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Capítulo 11

Mingo Styles dibujó ante sí con las manos la silueta de una mujer con curvas y miró a su hijo Harry.

Lo normal era que Gracia acudiera a ver a su abuelo para leerle la Biblia, pero aquella tarde la niña había vuelto del colegio algo resfriada y Harry había decidido ir él a leerle la Biblia a su padre.

Así que Mingo había escuchado a su hijo mayor hablarle sobre las desgracias de Job, pero, al cabo de veinte minutos, había decidido que ya había oído suficiente sobre juicios y tribulaciones.

—¿Te refieres a Juliet Madsen? —contestó Harry enarcando una ceja.

Su padre sonrió y asintió desde su silla de ruedas y, a continuación, tomó el cuaderno y el lapicero que tenía en el regazo. Haciendo un gran esfuerzo escribió una palabra.

Cita.

Harry la leyó en voz alta y su padre sonrió y lo señaló. El significado estaba muy claro.

—Sí, Juliet y yo hemos quedado varias veces —contestó Harry—. Supongo que eso te gusta, ¿verdad?

Mingo asistió y volvió a escribir.

Amor.

Harry se sorprendió ante la pregunta de su padre. Aunque lo cierto era que a Mingo siempre le había gustado tomarles el pelo a sus hijos sobre las mujeres y el sexo, cuando la cosa se había puesto seria, jamás había hecho preguntas y siempre se había guardado su opinión a menos que sus hijos le hubieran pedido consejo. A Harry lo sorprendió que su padre rompiera aquella norma.

—¿Me estás preguntando que si la quiero? Papá, es muy pronto para esas cosas.

De momento, me gusta mucho, que ya es un buen principio, ¿no te parece?

Sin embargo, Harry se dio cuenta mientras contestaba a la pregunta de su padre de que lo que sentía por Juliet era bastante fuerte, era más que una simple atracción.

¿Pero amor? No quería plantearse que su corazón estuviera tan comprometido en tan poco tiempo, pero se preguntó si la desesperada necesidad que sentía por aquella mujer sería amor.

Habían pasado tres días desde que se había despedido de ella en su casa y estaba desesperado por volver a verla.

Su padre frunció el ceño y Harry suspiró.

—Papá, no debo saltar al fuego inmediatamente. Primero, tengo que recapacitar si voy a poder aguantar el calor.

Mingo puso los ojos en blanco y Harry se dio cuenta de que no le iba a engañar a él ni a su padre. Ya había saltado al fuego.

—Está bien —accedió—. Estoy loco por ella, pero no sé si lo que siento es amor y tú tampoco lo sabes.

Su padre lo miró disgustado y a Harry le dieron ganas de irse, pero no lo hizo porque sabía que Mingo lo necesitaba y él también necesitaba a su padre, así que suspiró, se puso en pie y dejó la Biblia junto a la cama de su padre, a su alcance. Cuando volvió, vio que su padre le quería decir otra cosa. Mingo se señaló la alianza de boda que llevaba en el dedo y cruzó los brazos e hizo un movimiento que recordaba a una persona acunando a un bebé.

—¿Casarnos? ¿Tener hijos? —se sorprendió Harry—. ¡Papá, por favor! Tengo casi cuarenta años. Es demasiado tarde para mí.

La respuesta de Harry enfureció a Mingo, que le hizo un gesto para que se fuera.

—Sí, me voy, pero tenemos que hablar de las pruebas que te van a hacer la próxima semana —contestó Harry aproximándose a su padre—. ¿Sigues queriendo ir a Houston? ¿Estás dispuesto a que los médicos y las enfermeras te hagan todo tipo de perrerías?

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