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Capítulo seis

Harry

Seis días después volví a ver a la madre y a Lucy, el viernes siguiente. Sentí

que se iba temprano a propósito las noches que trabajaba. Me sentí aún

peor ya que había interrumpido la vida de alguien. Así que cuando Lucy

y su madre -todavía no sabía su nombre- bajaban la escalera justo cuando yo llegaba,

me sorprendí y, sinceramente, me sentí aliviado. Sólo quería que desaparecieran

esas malditas papas del asiento del copiloto.

Saliendo a toda prisa y dando un fuerte portazo, me acerqué a su auto con la

bolsa en la mano. Sabía que me habían visto. Cuando la madre levantó la cabeza, se

detuvo y me observó con recelo. Incluso miró desesperadamente hacia las escaleras,

debatiendo si volver a subir antes de tirar de la mano de Lucy y reanudar la marcha

hacia su auto, mirándolo intensamente en lugar de a mí, de pie junto a su auto.

Aunque Lucy me frunció el ceño, no dijo nada. No había sido el único al que

habían regañado por abrir la boca. Cuanto más se acercaban, más inseguro estaba

de cómo manejar todo el asunto de las disculpas.

Cuando vi que la madre iba a ignorarme por completo, me acerqué al lado del

pasajero. Estaba en la puerta trasera, metiendo a Lucy dentro. Empujé la bolsa por

encima de la puerta abierta. Fue un mal movimiento ya que estaba agachada. La bolsa

hizo un ruido de arrugas mientras ella se estremecía y se levantaba rápidamente.

—Toma. —Aparté la mirada y empujé la bolsa hacia ella. Cuando la miré por

el rabillo del ojo, vi que mis manos estaban prácticamente sobre sus pechos. Bajé los

brazos y di un paso atrás mientras estudiaba la bolsa.

—¿Qué es? —Parecía enfadada.

Agité la bolsa delante de su cara.

—Papas fritas. Tengo algunas para tu hija.

Los ojos de la mujer se endurecieron ante mí. Incluso bajo la luz de la calle eran

de un azul impresionante, llamativo y seductor... quizás. Mi aliento se enganchó con

algo en mi pecho mientras esperaba que dijera algo. Cualquier cosa. Estar allí de pie

como un maldito idiota era muy incómodo.

—No, gracias. —Se centró en Lucy, abrochando las correas sobre sus hombros

y pecho.

—Tómala —le dije.

Cuando terminó y cerró la puerta, volvió a mirar la bolsa con escepticismo.

—No la queremos.

—¡La quiero! —dijo Lucy, con la voz ligeramente apagada desde el interior del

vehículo.

Su madre miró a Lucy a través de la ventana.

—Lucy, no puedes aceptar cosas de extraños, aunque te las ofrezcan. Eso es

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