32. Muros derribados

9 3 0
                                    



Media hora después de haber terminado de cenar, nos quedamos sentados mirando el programa.

—¿No tienes nada que hacer?

—No —respondió Jacob un poco confuso.

—Ya hemos cenado, creí que tenías cosas que hacer.

—¿Acaso no puedo pasar tiempo con mi amiga?

—Sí, pero...

—A parte, cuando he llamado me has recibido con los brazos abiertos, así que no te hagas la dura.

—Eso no es verdad —dije molesta.

—Yo creo que sí. ¿Por qué no salimos un rato?

Me giré en dirección a la ventana. La lluvia había aminorado un poco.

—¿Ahora? Pero si está lloviendo.

—Lo sé.

Le miré con desconfianza. La actitud de Jacob ha cambiado. Al principio hacía lo imposible por evitar hablar con alguien. Pero ahora el que trataba de sacar conversación al otro era él.

¿Qué hay entre nosotros? Desde que nos besamos el otro día me siento rara. Mi cuerpo anhela sentir sus suaves labios y sus grandes manos recorriendo todo mi cuerpo. Si no llega a ser porque Alex, que nos interrumpió; no sé hasta dónde habríamos sido capaces de llegar.

—¿Qué tienes pensado?

—Abrígate y ponte unas botas.

—Pero dime a dónde vamos.

—No. Es sorpresa.

—¡Jacob! Venga porfa.

Se acomodó en el sofá con una sonrisa de suficiencia.

—Jacob dímelo. Porfa, porfa, porfa, porfa.

Me acerqué tanto a él que nuestras narices casi llegaron a rozarse. Sus ojos se desviaron hacia mis labios.

—Dime si vamos a ir andando o en coche.

—En coche —contestó embelesado.

Ahora la que sonrió fui yo.

Me aparté bruscamente de él y caminé sin mirar atrás hasta mi habitación.


Media hora después regresé al salón. Estaba a punto de hablar cuando me fijé que Jacob se había quedado dormido. Me acerqué lentamente. Estaba tumbado con la manta que compartíamos cubriéndole las piernas.

Me acuclillé frente a él, le quité el mando y apagué la televisión.

Me quedé embelesada. Es tan guapo que hoy en día seguía sin entender como era posible que siga soltero.

Le pasé el dedo por la frente para apartarle un mechón rebelde. No pude evitar pasar mi mano con lentitud por su mandíbula definida y cuello.

¿Le despierto o le dejo seguir durmiendo? Se había pasado toda la tarde llamando a mi puerta, incluso fue a comprar mi hamburguesa preferida en mitad de una tormenta.

Es una persona increíble. Escuchaba y hace lo imposible para que en los peores momentos consiga sonreír.

—Eres una pervertida —me aparté de golpe.

—Eso no es verdad.

Me levanté del suelo y empecé a recoger nuestra improvisada cena.

—Me estabas mirando mientras dormía, eso es de pervertida.

Acordes NevadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora