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A Harry Styles no le gustaban nada las bodas porque cualquier ceremonia sentimental le recordaba todo lo que podía ir mal en la vida de una persona.

Normalmente, procuraba no acudir a ningún evento social en el que hubiera implicado un vestido blanco, lanzamiento de arroz y mujeres llorando de emoción. Pese a todo, había tenido que ir a aquella boda ya que la novia era su prima y la quería mucho. Aunque, en realidad, habría preferido ensillar a su caballo preferido y salir a dar un paseo por el rancho, no podía faltar en el día más importante para ella.

Gracias a Dios, la ceremonia había terminado hacía más de una hora. Ahora, la casa principal del rancho Sandbur estaba llena de invitados y de familiares. Algunos habían ido desde Nuevo México. Todos tenían tarta y champán y la cerveza y el ponche corrían como el río San Antonio tras las lluvias de primavera.

Habían retirado las alfombras del salón y el suelo de madera reluciente albergaba a parejas que bailaban al son de una orquesta de cuatro instrumentos. La música, la risa y las conversaciones se mezclaban, resonaban en las estancias, rebotaban en los techos de madera y llenaban todos los rincones de la casa.

En otra época del año, la celebración se hubiera hecho fuera, al aire libre, bajo los centenarios robles, pero estaban en febrero y en el sur de Texas podía hacer frío. Normalmente, el tiempo en aquella época del año era espléndido, hacía sol y las temperaturas eran suaves, pero había ocasiones en las que soplaban vientos del norte y la tía Geraldine, que había ayudado a Raine a organizar la boda, le había dicho que era mejor no arriesgarse.

Harry hubiera dado cualquier cosa por encontrar un lugar tranquilo y solitario en el que aparcar sus botas hasta que hubiera terminado tanto griterío y tanta fiesta, hasta el momento en el que volvería a ser el director general del rancho.

—¿Qué te pasa, Harry? ¡No pareces muy contento de estar por aquí!

La pregunta se la había hecho su primo Lex, que acababa de abandonar la pista de baile, donde había bailado con una pelirroja con mucha energía. De todos los miembros de la familia, Lex era probablemente el más sociable. Se trataba de un hombre alto y rubio que gustaba mucho a las mujeres.

—Hay demasiado ruido —contestó Harryalzando la voz para que su primo pudiera oírlo—. Nuestros nuevos primos de Nuevo México se van a creer que somos gallinas.

El otro hombre se rió.

—No, gallinas no somos, pero sí somos texanos y nos gusta gritar y a mí me parece que los nuevos miembros de la familia se lo están pasando en grande.

Apenas hacía un mes que Harryse había enterado de que Darla, la madre de Raine, había estado casada con un miembro de la familia Ketchum de Nuevo México.

Todos se habían sorprendido mucho al saber que tenían un montón de primos a los que no conocían. Ahora, habían tenido oportunidad, durante los últimos días, de conocerse. Harry estaba encantado de tener familiares nuevos, pero también era cierto que iba a estar todavía más encantado cuando se hubieran ido y el rancho quedase de nuevo sumido en la tranquilidad que lo caracterizaba.

Harryse llevó la mano al cuello, a la corbata. No recordaba la última vez que se había puesto un traje y, si por él fuera, iba a tardar mucho en ponerse otro, pues se sentía aprisionado.

—Debe de ser que me estoy haciendo mayor porque todas estas cosas me ponen de los nervios —comentó en tono gruñón.

—Pero si sólo tienes treinta y nueve años, Harry—comentó su primo poniendo los ojos en blanco—. Deberías estar bailando con las guapísimas mujeres que hay en la fiesta. Quién sabe, a lo mejor tienes suerte y una de ellas te seduce. Todos sabemos que tú no vas a dar el primer paso, nunca lo has hecho.

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