11. Una habitación llena de recuerdos

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VICTORIA

—¡Hola Vicky! —con una gran sonrisa Hugo entró en casa.

—¿Qué tal grandullón?

—Bien —se sentó en el sofá. —¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé.

Cuando me senté junto a él la gata vino corriendo y de un salto se interpuso entre nosotros.

—¡Tienes una gata!

—Sí, desde hace ya un par de meses. —la acaricié la cabecita, —es muy cariñosa ¿por qué no la acaricias?

Hugo acercó su mano y la gata empezó a olisquearla.

—Me está olfateando.

La gata finalmente se rindió y acabó restregando su pequeña cabecita contra la mano de Hugo.

Cuando pasó a los lomos empezó a moverlos a la vez que su mano, y antes de que nos diéramos cuenta la gata se había sentado en sus piernas.

—Creo que le he caído bien.

Le sonreí.

Si supiera que a esta gata todo el mundo le cae bien...Creo que si me entran a robar no haría nada para defenderme.

—A las ocho me tengo que irme a trabajar así que tenemos tres horas.

—¿Puedes enseñarme a pintar? La abuela dice que lo haces muy bien.

Recuerdo el día que entré a vivir en este piso. Quise decorar todas las paredes con mis pinturas, pero cuando se lo pregunté al casero me lo prohibió.

Un par de meses después dejé de pintar.

Mi abuela ya no estaba y era algo que compartía con ella. Me enseñó un montón de técnicas y trucos. Todas las tardes pintábamos juntas.

—Vale. Espérame aquí voy a buscarlas.

Al salir del salón recorrí el pasillo hasta llegar a la habitación que tengo enfrente de la mía. En ella guardo todos los trastos que no me caben en casa.

Cuando entré la habitación olía a cerrado.

—Debería de entrar más a menudo, o por lo menos abrir la puerta.

Empecé a apartar cajas y esquivar trastos hasta que llegué a la otra esquina de la habitación. Bajo la sábana estaban guardadas algunas de mis pinturas más antiguas, como las que mi abuela y yo hicimos cuando era pequeña. Al no estar enmarcadas me preocupaba que la humedad las estropeara con el paso del tiempo.

Al llegar a la mesa de madera removí algunas de las cajas de pinturas, hasta que encontré una caja de carboncillos que conocía muy bien.

Estaba en perfecto estado. Como si no hubiera pasado tiempo desde la última vez que se usó.

Levanté la tapa con cuidado y ahí estaban los carboncillos que tanto usaba mi abuela.

Recuerdo que eran sus pinturas preferidas. Una ola de nostalgia me recorrió todo el cuerpo.

Cerré la caja con cuidado y la coloqué de nuevo en la mesa.

Cogí un par de estuches antes de salir. Tras soltar un suspiro conseguí que las lágrimas de mis ojos se esfumaran.

—Elige. Rotuladores de alcohol o lápices de madera.

Dejé el bloc de dibujo y las pinturas en la mesa de comedor.

—A ver —abrió las cajas de pinturas y acabó decidiendo usar los lápices.

Mientras que Hugo pintaba y me contaba sobre cómo le había ido esta semana en el colegio, yo aproveché para terminar el último trabajo de investigación.

—Ya he terminado.

—Es muy bonito Hugo —agarré la lámina y la miré más de cerca. Para tener solo siete años dibuja muy bien.

—¿Te gusta?

—Claro que sí, es precioso.

Nos había dibujado a los dos cogidos de la mano. De fondo había una casa con una gran piscina.

Sí que es verdad que estábamos un poco deformes cómo algún brazo más largo que otro.

—Somos tú y yo —se acercó a mí y señaló el dibujo, —esta casa va a ser dónde vivamos cuando seamos mayores.

—¿Cuándo seamos mayores?

—Sí, voy a comprar esta casa para que podamos vivir juntos porque te quiero mucho y quiero que siempre estemos juntos. No quiero que te vayas cómo hicieron mis padres.

Me tragué el nudo que tenía en la garganta como pude, y sonreí.

—¿Quieres algo de merendar algo antes de que tu abuela vuelva del médico?

—¿Tienes chocolatinas? Me apetece un bocadillo de chocolate.

Al final acabamos merendando en el sofá mientras vimos un episodio de dibujos animados.

La señora Harper me llamó para avisarme de que Eric sería el que vendría a recoger a Hugo, ya que su cita en el médico llevaba retraso.

Estaba preparando la mochila del trabajo cuando el timbre de la puerta sonó.

Salí de la habitación y con rapidez recorrí el largo pasillo.

—Hola.

—Tu debes de ser Victoria.

—Y tú eres...

—Eric Harper el hermano de Hugo.

—Ah, ¿quieres pasar?

El aceptó.

—¿Te apetece tomar algo o vienes directamente a recoger a Hugo?

—No estaría mal un café. Así puedo conocer a la chica de la que tanto habla mi hermanito.

Se sentó en la mesa mientras preparaba el café.

—Hugo me ha hablado mucho de ti. Cuando me contó que había hecho una amiga que vivía en frente de la abuela creía que se refería a una chica de su edad.

—Pues siento decepcionarte, pero Hugo y yo hacemos buen equipo.

Le serví el café.

—Ya lo sé, me cuenta todo lo que hacéis juntos. Me encantaría pasar más tiempo con él como hacíamos antes —suspiró y se aflojó la corbata del traje, —pero mi trabajo es agotador.

—Ha debido de ser muy duro para ti este cambio.

—En realidad creí que sería más difícil. Desde la muerte de nuestros padres mi abuela me ha ayudado bastante. Sí que es verdad que he tenido que dejar la carrera y ponerme a trabajar en una oficina, algo que siempre juré que no haría, pero tenía que conseguir dinero de alguna manera para que pudiéramos salir adelante.

—¿Y qué tal la mudanza?

—Ya casi hemos terminado. Tuve que vender la casa porque me pillaba muy lejos del trabajo.

—Sabes que si en algún momento necesitas que cuide de Hugo no tengo ningún problema.

Una sonrisa triste le cubrieron los labios.

—Muchas gracias por todo Victoria.

—Vicky sabes cuando va a venir... ¡Eric!

Hugo entró a toda prisa en la cocina y se tiró sobre los brazos de su hermano.

—Qué pasa pequeñín ¿a qué no me esperabas?

Estuvimos un rato más hablando. Hugo le enseñó as su hermano el dibujo que había hecho.

Cuando le contó porqué estábamos los dos juntos con una casa detrás; Eric me miró y pude ver como una ola de culpabilidad le atravesó.

Prometí colgar su dibujo en la nevera cuando nos despedimos, y Eric prometió que en cuanto pudiera se volvería a pasar por aquí.

En veinte minutos empezaba mi turno en el bar y por primera vez en mucho tiempo había llegado con tiempo de sobra.

Acordes NevadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora