A escondidas

1.8K 170 7
                                    

¡Ring! ¡Ring!

Siempre que la campana de la escuela sonaba Lincoln lanzaba un insulto hacia la nada. Después de todo, a nadie le gusta que terminen los recreos.

Pero lo peor es que eran estos los únicos momentos en los que Lincoln era capaz de fumar un cigarro.

No planea nunca arriesgarse a fumar en un baño o en un cualquier lugar que no sea la azotea en el horario de recesos.

Sabe que si lo atrapan fumando, si lo ven tener en la mano un cigarrillo, siquiera si lo tienen en sospecha de ser un fumador. Su vida podría derrumbarse, el sabe que lo tacharían de delincuente, e incluso de drogadicto.

Y nadie quiere eso, ¿verdad?

Lincoln hizo la misma rutina de siempre al acabar un receso, lanza el cigarro lo más lejos posible desde la azotea, esconde la cajetilla de estos junto con su encendedor, seguido de eso come unas cuantas mentas para ocultar el olor a humo y seguía con su día a día.

Se apresuró a salir de la azotea y reviso su horario para ver que clase le tocaba.
Era hora de la clase de cocina.

Recordaba como en el anterior ciclo escolar los padres de familia empezaron a pedirle a la escuela que se implementara en los programas estudiantiles una clase de cocina, para que los alumnos puedan aprender a cocinar y así ellos pueda ser capaces de alimentarse a sí mismos.

No hace falta decir que esto lo pidieron con el fin de ahorrarse otra molestia, aunque tenía que admitir que fue una buena jugada por parte de los adultos.

Se dirigió al salón en donde se darían las clases, al llegar se sorprendió, puesto que para haber sido una nueva materia. La escuela preparo el salón de buena manera, habían estantes con diferentes tipos de ingredientes, pequeñas mesas con estufas y hornos instaladas en ellas.

Debería de acostumbrarse a esto, tomo asiento en una de las distintas mesas del lugar. A medida que pasaba el tiempo, más alumnos iban llegando, en parejas, en grupos. Todos tenían a alguien con quien hablar, Lincoln prefería mantenerse al margen de los demás, pensaba que con los amigos que ya tenía le bastaba y nada más.

Junto con la multitud de estudiantes que entraban al salón llegó su mejor amigo, Clyde Mcbride.

Ambos se vieron, y se saludaron con un asentamiento de cabeza, este último, en vez de ir con su amigo peliblanco, tomo asiento al lado de una chica de aspecto gótico, Haiku Kurai.

El peliblanco recordó como es que hace tiempo su amigo le dijo su interés romántico hacia la chica. Al principio este se sorprendió, pues conocía a Clyde y no podía evitar comparar la forma de ser de Clyde con la de Haiku.

Y era obvio reconocer las claras diferencias entre sus personalidades. Pero poco le importo pues el ayudaría a su mejor amigo en ser feliz.

Aunque, ahora que pensaba en eso, recordó que Clyde le pidió un favor, hacer un dibujo para Haiku y así dárselo en su cumpleaños. A cambio, el chico pelinegro tomaría unas cuantas fotografías con el fin de dárselas a Lincoln y ayudarle a tener nuevas cosas que pintar.

Un pequeño trueque entre amigos.

Mientras estaba sumido en sus pensamientos, escucho la silla de al lado moverse, volteó hacia origen de aquel sonido y vio una chica que el conocía.

Judith Brown, la repostera destacada en su generación.

-Lindo día, ¿verdad Cookie?-

"Cookie", así es como empezaron a llamar a la chica en honor al mejor producto de su negocio, las galletas. Ella ha aceptado con honor aquel sobrenombre desde que se le empezó a llamarle así, piensa que así podrá ser más conocida y le ayudará a expandir su negocio.

Mi humeante escapatoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora