iii. nico's plan

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▓▓▓▓▓ ┇Me monto en un perro y
me voy contra un árbol

pov percy

La Señorita O’Leary me vio antes de que yo la viera a ella, lo cual tenía su guasa, considerando que es del tamaño de un camión. Entré en el ruedo de arena y un muro de oscuridad se me vino encima.

—¡Guau!

Cuando quise darme cuenta, me encontraba tirado en el suelo con una pezuña gigante en el pecho y una lengua enorme y rasposa como un estropajo lamiéndome la cara.

—¡Uf! —resoplé—. Qué tal, chica. Yo también me alegro de verte. ¡Ay!

Me costó unos minutos calmarla y quitármela de encima. Para entonces ya estaba empapado de babas. Ella quería jugar, así que tomé un escudo de bronce y lo lancé a la otra punta del ruedo.

La Señorita O’Leary, dicho sea de paso, es la única perra del infierno simpática. La había heredado cuando murió su anterior propietario. La dejaba en el campamento y Beckendorf… bueno, Beckendorf solía cuidar de ella cuando yo o Venus estabamos fuera. Él había forjado el hueso de bronce que más le gustaba y que se pasaba todo el tiempo mascando. También le había hecho un collar y en la etiqueta había puesto un icono sonriente amarillo —en vez de la calavera— entre dos tibias cruzadas.

Pensar en todo aquello me entristecía de nuevo, pero le lancé una cuantas veces más el escudo porque ella insistía.

Enseguida se puso a ladrar —un estruendo incluso superior al de un cañón de artillería—, como si necesitara salir a dar un paseo. A los demás campistas no les gustaba que hiciera sus necesidades en la arena. Ya había provocado más de un resbalón e incluso algún accidente desafortunado. Abrí la cerca y ella se alejó hacia el bosque dando saltos.

La seguí corriendo, aunque no me preocupaba que me llevara la delantera. No había nada en aquel bosque que entrañase peligro para la Señorita O’Leary. Incluso los dragones y los escorpiones gigantes escapaban cuando la oían acercarse.

La localicé al fin (para entonces ya había ido al lavabo) en el claro donde el Consejo de los Sabios Ungulados había sometido a juicio a Grover. El lugar no tenía buen aspecto. La hierba estaba amarillenta y los tres tronos de arbustos recortados habían perdido todas las hojas. Pero lo que me sorprendió no fue eso, sino el extraño trío que divisé en medio del claro: la ninfa Enebro, Nico di Angelo y un sátiro viejísimo y muy gordo.

Nico era el único que no parecía asustado por la aparición de la Señorita O’Leary. Tenía el mismo aspecto que en mi sueño, con su cazadora de cuero, unos tejanos negros y una camiseta con esqueletos danzantes, como en esas imágenes del Día de los Muertos. Llevaba al cinto su espada de hierro estigio. Sólo tenía doce años, pero parecía mucho mayor y más triste que un chico de esa edad.

Me hizo un gesto al verme, sin dejar de rascarle las orejas a la Señorita O’Leary. Ella le olisqueaba las piernas como si fuesen lo más interesante que había husmeado en su vida, aparte de los filetes de vaca. No era de extrañar. Siendo hijo de Hades, Nico debía de haber andado por sitios muy apetitosos para un perro del infierno.

El viejo sátiro no parecía tan contento, ni mucho menos.

—¿Alguien va a explicarme qué demonios hace esta criatura del inframundo en mi bosque? —Agitaba los brazos y daba golpes nerviosos con las pezuñas, como si la hierba estuviera ardiendo—. ¡Tú, Percy Jackson! ¿Es tuya esta fiera?

—Perdona, Leneo —le respondí—. Es así como te llamas, ¿no?

El sátiro puso los ojos en blanco. Tenía el pelaje de color gris pelusa y una telaraña entre los cuernos. Con aquella panza, pensé, habría sido un autochoque invencible.

¹ 𝑈𝑁𝑇𝐼𝐿 𝑇𝐻𝐸 𝐸𝑁𝐷 ❪ hp x pjo ❫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora