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CAPÍTULO 11

—¿A dónde vas?

Con una mano en el barandal de la escalera, terminé de ponerme mis zapatillas

y miré hacia el hombre parado frente a mí con una mirada cautelosa en su rostro

ligeramente cubierto de barba.

—Voy a correr. ¿Por qué?

El grandote miró hacia abajo al accesorio carísimo en su muñeca, un costoso

reloj de entrenamiento que sabía que obtuvo gratis porque fui la que abrió la caja

cuando lo recibió.

—Son las cinco en punto —dijo, como si no supiera como leer la hora.

Lo hacía, y había aprendido hace mucho, mucho tiempo.

Él había llegado a casa hacía casi una hora mientras me encontraba arriba

haciendo el quinto boceto de una portada para un autor con el que había decidido no

volver a trabajar. El tipo estaba volviéndome loca, cambiando de parecer de una

revisión a la siguiente, y si no fuera por mi lema —nunca dejes a un cliente insatisfecho

porque le dirá a todo el mundo que apestas—, le habría dicho que se metiera su dinero

por la garganta y encontrara a otro.

Sí, me sentía inquieta, y entendí que necesitaba salir de la casa por un ratito,

incluso si ya era más tarde de lo que normalmente me gustaba ir a correr. Así que

había estado sorprendida cuando oí primero a Harry dirigirse desde la cocina hasta el

recibidor donde estaba tratando de terminar de alistarme para salir.

No nos habíamos visto mucho desde que regresamos de Las Vegas hace poco

más de una semana, pero las cosas habían estado bien. Era un poco raro que el viaje

me hubiera relajado alrededor de él en cierta forma, y parecía que la sensación era

mutua. Harry incluso había empezado a tocar en el marco de mi puerta al pasar por

mi habitación cuando llegaba a casa. No decía nada más que "Hola" lo suficientemente

alto para ser oído sobre la música que me gustaba poner mientras trabajaba, pero era

algo. Creo.

—Solo voy a hacer ocho kilómetros —le informé en ese momento, tomando mi

otra zapatilla del suelo y balanceándome en un pie para ponérmela como había hecho

con la otra. Era más difícil de lo que debería haberlo sido, principalmente porque era

muy consciente de que me observaba, probablemente esperando que me cayera.

—Va a oscurecer pronto —dijo, mientras luchaba por meter mi tobillo en mi

zapatilla.

—Estaré, maldición, estaré bien. —Empecé a caer, agitando un brazo hacia

afuera para equilibrarme y, en su lugar, una mano grande atrapó mi codo para

mantenerme firme. Le dirigí una mirada avergonzada y dejé algo de mi peso apoyarse

en él mientras finalmente logré meter el tobillo—. Gracias —dije dando un paso

atrás—. De todas maneras, no debería tomarme más de una hora o así. Todavía corro

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