6. ¿Qué estoy haciendo?

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Cabreado me levanté de la mesa y salí por la puerta del local.

No podía aguantar más. Saqué el paquete de tabaco del bolsillo de mi abrigo y me encendí un cigarro.

—Tío, estás aquí —Alex intentó acercarse a mí sin tambalearse, pero las cuatro cervezas que se había bebido le habían hecho efecto muy rápido.

—Me voy a casa.

—No tío. Estamos pasándolo genial.

—Tú te lo estás pasando genial, yo estoy hasta las narices. Me voy a casa.

—¿Pero y qué pasa con las chicas? —preguntó alargando las eses.

—Me dan igual.

Estábamos llegando al coche cuando las chicas empezaron a gritar.

—¡Espera! —gritó la morena. —¿Podéis llevarnos? No tenemos coche.

Alex me miró con una sonrisa pícara. Yo suspiré y finalmente acepté.

La rubia se sentó en el asiento del copiloto, mientras que Alex y la morena se sentaron atrás. No habían pasado ni dos minutos y ya estaban dándose el lote.

—¿Dónde vivís? —le pregunté a la rubia.

—No me acuerdo —la chica acercó su mano a mi rodilla y empezó a darme caricias. —Podéis llevarnos a vuestro apartamento.

La chica subió lentamente sus caricias hasta que llegó a mi entrepierna. Tragué con dificultad.

El hecho de haber bebido y haber estado tantos meses sin acostarme con nadie me estaba pasando factura.

Asentí y sin decir una sola palabra cambié de calle en dirección a nuestro apartamento.

En cuanto abrí la puerta, Alex agarró de las caderas a la morena y se metieron en su habitación.

Puse los ojos en blanco. Esta noche no voy a dormir nada con tanto grito.

—Puedes quedarte en el sofá —le dije antes de meterme en mi habitación.

Estaba quitándome la camisa cuando escuché como la puerta se cerraba.

Al girarme la vi apoyada en la puerta.

—¿Necesitas algo?

—Sí. A ti.

Se acercó lentamente hasta que quedamos uno frente al otro. Me pasó las manos por el abdomen con pereza. Subió una de sus manos hasta mi cuello.

—No sabía que un entrenador personal podía estar en tan buena forma.

La chica bajó la mano hasta que llegó a mi entrepierna. Empezó a desabrocharme los pantalones, pero yo le agarré ambas muñecas impidiéndoselo.

—No. Estás ebria.

—Vamos. Estás deseándolo tanto como yo.

Ella se zafó de mi agarre y me bajó de golpe los pantalones y la ropa interior, provocando que mi erección rebotase.

—Encima estás bien dotado.

La rubia sonrió antes de agacharse y metérsela en la boca.

Yo no me quejé, no dije nada. Me quedé ahí quieto mirándola, viendo cómo la lamía.

La excitación me recorrió de arriba abajo. La agarré del pelo y empecé a moverme con brusquedad. En cuanto me liberé, ella me agarró los glúteos provocando que no pudiera moverme.

—Ahora es mi turno —al girarme la vi tumbada en mi cama con las piernas abiertas.

La miré. La chica era guapa pero muy mal educada y altiva, no tenía nada que ofrecerme.

—Ya puedes irte —dije mientras me subía los calzoncillos.

Me tumbé en el otro lado de la cama, y traté de ignorarla cuando empezó a repartir algunos besos por mi cuello.

En ese momento los gemidos de la otra chica y Alex empezaron a retumbar por la habitación.

—¿Los escuchas? Se lo están pasando bien —susurró en mi oreja. —Yo también quiero pasármelo así —dijo acercando la mano lentamente hasta llegar a mi entrepierna.

A la mañana siguiente cuando me desperté, la rubia estaba apretujándome.

Me zafé de ella con rapidez.

No quería despertarla, solo que se fuera de mi casa.

No creí que existiera una persona tan pesada. Estuvo insistiéndome que nos acostásemos durante casi veinte minutos. Por suerte se quedó dormida y yo pude respirar tranquilo.

No iba a acostar con alguien que está bajo los efectos del alcohol.

Me puse la ropa de deporte y salí del apartamento con rapidez.

Como un domingo a las nueve de la mañana no hay mucho que hacer, decidí correr durante algunas horas.

Quería que cuando volviera a casa no hubiera nadie. No quiero tener que volver a lidiar con absolutamente nadie hasta el lunes.


Acordes NevadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora