie parecía detectar su presencia, aunque la gente se apartaba con aire confuso cuando ella se acercaba.

La llamé con un silbido al ver que paraban tres furgonetas blancas junto al bordillo: las tres con un rótulo de Fresas Delfos, que es el nombre que se usa como tapadera para el Campamento Mestizo. Nunca había visto las tres furgonetas juntas en el mismo sitio, aunque sabía que iban y venían a la ciudad con nuestros productos frescos.

La primera la conducía Argos, nuestro jefe de seguridad de múltiples ojos. Las otras dos, sendas arpías, que son un híbrido demoníaco de gallina y humano con bastante mala uva. Normalmente se dedicaban a limpiar el campamento, pero también se les daba bien conducir entre el denso tráfico del centro de la ciudad.

En cuanto pararon, se abrieron las puertas laterales y empezaron a bajar un montón de campistas (algunos un poco lívidos por el largo trayecto). Me llenó de alegría que hubieran venido tantos: Pólux, Silena Beauregard, los hermanos Stoll, Michael Yew, Jake Mason, Katie Gardner y Annabeth, junto con la mayoría de los miembros de sus cabañas. Quirón fue el último en bajar de la furgoneta. Llevaba comprimida la mitad de su cuerpo de caballo en una silla de ruedas mágica, así que utilizó la plataforma para discapacitados. La cabaña de Ares no había venido, pero procuré no enfadarme demasiado ni pensar en ello. Clarisse era una estúpida testaruda. Y punto.

Hice un recuento. Cuarenta y un campistas en total.

No muchos para librar una guerra, pero aun así era el grupo más numeroso de mestizos que había visto reunido jamás fuera del campamento. Parecían nerviosos, cosa que comprendía perfectamente. El aura de semidioses que debíamos de estar emitiendo era tan potente que ya habríamos alertado a todos los monstruos del nordeste del país.
Mientras repasaba los rostros de los campistas a los que conocía de tantos veranos, una voz insistente susurraba en mi interior: «Uno de ellos es un espía».

¹ 𝑈𝑁𝑇𝐼𝐿 𝑇𝐻𝐸 𝐸𝑁𝐷 ❪ hp x pjo ❫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora