22. Mi fortaleza empieza a romperse.

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JACOB

—Ataca ya Victoria.

Tal y como había dicho Victoria se movió con rapidez, quedándose encima de mí.

—¿Y ahora qué hago? —susurró cerca de mis labios.

—Tendrás que darme un rodillazo en la boca del estómago, y cuando yo me quede inmovilizado por el dolor sales corriendo.

Solté el agarre de una de mis manos y la dirigí hasta el centro de sus pechos, desde ahí bajé lentamente hasta que toqué el inicio de su estómago y lo apreté levemente.

—Aquí debes de dar el golpe.

—¿Por qué ahí? —preguntó con la voz entrecortada.

—Porque le cortarás la respiración de un solo golpe.

Cuando cogió una profunda bocanada de aire, aparté mi mano de su abdomen e inconscientemente la llevé hasta la parte trasera de su muslo.

—Si en algún momento no consigues librarte del agarre pégale un fuerte cabezazo y luego la patada.

Asintió.

La tensión era cada vez más fuerte. No quería apartarme de ella. Bajó su mirada a mis labios y estos se entreabrieron inconscientemente.

Sentí como el cuerpo se me calentaba. Apreté la mano que tenía en su muslo, y ella deslizó la suya hasta que nuestros dedos se tocaron.

Estábamos tan cerca el uno del otro que nuestras narices se rozaban, nuestros alientos se mezclaron. No pude evitar pensar por un segundo en acercarme a ella y probar esos suaves labios.

Me levanté rápidamente. Me alejé e intenté controlar mi respiración. Me llevé una mano a mi erección y traté de calmarme.

Ni siquiera nos habíamos besado y yo estaba excitado.

Fuera del ring me puse la sudadera. Cuando vi que ella seguía en la misma posición tirada en el suelo y confundida, me acerqué, le tendí su sudadera y le ofrecí mi ayuda.

Recogí un par de carpetas que me había dejado en la recepción, y los dos salimos del gimnasio.

Le pregunté si quería que fuéramos a comer algo, y ella como una loca hambrienta dijo que le apetecía unas pizzas.

Al meternos en el coche noté como el cerebro de Victoria comenzaba a hacerse un montón de preguntas.

—Oye que si te apetece otra cosa a mí me da igual, no tenemos por qué ir a un italiano.

No pude evitar que una sonrisa apareciera en mis labios.

En cuanto entramos al restaurante Victoria se quedó con la boca abierta. Nos sentamos en una de las mesas del salón y pedimos una pizza para compartir.

—¿Tienes hermanos? —me preguntó con curiosidad antes de llevarse una porción a la boca.

—Sí.

—¿Enserio? Yo siempre he querido uno.

—Son más pequeños que yo.

—¿Les echas de menos? —asentí. —Lo bueno es que dentro de poco los podrás volver a ver.

Mis hermanos eran lo más preciado que tenía. Quería ir a Indiana y visitarles, sabía que ellos también me echaban de menos; pero no quería encontrarme a mi padre.

—¿Te encuentras bien?

Levanté la vista del plato rápidamente.

—Sí, sí. Solo... estaba pensando —pasados unos minutos en silencio, me atrevía a preguntarla. —¿Ahora tienes algo que hacer? Me gustaría llevarte a un lugar.

Acordes NevadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora