San Valentín

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¿Quién le iba a decir a ella que acabaría embarazada de su jefe?
Cuando Poppy le mandó aquella tarjeta de San Valentín a Santino Aragonev con el fin de animarlo un poco, no esperaba que él fuera a responder acostándose con ella...

CAPITULO 1

Había sido un día horrible en el trabajo.De vuelta a casa, Poppy pasó por la tienda de la esquina y lo primero en lo quese fijó fue que el tarjetón para el día de los enamorados que llevaba viendo hacía unmes seguía sin venderse. No entendía como era posible que nadie lo comprara, puesle encantaba el dibujo de las rosas y el verso tan romántico que escrito.Llevada por un impulso, Poppy agarró la tarjeta y decidió comprarla. ¿Por quéno iba a mandar una tarjeta de San Valentín? Cierto que nadie le había enviado una aella, pero no por eso iba a dejar de utilizar la tarjeta para dar a otro una alegría. Encuanto a la identidad del afortunado, no le cabía la menor duda de quién sería eldestinatario.Poppy se había enamorado de Santino Aragone nada más entrar a trabajar enSistemas Aragone. Pero era consciente de que estaba tan lejos de su alcance comola luna. Santino era un empresario rico, moreno, con un cuerpo espectacular y unalista de mujeres despampanantes interesadas en él. Además, podía ser un hombremuy amable en caso de emergencia. En su primer día de trabajo, Poppy se habíapillado un dedo con la puerta y el propio Santino la había trasladado al hospital. Aldesmayarse al ver una aguja, Poppy había sentido la certeza de que era el hombre desu vida... Le había parecido tan dulce.Ensimismada con la sonrisa que le arrancaría aquel pequeño regalo anónimo, novolvió a acordarse del día tan espantoso que había tenido hasta abrir la puerta de suestudio.Desmond, el nuevo director de marketing, le había preguntado si era tonta denacimiento o lo había conse guido después de muchos esfuerzos. Poppy le había derramado el café sobre el teclado y, al ir a limpiarlo, se las había arreglado paraborrarle todo el trabajo de la ma ñana. A pesar de que se había disculpado de todaslas for mas posibles, Desmond había dirigido una queja al de partamento de recursoshumanos y la habían anotado en su expediente.De naturaleza tranquila, sus compañeros se habrían sorprendido de habersabido que estaba más enfadada consigo misma de lo que lo había estado el propioDes mond. Si no se hubiera distraído hablando, no se le habría caído el café. Una yotra vez, esa clase de faltas de con centración la hacían cometer errores parecidos.A veces se preguntaba si el problema habría empezado cuando iba al colegio y suspadres, sin pretenderlo siquiera, termina ban menospreciando cualquier pequeñoéxito que tuviera.-Estoy segura de que has hecho todo lo que has po dido -le decía su madrecuando le presentaba las notas -. Es normal que saques las notas de Peter.Su hermano mayor, Peter, había nacido con una inteli gencia extraordinaria y lehabía puesto el listón dema siado alto para competir con él. Y, orgullosos del rendimiento académico de su hijo, sus padres siempre habían volcado todas sus energíasen Peter. De modo que, aun que a Poppy también le habría gustado ir a la universidad,al cumplir los quince años sus padres le habían dicho que estudiar era muy caro,tenían que reservar el dinero para el doctorado de su hermano y que empezara atrabajar.Con el tiempo, a pesar de no tener una base académica sólida, había conseguidoencontrar trabajo como ayu dante en el departamento de marketing. Eratrabajadora, alegre y se llevaba bien con sus compañeros, pero en Sis temasAragone no había mucho margen para los emplea dos que cometían errores tontos.Además, el aviso que habían anotado en su expediente era el segundo en seis meses,lo que significaba que si recibía uno más la despedirían. Lo curioso era que no le dabatanto miedo el he cho de quedarse sin trabajo como saber que, en tal caso, novolvería a ver a Santino Aragone.-¿Qué broma es esta? -gruñó Santino Aragone cuando abrió el sobre gigantedos días después y se en contró con la tarjeta de San Valentín más cursi que jamáshabía visto.-Estoy tan sorprendido como tú -Craig Beiston, su ayudante personal, pensóque no podían haber elegido peor forma de intentar impresionar a su jefe. Ni unpeor día, e incluso año, para realizar tal declaración.La fiesta de Navidad de la empresa se había aplazado por la muerte repentinadel padre de Santino, Maximo, y se había pospuesto justo para esa tarde del día delos ena morados. Con tal mala suerte de que Santino iba a tener que asistir a otramisa por el funeral de un antiguo amigo del colegio esa misma tarde. Por si fuerapoco, Santino odiaba el día de San Valentín como Scrooge las navida des.Santino abrió la tarjeta y le llegó un perfume familiar que le hizo fruncir elceño. ¿Jazmín quizá? Pero el men saje de la tarjeta era tan cándido que se olvidó dela fra gancia.-Como siempre, hoy también pienso en ti y te quiero -leyó en voz alta.¿Se habría convertido en el amor platónico de alguna colegiala?, se preguntómientras repasaba mentalmente el círculo de chicas adolescentes de su entorno.-Campanilla -murmuró sorprendido Craig.-¿Cómo dices?-La pelirroja de marketing. La llamamos Campanilla porque siempre estárevoloteando de aquí para allá -ex plicó el ayudante-. Estoy seguro de que es quienha en viado la tarjeta. Es su perfume. Lo lleva siempre.La pelirroja de marketing. Poppy Bishop. Había en trado en el departamentohacía seis meses, contratada por su difunto padre en contra del candidato derecursos hu manos. ¿Y por qué la había elegido? Maximo se había apiadado de ellacuando le había confesado que era la pri mera entrevista de trabajo para la que lallamaban des pués de enviar más de cincuenta currículos. Poppy, la chica de sonrisatímida y luminosa, rizos explosivos y dietas insanas. Aunque la empresa tenía unaplantilla am plia, no era difícil fijarse en Poppy y sus constantes cala midades.-Algunas mujeres sólo viven para ponerse en ridículo -comentó Craig-. Hay quetener morro... ¡una don nadie como ella insinuándose al jefe!Santino trató de recordar el comportamiento de Poppy cuando estaba cerca deél y concluyó que, en efecto, era probable que fuese la culpable. Sabía que la poníaner viosa. Cuando estaban juntos, se le trababa la lengua hasta parecer idiota y seruborizaba en cuanto la miraba. No era la única mujer que coqueteaba con él, pero alme nos las demás lo hacían adrede. En el caso de Poppy, sen cillamente, no podíadisimularlo. Era un alivio que la tar jeta no estuviera firmada. De repente, lamentóque Craig la hubiese reconocido por el perfume.-No creo que la haya enviado ella -murmuró Santino al tiempo que tiraba latarjeta a la papelera-. No le pega. La habrá mandado la hija de algún amigo. Y ya estábien de hacer el tonto. Ponme con Industrias Densel.Más tarde, esa misma mañana, Santino devolvió la atención a la tarjeta quehabía tirado a la papelera. ¿Cómo se le había ocurrido enviársela? Su ayudantepersonal odiaba a Poppy y lo usaría en su contra si se le presentaba la ocasión. ¿Porqué? Craig tenía fama de enrollarse con las empleadas jóvenes de la empresa paradejarlas tiradas después de una noche.Pero cuando su ayudante personal había intentado se ducir a Poppy, esta lohabía rechazado, lo cual había su puesto un duro golpe para el ego de Craig. Pero sehabría sentido más humillado todavía de haber sabido que había sido el propioSantino quien la había avisado de las artes donjuanescas de su ayudante. Quizá sedebiera al cariño con que su padre la había acogido en la empresa; quizá a lainocencia con la que brillaban sus ojos azules.A las diez de esa misma mañana, Poppy bajó en busca de folios y bolígrafospara su planta. Se alegraba de tener algo con lo que distraerse. Cualquier cosa contal de olvi darse de la tarjeta de Navidad que había enviado.Había sido un impulso y no se había parado a pensar lo que estaba haciendo. Sehabía olvidado de la muerte de su padre las pasadas navidades y de que no leapetecería celebrar la fiesta de empresa aplazada. Además, tenía la sensación deque no le habría gustado recibir un enorme sobre rosa en el despacho. Seguro quealguno de sus em pleados lo había visto y se había echado a reír.¿Cómo había podido escribirle esa estúpida declaración de amor?, ¿no podíahaberse limitado a enviarle la tarjeta con un simple signo de interrogación? De esemodo, po drían haber interpretado el regalo de mil formas distintas, hasta tomarlopor una broma. Pero confesar sus sentimien tos no haría sino despertar la curiosidadde Santino.Agarró un paquete de folios y varias bolsas de bolí grafos y, de regreso alascensor, acortó el paso al ver a Santino charlando con otros hombres en la zona derecep ción. El corazón se le aceleró, la boca se le secó, síntomas habituales cuandoSantino Aragone estaba a la vista. Es taba enamorada hasta de esa voz profunda,capaz de ha cer sonar poética la lectura del informe más prosaico de estadística.Poppy lo miró de reojo. Llevaba un traje negro como su pelo, formal, de diseño,elegante como un felino. Lo quería tanto que le dolía no poder expresarle sus sentimientos. De pronto, se le resbaló una de las bolsas de bo lígrafos y, al caer al suelo,Santino se giró hacia ella y sus ojos se enlazaron. Luego, en vez de desviar la miradacomo había esperado Poppy, la observó como si fuera la primera vez que la veía.Fue como si el tiempo se detuviera. El corazón le latía como si hubiese estadocorriendo. Oía un pitido y el cuerpo entero le vibraba, pletórico de energía. Pero alguien se interpuso, agachándose a recoger la bolsa de bo lígrafos, y se rompió elhechizo. Un segundo después re conoció la expresión burlona de Craig.-La táctica de dejar caer un pañuelo al suelo -mur muró con desdén-. Quétruco más viejo.-¿Qué? -preguntó desconcertada Poppy.Santino echó a andar hacia el ascensor y pulsó el bo tón de cerrar puertas. Elpelo de Poppy Bishop era de un castaño dorado muy atípico. Por un instante, bajo laluz, le había resultado deslumbrante. Y tenía bonitos ojos. Pero no se sentía atraídohacia ella. En absoluto.Poppy era una empleada, se recordó aliviado. Aunque la mismísima Cleopatra seincorporara a la plantilla, no se permitiría iniciar una relación ilícita. Lo que pasabaera que no conseguía sacarse de la cabeza aquella estú pida tarjeta. Santino empezóa repasar la lista de defectos de Poppy: apenas llegaba al metro sesenta y él lasprefe ría rubias. Tenía veintiún años y a él le gustaban mujeres de una edad máspróxima a la suya. Tenía un gusto espan toso vistiendo, hablaba demasiado, se lecaían las cosas y armaba unos líos tremendos con el ordenador cada dos por tres. Élera perfeccionista y ella un desastre en cons tante ebullición. Era la clase de mujerque se casaba y él se moriría soltero. Estaba tenso por el funeral de esa tarde, nadamás. Necesitaba echar un trago.Poppy volvió al departamento de marketing para pre pararle el café a Desmond.Estaba hecha un lío. ¿Por qué la había mirado Santino de ese modo?, ¿por qué teníala terrible sospecha de que sabía quién le había enviado la tarjeta? Pero no eraposible. No podía leer el pensamiento de las personas, ¿no?¿Y por qué la había provocado Craig cuando solía tra tarla con totalindiferencia?, ¿a qué había venido aquel comentario? Craig Belston no había vuelto adignarse en dirigirle la palabra desde que lo había rechazado a los pocos días deentrar a trabajar. ¿Qué truco más viejo?, ¿acaso sospechaba lo que sentía porSantino? ¿Cómo era posible?Se estaba volviendo loca. Salvo que hubiesen hecho examinar la tarjeta enbusca de huellas dactilares, no ha bía forma de rastrear al remitente. En cuanto aCraig, en fin, nunca había tenido muchos amigos en Sistemas Ara gone. Podía ser quefuese inteligente, pero era antipático y tenía la costumbre de reírse de lasdesgracias ajenas. Así que no tenía sentido darle más importancia a aquelloscomentarios burlones... ¿O sí?Capitulo 2¡NO!, ¡NO!, ¡NO! -repitió desesperado Desmond-. Deja el café ahí. Prefieroestirar el brazo.Aunque Poppy obedeció sin dejar de sonreír un solo instante, le parecíaexcesivo. ¿No había pagado ya por el incidente del café derramado? El director derecur sos humanos le había dado una charla sobre las medidas de seguridad quedebía tomar para no dañar los sistemas informáticos con líquidos y le habíarecordado que ya te nía un aviso en su expediente por no cumplir los horariosdurante el primer mes en Sistemas Aragone. La habían amenazado con despedirla sivolvía a equivocarse y es taba decidida a no meter la pena ni una vez más.-¿Qué vas a ponerte esta noche?Poppy levantó la vista del gráfico que estaba anali zando en el monitor y sonrióa Lesley, una morena es belta del equipo de investigación de marketing.-Nada especial. Un vestido.Escuchó a Lesley mientras esta le contaba lo que ella llevaría. Sabía queescogería una indumentaria que real zaría cada una de las envidiables curvas de lamujer.-Tengo entendido que han mandado una tarjeta de San Valentín a Santino-comentó Lesley mientras Poppy im primía el gráfico que le había pedido Desmondpara una reunión-. Lo raro es que no haya recibido una saca en tera. No sé, supongoque será de su ex, que querrá volver con él.-¿Su ex? -preguntó intrigada Poppy.-¿Es que no te enteras de los cotilleos? Santino dejó a Caro Hartley hace unmes -la informó Lesley-. Es una chica muy fiestera y supongo que se aburrió de ella.-Apuesto a que no estará mucho tiempo solo -co mentó Poppy mientras selevantaba a entregarle el gráfico impreso a Desmond.¿Había cambiado el color de fondo a rosa porque le apetecía? Sí, lo cierto eraque recordaba haberlo retocado. Por suerte, su jefe guardó el gráfico en unacarpeta sin mayores críticas. Pero nunca, jamás volvería a cambiar los colores de losgráficos, se juró mientras se acercaba al baño para refrescarse a la hora de lacomida. Se miró un segundo al espejo. Al menos ya no tenía espinillas. Pero los rizosdel cabello eran tan rebeldes que era imposible tenerlo bien peinado como las demásmujeres. Y si se lo cortaba, le costaría todavía más desenredarlos, así que ha bíaoptado por dejárselo crecer y llevarlo recogido por la nuca.Aunque el mayor desafío eran las curvas que tenía. Necesitaba una nueva dieta.El régimen de plátanos le ha bía arruinado el gusto por ellos de por vida y el de coliflor había conseguido que le entraran mareos con sólo pa sar frente a una verdulería.Era hora de volver a los yogures, que tenían su efecto, aunque la hacían pasarse eldía hambrienta y fantaseando con comida.Al volver a su mesa, advirtió que el icono del correo electrónico estabaparpadeando y pinchó en el mensaje, con la esperanza de recibir alguna noticiaagradable de un amigo.-Los gráficos rosas son inapropiados en un ambiente de trabajo -leyó en vozbaja.Poppy miró la pantalla sorprendida y luego se giró para ver si alguien la estabamirando. ¿Quién la había visto retocar el gráfico?, ¿quién le estaba tomando el pelo?El mensaje no estaba firmado y en la casilla del re mitente sólo aparecía un númeroanónimo.-¿Quién lo dice? -Poppy tecleó la respuesta y envió el mensaje de contestación.-Prefiero los gráficos oscuros.-Los colores oscuros son aburridos -le dijo Poppy a su corresponsal.-Racionales. El rosa es una distracción.-El rosa es vivo y levanta el ánimo -protestó ella.-El rosa es irritante, cursi, femenino... inadecuado -contestó el desconocido.Porque era evidente que era un hombre, decidió Poppy.-¿Cómo has visto el gráfico?-No cambies de tema... Si recibes un aviso más, te echarán del trabajo. Tencuidado -el desconocido escribió el segundo mensaje deprisa, sin darle tiempo aresponder.-¿Cómo sabes eso? -preguntó Poppy, desvanecida la sonrisa de sus labios.Pero en esa ocasión no obtuvo respuesta de su miste rioso corresponsal. Poppypensó que había unas cuantas personas al corriente de aquellos avisos. Con elprimero se había enfadado tanto que lo había contado ella misma, y Desmond sehabía enfadado tanto con el café que se ha bía enterado el departamento entero delos gritos que ha bía pegado.Intrigada, Poppy envió varios mensajes más a lo largo de la tarde a la mismadirección, pero no volvió a obtener respuesta alguna. Luego empezó a pensar en lafiesta de esa noche y en la ropa que se pondría, dado que el rosa resultaba tanconflictivo.-No entiendo por qué emborrachas a tus empleados -dijo Jenna Delsen contono de desaprobación-. Papá también los atiborraba a alcohol, pero no había pasadodesde que yo entré en la compañía. Conmigo no hay mú sica, bebida ni baile y todo elmundo se comporta como es debido.-Me gusta que la gente se divierta. Sólo es una noche al año -Santino optó porla diplomacia en vez de respon derle a la rubia que era un incordio de mujer. Al fin yal cabo, se alegraba de que lo hubiera acompañado al fune ral por la tarde y luegohabía disfrutado cenando con ella y su padre en casa de este.-Supongo que esto forma parte de tu lado italiano. En Oxford también tegustaba organizar fiestas -comentó Jenna en tono coqueto, para recordarle actoseguido que se conocían desde la universidad.-Espera un momento, que te traigo una copa -dijo al tiempo que repasabamentalmente la lista de ejecutivos solteros presentes en la fiesta. Con un poco desuerte, se la encasquetaría a alguno de ellos.-Tengo una confesión que hacerte -dijo Jenna cuando Santino regresó con lacopa-. Cuando íbamos a la univer sidad, estaba enamorada de ti.-¿En serio?-Y nunca te diste cuenta -le reprochó Jenna-. En cuatro largos años ni teenteraste de que lo que sentía por ti era algo más que simple amistad.Santino dio un trago largo de coñac. Se sentía atra pado. No se le ocurría unaforma amable de decirle que, a pesar de que era bonita e inteligente, pues tenía uncere bro prodigioso, nunca había sentido la menor atracción hacia ella.-Es curioso, siempre andabas acompañada de algún chico -comentó conprudencia.-Cuando comprendí que le tenías alergia a los com promisos, me acostumbré averte como un amigo.-Jenna, teníamos dieciocho años. A esa edad todos los chicos son alérgicos alos compromisos -se justificó San tino-. Además, tampoco te perdiste nada. No eramejor ni peor que el resto...-No seas modesto -atajó ella-. ¡Todas las chicas esta ban coladas por ti! Perosólo elegías a las que estaban in teresadas en relaciones pasajeras. Te protegíascontra cualquier posible relación estable y sigues haciéndolo.Cuando Santino fue por otro coñac, Jenna estaba tan acalorada con su discursoque lo acompañó. Santino tenía el vaso de la paciencia a punto de desbordarse y sebebió el coñac tan rápido como el anterior. Lamentaba horrores los buenos modalesque lo habían hecho sentirse obligado a invitarla a la fiesta. Habría disfrutadomucho más mez clándose con su plantilla. Entonces miró hacia la sala y vio una figuraque le hizo olvidarse por completo de las palabras de Jenna.Esta, al ver que no le prestaba atención, siguió la mi rada de Santino hastareposar la vista sobre una joven pe lirroja de melena rizada. Era baja, bonita, perono del es tilo de Santino. Y, sin embargo, la chica había conseguido dejarla ensegundo plano.Poppy buscó con la mirada entre el gentío hasta que localizó a Lesley con unvestido plateado. Echó a andar hacia ella con una sonrisa de disculpa en los labios porel ligero retraso con que llegaba a la fiesta.-Un vestido precioso -comentó la amiga mientras ha cía hueco para que Poppyse sentara-. ¿Dónde lo has comprado?-No es nuevo. Lo compré para la boda de mi hermano -reconoció Poppy-. Paraser sincera, es el vestido de dama de honor.-Te sienta genial -Lesley admiró el vestido verde, de tirantes finos, querealzaba la silueta de Poppy. Luego apuntó hacia las bebidas y le recordó que todoslos demás le llevaban ventaja-. Debió de ser una boda atípica.-Mi cuñada, Karrie, también llevó un vestido corto -comentó Poppie.La atención de Poppy, que había estado vagando por la sala en busca de ciertohombre alto y moreno, se centró por fin en Santino, sentado junto a la barra con unarubia espectacular colgada del brazo. Agarró la copa que Les ley le había servido ydio un sorbo para refrescarse la gar ganta, pero contuvo el impulso de preguntarle asu amiga si sabía quién era la acompañante de Santino.De hecho, en realidad no debía estar mirando a San tino, pues no hacía sinoalimentar su obsesión. Tras con siderar los comentarios burlones de Craig con calma,ha bía llegado a la desagradable conclusión de que este sospechaba que se sentíaespecialmente unida al jefe de ambos. De modo que tendría que mostrarse máscircuns pecta en adelante si no quería que Craig empezara a gas tar bromas yterminara ridiculizándola ante todos los compañeros. Sería más inteligente tratar deaveriguar al misterioso corresponsal que se había puesto en contacto con ella porcorreo electrónico para aconsejarla que tu viera cuidado no fueran a darle el terceraviso.-¿Quién es? -le preguntó Jenna a Santino.-¿Quién es quién? -contestó él sin fijarse en la direc ción hacia la que apuntabasu mirada.-La pelirroja que llevas mirando desde hace tres mi nutos -murmuró ella.-No la estoy mirando.-Pues para no estar mirándola, sabes perfectamente a quién me refiero, apesar de haber cientos de mujeres en la empresa -replicó con sagacidad Jenna.-¿Te has levantado con el pie izquierdo? -gruñó San tino.-En absoluto, pero si quieres te doy diez razones ex celentes para no salir conuna empleada -respondió Jenna esbozando una sonrisa cínica.-No las necesito -Santino volvió a apurar la copa de coñac-. Las tengo todas enla cabeza en estos momentos.Después de charlar con algunos amigos, Poppy regresó a su mesa y se sentó denuevo. Lesley y otras dos mujeres estaban hablando de la compañera de Santino,que, eviden temente, era la hija del dueño de Industrias Delsen.-¿Y a ti qué te parece Jenna? -le preguntó de pronto Craig Belston.-¿Qué me va a parecer? -Poppy reaccionó con una sonrisa luminosa-. Todas lasnovias del jefe son auténti cas bellezas.-Fíjate, pensaba que no te habrías dado cuenta de ese detalle -la desafióCraig.-Es imposible no darse cuenta -intervino Lesley-. Venga, nos tienes en vilodesde que salimos de trabajar. ¿Quién le ha enviado la tarjeta de San Valentín aSantino?Poppy se quedó helada y se bebió de un trago la copa al tiempo que seruborizaba.-¿Os había dicho que fue alguien de la empresa? -murmuró Craig con unalentitud insoportable.-¡Y no nos lo habías dicho! -exclamó otra de las mu jeres-. Pero, ¿a quién se leha podido ocurrir mandarle una tarjeta para jurarle su amor eterno? O sea, estarestá como un tren, pero Santino nunca respondería a una invi tación tan descaradade alguien de la plantilla.-Pero, ¿no decías que no habían firmado la tarjeta? -le recordó Lesley-. ¿Cómosabes que la ha mandado al guien de dentro? Porque no la enviaría por correointerno, ¿no?-Digamos que se trata de una persona poco inteligente -se burló Craig y Poppyno tuvo más remedio que mor derse la lengua-. Alguien que piensa que sólo el nombrepodría delatar su identidad.-¡La has reconocido por la letra! -exclamó alguien.-No sé, la verdad es que esta conversación no termina de agradarme -comentóLesley de pronto-. Las tarjetas de San Valentín son para dar una alegría.-No ha sido por la letra. La clave ha sido el perfume -continuó Craig-. ¿A quiénconocemos todos que le gusta oler a jazmín?-Yo a nadie -dijo Lesley y las otras dos mujeres res pondieron lo mismo. Por suparte, Poppy tuvo que apretar los dientes para no agarrar una copa y tirárselaencima de su torturador.Entre tanto, Jenna seguía abriéndole el corazón a San tino, pero este noquitaba ojo de la expresión sarcástica de su ayudante personal y la cara pálida dePoppy.-Espero que me perdones por haberte dado la lata esta noche -murmuró Jennacon voz aterciopelada-, pero me prometí que algún día te contaría la verdad parahacerte sudar unos minutos. ¿Vendrás a mi fiesta de pedida de to dos modos?-¿Fiesta de pedida? -Santino frunció el ceño.-No imaginas cuánto me alegro de no seguir enamo rada de ti -Jenna suspiró-.¿Es que no me has oído que te he dicho que voy a prometerme con David Marsh y queviene a recogerme en cinco minutos?Hacía mucho tiempo que no oía una noticia tan buena.Se alegraba sinceramente por Jenna y era un alivio para él. Al comprender quela rubia sólo había querido ven garse un poco por la indiferencia con que la habíatratado durante la universidad, se giró hacia su amiga y rió de co razón.Ver a Santino tronchándose de risa con Jenna le pro vocó un ataque deparanoia. Poppy interpretó que Santino estaba hablando de la tarjeta que habíarecibido y que Craig le habría contado que era ella quien la había man dado. Aunquetenía el corazón desgarrado, Poppy se le vantó con tanta dignidad como pudo,incapaz de aguantar los comentarios hirientes de Craig un segundo más.-Eres un gran detective, Craig -le dijo antes de irse -.Hasta Sherlock Holmesse quedaría impresionado.-Tú ríete -le dijo Lesley a Craig, que estaba disfru tando de lo lindo por laestrepitosa salida de Poppy-. Puede que sus amigas no hayamos ido a ayudarla, peromira a Santino y aprende.-¿Qué?-Ridiculizando a Poppy no conseguirás subir mucho en Sistemas Aragone. Sifueras mujer y estuvieras al tanto de los cotilleos de verdad, sabrías que Santinotam bién está detrás de Poppy.-¡Tonterías! -contestó Craig-. ¡Tiró la tarjeta a la pa pelera!-¿Comprobaste si seguía ahí al terminar la jornada? -le preguntó otra mujer.-Santino todavía no es consciente de lo que siente por ella -dijo la tercera.-Pero cuando un hombre tan formal como Santino empieza a decirle al pobreDesmond que los gráficos ro sas son creativos es que está muy pillado -completó Lesley.Después, las tres mujeres miraron en silencio hacia Santino, que acababa depedirle a Jenna Delsen que lo ex cusara y avanzaba en dirección a Poppy.CAPITULO 3POPPY salió del salón de actos a toda velocidad, cruzó el pasillo tragándose unsollozo y pulsó el bo tón del ascensor con urgencia. Tenía que encontrar un rincóntranquilo donde serenarse. Se decidió por la planta de marketing y luego sedesmoronó contra una de las paredes mientras las puertas se cerraban. Pero dabaigual. No podía quitarse de la cabeza el ridículo que había hecho.Al ver la zona de recepción de marketing oscura, le re sultó tétrica y probócon otro piso. Las lágrimas le esco cían en los ojos. Santino Aragone tenía quehaberse muerto de la risa al enterarse de quién le había mandado la tarjeta. ¡Todosse estarían riendo de ella! Al fin y al cabo, ella no era más que una ayudante demarketing y su físico no podía compararse con el de las mujeres especta culares deque solía rodearse Santino. Rompió a llorar.En el vestíbulo de abajo, Santino miraba las luces que indicaban la planta en laque estaba el ascensor. Los nú meros se iban iluminando a medida que el ascensordes cendía. Luego volvió a subir. Cuando llegó a la planta su perior, esperó consuspense por si volvía a moverse.Poppy pestañeó cuando se abrieron las puertas. No ha bía mucha luz en laplanta, pero tampoco estaba tan os cura como las otras. Se dirigió hacia el cuarto debaño. Necesitaba arreglarse un poco y lavarse la cara antes de marcharse a casa.Todavía no conseguía reaccionar. Había vuelto a me ter la pata. No debía haberdado importancia a las insi nuaciones de Craig. Pero había caído en su trampa y había confirmado sus sospechas. Craig no tenía pruebas, pero ella se había descubiertoal abandonar la mesa de ese modo.No conseguía tranquilizarse. Había dejado la fiesta con la delicadeza de unamanada de elefantes en una cris talería. Vio la sonrisa burlona de Craig, las risas deSan tino, las miradas de reproche de las demás mujeres. Poppy apoyó las manos en ellavabo y bajó la cabeza, in capaz de mirarse en el espejo de tanto como se odiaba.Tenía los ojos arrasados de lágrimas.Santino nunca había ido tan rápido al baño en su vida. Pero esos sollozosdescorazonadores habían dado a sus pa sos velocidad supersónica. Aunquenormalmente se habría alejado de una mujer que estuviese llorando, en esa ocasiónse vio impulsado a entrar en el baño para abrazar a Poppy.Esta, creyendo que estaba sola, se asustó al sentir aquel par de brazosmasculinos a su alrededor, dio un grito. Luego levantó la cabeza y se quedó perplejaal ver a Santino.-Tranquila -murmuró él-. No pasa nada.-¿De verdad? -susurró Poppy sin salir de su asombro. La situación deberíahaberle parecido irreal, pero el calor de los brazos de Santino eran demasiadoreales para du dar de su presencia. Además, hacía tanto que soñaba con esemomento que por nada del mundo se habría retirado.-Claro que sí, no pasa nada -repitió él sin saber en re alidad de qué estabahablando. Levantó una mano hacia la nuca de Poppy y la invitó a que apoyara la carasobre su hombro.Poppy notó cómo se iba disolviendo la tensión mien tras reposaba sobreSantino como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. El aroma de suloción de afeitar, exótico y masculino, invadió sus sentidos. Res piró profundo. Eraun hombre realmente amable. ¿Cómo se había podido olvidar de la diligencia con quela había llevado al hospital al pillarse el dedo? Un poco más cal mada, comprendió queno era probable que Santino hu biese estado riéndose a costa de ella con su amiga.Él no era así.-¿Salimos? -sugirió Santino y Poppy se apartó al ins tante.Tenía las mejillas encendidas y debía estar espantosa después de tanto llorar.Con la nariz roja, los ojos hincha dos y el maquillaje corrido. Sabía que a Santino ledaría igual, pero no quería que la viese hecha una bruja. Enton ces notó su mano en eltalle y la dirigió con suavidad afuera del lavabo y hacia el que debía de ser su propiodespacho a continuación.Tras dejarla sola en medio de la habitación, Santino fue a la mesa de trabajo yencendió una lámpara.-Puedes refrescarte ahí si quieres -le indicó, apun tando hacia una puertasituada a la izquierda.Se le agrandaron los ojos al contemplar el lujoso des pacho de Santino, pero enseguida devolvió la atención a aquel hombre tan alto, moreno y magnético. ¿Cómo lohacía para estar más atractivo cada vez que lo miraba? Al encontrarse frente a susojos ambarinos, el corazón se le subió a la garganta. Se puso roja. Y,definitivamente, abrió la puerta que Santino le había indicado.Este soltó un suspiro contenido. Charlaría con ella un rato para terminar deserenarla y le llamaría un taxi que la llevara a casa. ¿Atenciones de un jefe amable?Santino puso una mueca mientras se la imaginaba con aquel ves tido verde ceñido asus mullidas curvas, con aquel cabe llo esplendoroso cayéndole sobre la cara y esosojos azu les intensos. Quería volver a ver su habitual sonrisa luminosa en vez deaquella expresión atormentada. Le caía bien, nada más. No había nada de malo.Poppy se mordió el labio inferior al ver el reflejo en marañado de su pelo en elespejo del espacioso baño de Santino. Se retocó el maquillaje de los ojos, pero no semolestó en sacar la barra de labios, no fuera a pensar que quería coquetear con él.Ante todo, no debía pensar en la tarjeta de San Valentín, se dijo con firmeza. A lohecho, pecho, y aunque supiera que había sido ella quien se la había enviado, eraimprobable que llegara a decírselo.-Siéntate -le dijo Santino cuando salió del baño.-¿No tienes que volver a la fiesta?-No, no suelo quedarme hasta el final. Mi presencia suele inhibir a la gente-contestó esbozando una sonrisa devastadora-. ¿Te apetece una copa?-¿Qué tienes?-De todo. Ven, echa un vistazo...Atenta a cada uno de sus movimientos, pero nerviosa ante la novedad de estara solas con él, Poppy se acercó, miró la variedad de bebidas del mueble bar y eligió laop ción más sofisticada. Luego retrocedió con la copa en la mano hasta que suspiernas rozaron el brazo de un sofá situado en una esquina. Se sentó en el brazopara no ha cerlo de la manera normal.Lo miró mientras se servía un coñac y se fijó en la li gera sombra del vello queempezaba a asomar en sus me jillas. Nunca lo había visto necesitado de un afeitado yle daba un aire muy atractivo y varonil.-Bueno, ¿dónde trabajabas antes de venir aquí? -pre guntó entonces Santinopor darle un poco de conversac ión.-Era niñera... Fue para lo que estudié al terminar el colegio -explicó Poppy, mástensa de lo que parecía estar su jefe.-Así que niñera -Santino se sorprendió al principio, pero luego se la imaginórodeada de un puñado de niños y fue como si encajara la última pieza de un puzzle.Los niños la adorarían. Seguro que participaría en todos sus juegos, sin importarle sise ensuciaba y abrazándolos si se hacían daño. A diferencia de la niñera distante yestricta que él había tenido de pequeño-. ¿Cómo acabaste en Sis temas Aragone?-Mi primer trabajo fue de interna con una familia de diplomáticos y estuve conellos dos años...-¿Te hacían trabajar como a una esclava a cambio de techo y comida?-No, eran una familia maravillosa -Poppy sonrió al recordarla-. Me tratabanmuy bien. El problema fue que les tomé mucho cariño a los niños y cuando se fueronde Inglaterra y dejaron de necesitarme, me quedé destro zada. Así que comprendíque no podría seguir en ese tra bajo y me inscribí en un curso de secretariado.Santino estuvo a punto de decirle que la consideraba una decisión equivocada,pero se dio cuenta de que no era capaz de imaginarse el departamento de marketingsin ella.-Lo malo es que el cambio de trabajo no me ha ido muy bien -continuó Poppy.-Todo el mundo se equivoca de vez en cuando -co mentó él.-Llevo dos avisos en seis meses -dijo Poppy y la mentó aquel exceso desinceridad, con el que no había hecho sino llamar la atención de Santino sobre susdefec tos.Este tuvo que contener las ganas de decirle que su jefe de departamento habíatenido una reacción exagerada con el accidente del café derramado. Había sido malasuerte. Desmond Lines acababa de asumir el cargo, quería de mostrar su autoridad yhabía elegido un incidente trivial para hacerlo. De hecho, aunque Poppy no lo supiera,la junta directiva no le había dado importancia.-De niñera no me equivocaba -comentó ella.-La gente te echaría de menos si no estuvieras aquí -dijo Santino. Poppy mirósus ojos dorados con incredu lidad. ¿Le estaba diciendo que él la echaría de menos?Pero no, era imposible. ¿Qué más le daría a Santino si cambiaba de trabajo? Ella sóloera una empleada más-. ¿Tienes familia en Londres? -añadió cambiando de conversación.-Ya no. Mis padres se fueron a Australia hace año y medio -Poppy suspiró-. Mihermano, Peter, y su mujer, Karrie, viven en Sidney.-¿Qué los ha llevado a marcharse al otro extremo del mundo? -preguntóSantino, recostado contra el borde de la mesa.-Peter. Está casado con una australiana y le ofrecieron un puesto de profesoren una universidad muy prestigiosa. Es un matemático eminente -Poppy resopló-. Nocomo yo, que nunca aprobaba el cálculo en el colegio.-Hay cosas más importantes -Santino decidió pasar por alto su propio dominioen dicha materia-. ¿Y cómo es que no te has ido tú también a Australia con tufamilia?-Porque... no me lo han planteado -confesó ella-. Mis padres adoran a Peter. Sehan comprado una casa cerca de la de Peter. Mamá se ocupa de tenerles la casalimpia a él y a Karrie y mi padre se encarga de la jardinería.-Mano de obra gratis... No está mal. ¿A tu cuñada no le importa?-Para nada. Karrie es médico y trabaja muchas horas. Ahora está esperando suprimer bebé. Les viene de mara villa a todos.-¿Tienes algún otro pariente en Inglaterra? -se inte resó Santino entonces.-Tengo una tía abuela muy mayor en Gales, a la que visito de mucho en mucho.¿Y tú? -se atrevió a preguntar Poppy, animada por la fluidez con la que discurría lacon versación.-¿Yo?-Supongo que si te queda algún familiar, estará en Ita lia -comentó ella-.¿Cuándo murió tu madre?-No está muerta. Mis padres se divorciaron -dijo San tino con tensión. Poppyasintió desconcertada. La mayo ría de los compañeros de trabajo pensaban queMaximo había sido viudo-. No la veo desde los quince años.-¡Qué horror! -exclamó ella, conmovida por el ado lescente al que imaginóabandonado por una mujer desal mada.-Fui yo quien decidió echarla de mi vida -comentó él. Luego trató de desviar laconversación y le ofreció otra copa, pero Poppy rehusó la invitación.-¿Se portaba mal contigo? -preguntó intrigada.-En absoluto. Me quería mucho. Pero no era tan buena esposa de mi padre-respondió con un tono de ad vertencia con el que le daba a entender que debíazanjar la conversación.-Ah... entiendo. Te pusiste del lado de tu padre cuando se divorciaron -dijo sindarse cuenta de que es taba hablando en alto. ¡Como si fuera tan sencillo!, pensóirritado Santino. Sobrevino un silencio violento. Enton ces, dándose cuenta de que sehabía entrometido dema siado, Poppy se puso roja y se disculpó-. Perdón... Es que...como decías que te quería mucho y has sido tan cruel con ella... Ya he vuelto a meterla pata. Será mejor que cierre la bocaza y me marche -murmuró mortificada altomar conciencia de lo que acababa de decir.-No, antes deja que me defienda -replicó con autori dad Santino-. Deja que teexplique por qué odio el día de los enamorados.-¿Lo... odias? -Poppy lo miró confundida.-Yo adoraba a mi madre -arrancó él-. Y mi padre también. Un día de SanValentín compró dos billetes de avión y la llevó a su hotel favorito de París. ¿Y sabeslo que hizo ella? ¡Decidió que era la noche perfecta para contarle que estaba viendoa otro hombre y que lo dejaba por su amante! -bramó disgustado.-Se sentiría tan culpable que no pudo evitar confesar lo que estaba haciendo-comentó Poppy-. Estoy segura de que no eligió esa noche adrede.-Pero mi padre se quedó destrozado -sentenció San tino.-¿Él siempre... siempre le fue fiel?- se atrevió a preguntarle Poppy, a pesar dela indiscreción.Santino nunca había hablado de ese tema y Poppy lo estaba abordando desdeuna perspectiva que nunca había considerado. La miró con incomodidad y se preguntópor qué diablos sentía la necesidad de justificar una decisión de la que no habíadudado desde que tenía quince años. Había sido la palabra «cruel» lo que lo habíaconmovido como no había creído posible.-No estás seguro... ¿verdad? -susurró ella-. Y, sin em bargo, juzgaste a tumadre y a tu padre no. Aunque tengo entendido que a los chicos les cuesta másperdonar los... deslices de su madre.-Ahora resulta que Campanilla es psicóloga -la atacó Santino-. Esta sí que esbuena.Fue como si le hubieran dado una bofetada que la dejó pálida. Él nunca le habíahablado con tanta agresividad, nunca la había mirado con tanta animadversión. Y lopeor de todo era que tenía razón. Al fin y al cabo, ¿qué sabía ella de esa clase desituaciones? Algunas de sus amigas habían sufrido el divorcio de sus padres, pero nopodía hablar por experiencia. No tenía el menor fundamento para llamarlo cruel.-Tienes razón -dijo con la voz quebrada, como si es tuviera a punto de volver allorar, al tiempo que se levan taba del sofá-. No sé solucionar mis problemas, muchomenos los de los demás. Además... tú no has dicho que... para ti sea un problema.-Perdón -se disculpó entonces Santino.-No importa. No puede decirse que sea la persona más diplomática del mundo...sobre todo, después de un par de copas -murmuró mientras, en sus prisas por marcharse, esquivaba en el último instante una escultura si tuada sobre un pedestal-.Quizá hasta estaba un poco ce losa.-¿Celosa? -repitió confundido Santino mientras la se guía hacia la puerta.-Sí -Poppy se obligó a darse la vuelta-. Dices que tu madre te quería mucho. Sila mía me quisiera así, quizá contestara las cartas que le escribo más a menudo.Santino gruñó algo en italiano y le agarró una mano para impedirle que llegara ala puerta.-Ven aquí... -susurró con voz rugosa.CAPITULO 4De repente no podía respirar. Poppy levantó la cabeza y hundió la mirada en losprofundos ojos marrón dorado de Santino. Este se acercó hasta hallarse a muyescasos centímetros de ella.-Quiero besarte.-¿De... de verdad? -preguntó ella sin dejar de mirarlo.-Quiero llevarte a casa a la cama -confesó Santino-. De hecho, no puedo pensaren nada más.Poppy parpadeó. Fue como si una pequeña alarma se activara en su interior y elcerebro volviera a ponérsele en funcionamiento. Pero lo que acababa de oír nodejaba de ser asombroso. ¿Santino quería besarla? La idea la entu siasmaba. Pero lasegunda parte era demasiado para ella, pues hasta entonces no había habido hombrealguno que la hubiese persuadido para llevarla a su cama o meterse en la suya.-Pero me conformaré con el beso... y cenar juntos en un sitio público, cara mia-reaccionó Santino al advertir el rubor que había encarnado las mejillas de Poppy.Sen tía un instinto protector que jamás había experimentado. No sabía lo que estabahaciendo y, por una vez en su vida, le daba igual.El corazón de Poppy golpeaba agitado contra las cos tillas. ¿Él también sesentía atraído hacia ella? No podía creérselo. Notaba las manos de Santino sobre lasde ella y un sentimiento de felicidad mareante le subía por el pe cho.-Bésame -susurró finalmente y el rostro de Santino se iluminó.-Sólo un beso -murmuró-. O no podré parar.-Uno es muy poco -contestó Poppy-. He esperado este momento desde hacesiglos... ¡Dios!, ¡tu novia está abajo! -exclamó de repente con una expresión cómica dehorror.-Jenna sólo es una vieja amiga y ya se ha marchado -le aseguró sonrienteSatino justo antes de tirarla de la mano para conducirla de vuelta hacia el extremode los sofás. Actuaba con tal naturalidad que Poppy no pudo evitar quedarseimpresionada. Seguía sin aceptar que aquello estaba ocurriendo de verdad. Laspiernas le flo jeaban sólo de pensar en sentir su boca, grande y sen sual, sobre suslabios. Y lo deseaba tanto que le daba ver güenza reconocerlo-. ¿En qué piensas?-murmuró con voz sedosa.-En besarte -aseguró Poppy. Pero no era lo único. También estabaentusiasmada con aquel lado más íntimo y tierno que había descubierto en Santino.-Entonces bésame -la invitó justo antes de que ambos cayeran sobre el sofá.Luego le acarició el pelo de la nuca y le ladeó la cabeza para situar su boca.-Se te da bien -murmuró ella temblando de anticipa ción.-Espero -Santino esbozó una sonrisa pícara con la que reconocía que no era unhombre inexperto-. Pero nunca había llegado tan lejos con una mujer de la em presa.-¿No?-Siempre me lo he prohibido... y es fantástico -ronro neó Santino.Un segundo después llevó la boca sobre la de Poppy, que respondió al beso conardor, como si hubiese estado esperándolo toda la vida. Se había apoderado de susla bios y, con una lentitud insoportable, iba recorriendo su perímetro con la lengua.Poppy jamás había sentido un calor igual, una impaciencia semejante. No quería queel beso terminara. De vez en cuando, separaban los labios lo justo para respirar,pero en seguida volvían a unirlos con redoblada fogosidad.-Me dejas sin sentido, cara -susurró boca contra boca.Se apartó lo justo para despojarse de la chaqueta y aflojarse el nudo de lacorbata. Poppy se limitó a mirarla, hundida contra el respaldo del sofá, con la bocahecha agua. Santino dejó caer la chaqueta y la corbata en el suelo, luego tiró de lostobillos de ella hacia arriba de modo que quedara totalmente tumbada. Después sequitó los zapatos. Cuando se colocó encima de ella, Poppy em pezó a temblar de laemoción.-Me encanta tu pelo -murmuró Santino-. Y tienes una boca muy, muy sexy.-Sigue hablando -susurró Poppy.-Si hablo, no puedo besarte -señaló él mientras desli zaba la vista por suscurvas con descaro.-Problema -dijo ella sin apenas aire para pronunciar una palabra.-No es grave -Santino la desnudó con la mirada-. Se me ocurren muchas másformas de complacerte.El ambiente se cargó de electricidad. Santino volvió a sonreír y Poppy seincorporó, apoyándose en uno de sus hombros, para buscar de nuevo su boca. Alsentir el contacto de su lengua, separó los labios para darle la bienvenida.-La última vez que estuve con una mujer en un sofá tenía dieciséis años-reconoció Santino con tono diver tido. Después la sujetó por la espalda con unamano para bajarle la cremallera del vestido con la otra. Echó a un lado los tirantes yexhaló un suspiro de admiración al desnudar sus pechos erectos-. Magistral... Cadacentíme tro de tu cuerpo es una obra maestra, cara mia. Sin duda, eres la mejorrecompensa después de un día espantoso -añadió mientras se deleitaba con el ruborde las mejillas de Poppy.Después la tocó y la pasión volvió a desbordarla. La destreza de sus caricias ylas atenciones de su boca sobre los pezones sonrosados la hicieron perder el control.Poppy gimió, se rindió a un mundo de sensaciones salvajes.CAPITULO 5Santino despertó al sentir el teléfono móvil. Desorientado, lo que no eranormal en él, se incor poró, tomó conciencia de que seguía en el despacho y echómano a la chaqueta para sacar el móvil. Era un guardia de seguridad de la plantabaja, que le pedía per dón, pero quería asegurarse de si seguía arriba traba jando.¿Trabajando? Santino miró de reojo hacia Poppy, dormida bajo su chaqueta. Sesintió incómodo y avergon zado.-Sí, estoy aquí. Todavía tardaré un rato en salir, Wi llis.Después de colgar, consultó la hora en el reloj. Eran más de las cuatro de lamañana. Apretó los dientes mien tras trataba de dar con un pretexto para cuandopasara por delante de los guardias con cierta pelirroja bajita. No que ría arruinar lareputación de Poppy.Santino maldijo para sus adentros. ¿Cuánto alcohol había bebido en la fiesta?Había tomado un par de copas antes en la cena con los Delsen, un poco de vino yluego varios coñacs seguidos. Y no estaba acostumbrado. No podía decirse quehubiera estado borracho, pero tampoco sobrio del todo. El alcohol había aflojado susinhibicio nes y había pasado por encima de su código ético, reco noció resignado.Miró a Poppy de nuevo. Su maravillosa melena se ex tendía sobre el sofá y unhombro pálido asomaba por en cima de la chaqueta. Parecía un ángel, totalmente enpaz e inocente. Sólo que, como había podido comprobar, ya no era tan inocente comoantes de ponerle las manos en cima. Santino descubrió con espanto que deseabaagarrarla por la espalda y despertarla a besos. ¿Acaso el alco hol no bajaba la libido?Se mesó el cabello enmarañado y contuvo un gruñido. Estaba enfadado consigomismo. ¿Cómo podía haberse aprovechado de Poppy de ese modo? Trató de analizarcómo había ocurrido. Habían discutido. Él había hecho un comentario hiriente y luegose había disculpado para que no se marchase. De repente, le había resultado absolutamente necesario seguir con ella. Después había dicho lo de que su madre nocontestaba a sus cartas y...Santino sacudió la cabeza. Poppy trabajaba para él. En Sistemas Aragone noestaba bien visto que los empleados salieran juntos. ¿Y qué cabeza de chorlito habíaroto la regla? Para colmo, Poppy era virgen. Y no se había to mado la molestia deprotegerla. La única vez que había estado en un sofá con una mujer era unadolescente, pero había tenido mucho más cuidado que la noche anterior. La habíafastidiado. Pero lo que más lo desquiciaba era que, a pesar de aquel acto deirresponsabilidad, encima se preguntaba si todavía habría tarjetas de San Valentín ala venta. Respiró hondo.Poppy despertó al oír el agua de una ducha en alguna parte y se quedóparalizada al abrir los ojos y ver su ves tido tirado en la alfombra. Un segundodespués, se dio cuenta de que estaba cubierta bajo... ¡la chaqueta de San tino! Elcorazón le dio un vuelco. Había pasado casi toda la noche en su despacho. En susbrazos. Mientras recor daba a cámara rápida los sucesos que habían llevado a aquelinesperado desenlace, saltó del sofá, rezando para que Santino permaneciera en laducha lo suficiente para que le diera tiempo a vestirse y escapar.Fue de puntillas hacia la puerta, con los zapatos en la mano, abrió una rendija ycorrió hacia el ascensor. ¿Cómo podía haber sido tan descarada con Santino? ¡Nisiquiera había tenido una cita con él! Muerta de ver güenza, salió del ascensor y pasóde largo por delante de la mesa de seguridad, donde dos hombres charlabanamigablemente como si, gracias a Dios, fuese invisible.-Es mona -le comentó el chófer de Santino a Willis, director de seguridad. Unalarga noche jugando al póquer había sentado las bases de una relación decamaradería entre los dos empleados.-Es una chica muy agradable. Es la primera vez que sale sin despedirse -dijoWillis.-En fin, será mejor que vaya a la limusina y haga como si hubiese estadodurmiendo.Minutos después, Santino salió del ascensor sin resue llo, con el pelo mojado dela ducha todavía, buscando a Poppy con la mirada. No podía creerse que se hubieraido sin decirle una palabra. ¡Como si fuera un rollo de una noche y no quisiera verlo aldespertar! Estaba indignado. De todas las mujeres con las que se había acostado,era la primera que se evaporaba a la primera ocasión que se le presentaba.Apenas había dormido... Se iría a casa, se acostaría y la llamaría por la tarde.Entonces se alegraría de verlo. Esperaba que pasase una mañana penosa. Se lomerecía, decidió Santino mientras salía del edificio.Esa misma tarde, Poppy estaba sentada en el tren con la vista perdida en elvacío. Mirara donde mirara, la única imagen que se le aparecía era la cara de unhombre guapo y moreno.Era increíble lo poco que había tardado en hacer el equipaje. Todas suspertenencias cabían en dos maletas. Claro que nunca había sido de las quecoleccionaban tras tos y apenas había tenido dinero para artículos que no fueran denecesidad. Lo mejor sería empezar de cero, se dijo desgarrada. No podía volver aSistemas Aragone. Po dría haber soportado los cotilleos sobre aquella estúpidatarjeta de San Valentín, pero no se sometería a la tortura de ver a Santino denuevo. Seguro que se sentiría aliviado cuando se enterara de que había presentado ladimisión.Desde luego, acababa de aprender la lección de lo que pasaba cuando una mujerse lanzaba en brazos de un hombre. Porque eso era lo que había hecho, pensó con unamezcla de humillación y sentimiento de culpabilidad. Sí, la culpa era de la tarjeta.Después de escribirle que lo amaba, Santino habría te nido que estar muertopara no sentir curiosidad. La mali cia de Craig, la amabilidad de Santino y su propiaconfu sión habían conducido a una situación de intimidad física que jamás habríatenido lugar en circunstancias normales. Pero se habían quedado a solas en eldespacho de San tino. Y lo había mirado con tanto descaro que cualquier hombre sehabría sentido incitado. Además, aunque no tuviera mucha experiencia con loshombres, en todas las revistas decían que la naturaleza había programado a lasmujeres para buscar relaciones, mientras que los hombres estaban programadospara algo mucho más primario.Mientras el tren avanzaba rumbo a la casa que la tía abuela de Poppy tenía enGales, Santino hablaba con un antiguo vecino de esta.-No... hace semanas que no la veo -comentó un tipo resacoso, bostezándole a lacara-. Quizá está en casa y no quiere contestar. A mí me lo hacía una mujer. ¿Teimporta si me vuelvo a la cama?-En absoluto dijo entre dientes Santino.Se encontraba en territorio totalmente desconocido para él. Tal vez Poppy noquisiera saber nada más de él. Tal vez fuera verdad que estaba en el estudio,rezando para que se marchase y la dejase en paz. No era una reacción madura, perouna mujer que se había conservado virgen hasta los veintiún años podía odiarlo contodo su corazón por ha berse acostado con ella hallándose tan vulnerable. Si deci díaesquivarlo, ¿tenía derecho a perseguirla?, ¿o empeoraría las cosas si la presionabademasiado rápido? Cuando fina lizó con su monólogo interior, Santino seguíaconteniendo las ganas de tirar abajo la maldita puerta.Tres semanas después, Poppy estaba gritando al ganso de tía Tilly, que sehabía escondido detrás de la puerta para atacar por sorpresa al cartero. Debía deestar acos tumbrado, porque el hombre llegó a su furgoneta ileso, tocó el claxon y semarchó tan campante.Poppy regresó al jardín de tía Tilly, recogió el perió dico y el correo. La tíaabuela, una mujer bajita de rizado pelo gris, tenía setenta y muchos años, perogozaba de buena salud.-¿Han respondido al anuncio que pusiste? -le pre guntó a Poppy tras sustituir ellibro que estaba leyendo por el periódico.-Parece que sí -contestó con alegría tras echar un vis tazo a los sobres-. Conun poco de suerte, te librarás de esta inquilina en un par de semanas.-Sabes que me encanta que estés conmigo -la regañó Tilly.Pero la casita de la tía abuela era ideal para una per sona, pequeña para dos.Además, Tilly Edwards era una de esas extrañas personas que disfrutaba de susoledad. Tenía sus queridos libros y su pequeña rutina de activida des y Poppy noquería abusar de su hospitalidad. A los pocos días de instalarse en la habitación deinvitados de Tilly, había puesto un anuncio en una revista ofrecién dose paratrabajar como niñera otra vez.Aceptaría lo que fuera. Cuanto antes volviera a traba jar, menos tiempotendría para estar sentada compade ciéndose y más feliz seria. Entró en la cocinaminúscula de la tía y preparó té para las dos. Hacía días que no le apetecía tomarcafé. Claro que también estaba prescin diendo casi de comer, pensó al tiempo querecordaba los desagradables mareos que había sufrido en los últimos días. Eraevidente que tener roto el corazón no sólo pro vocaba noches de insomnio, sinotrastornos de alimenta ción e indigestiones. Por lo menos adelgazaría, se dijo sinlograr sonreír.Se alegraba de haber tenido suficiente buen juicio para irse de SistemasAragone, pero apartarse de todo su en torno y la perspectiva de no volver a ver aSantino era más dolorosa de lo que había imaginado. Pero era un tratamiento dechoque, justo lo que necesitaba, trató de con vencerse.-Poppy... -la llamó Tilly desde el salón. La sobrina se acercó a la puerta-. ¿No eseste el hombre para el que tra bajabas? -añadió, apuntando a una fotografía queapare cía en el periódico.Al principio sólo vio el rostro de Santino, pero luego, a su lado, distinguió a suamiga Jenna Delsen.-¿Qué dice el artículo? -preguntó Poppy con falsa in diferencia.-Parece que se ha prometido... Es una mujer atractiva. ¿Quieres leerlo? -Tillyle ofreció el periódico.-No, gracias. Le echaré un vistazo luego -Poppy re gresó a la cocina y supo queya había tenido bastante con el segundo que había mirado la fotografía. Se sentíama reada y lo atribuía a la impresión de la noticia. Apoyó las manos en el fregadero,cerró los ojos y respiró hondo. ¿Se había prometido con Jenna Delsen?, ¿unassemanas después de que se refiriese a ella como una simple amiga de la universidad?Más tarde, salió a dar un largo paseo. No soportaba la tensión de intentarcomportarse con normalidad cerca de Tilly. De modo que el hombre al que amaba noera per fecto, se dijo apesadumbrada. Pero, ¿no era mejor así? La relación conJenna arrojaba una nueva luz a lo que había ocurrido la noche que habían pasadojuntos. Santino le había mentido. Sin dudarlo. Y la había utilizado para ob tenergratificación sexual. Era evidente que su relación con Jenna Densel excedía loslímites de la amistad plató nica desde antes.Tres días después, Santino llegó a Gales. Averiguar la residencia de la únicapariente de Poppy no había sido ta rea fácil. De hecho, le había costado llamar variasveces a Australia hasta hablar con la cuñada de Poppy. Si en al gún momento secansaba de ejercer la medicina, Karrie Bishop podría trabajar como agente de lasfuerzas de se guridad secretas de cualquier país, pensó Santino, recor dando elinterrogatorio al que lo había sometido.Pero, después de muchas vueltas y perderse más de tres veces, por fin habíaencontrado la casa de la tía abuela de Poppy. Estaba protegida por unos setos altos,de los que se ponían en los jardines de quienes odiaban recibir visitas inesperadas,se dijo con sarcasmo. Estaba tenso y había llegado el momento de pensar qué le diríaa Poppy. Era curioso, pero no se había parado a considerar ese punto hasta aquelpreciso momento. Su objetivo ha bía sido encontrar a Poppy. Lo que haría con ellacuando la encontrara no le costaba imaginarlo, pero decidir qué le diría sí suponía unreto. ¿Que la echaba de menos en la oficina?, ¿que no podía olvidarse de la nocheque habían compartido?Inquieto por tal falta de inspiración, pero demasiado impaciente para pensar alrespecto, Santino salió del co che en medio de la lluvia. Cuando un par de gansos maniacos lo atacaron por sorpresa, le entraron ganas de es trangularlos, asarlos en unahoguera y tomárselos de cena. Con la ansiedad de encontrarla, no había parado acomer y estaba hambriento y agresivo.Al oír el estrépito con que los gansos anunciaron la llegada del intruso, Poppycorrió a abrir la puerta. El co che aparcado frente al jardín era impresionante. Perofue Santino, tan elegante en su traje gris, quien le robó el aire de los pulmones.Mientras se deshacía de sus plumíferos enemigos, Santino vio a Poppy con elrabillo del ojo y se quedó quieto. Llevaba un jersey rosa y una falda con flores ca pazde alegrar hasta aquel día tan triste y lluvioso. De pronto deseó agarrarla, meterlaen el coche y fugarse con ella.Tras unos primeros momentos de perplejidad, Poppy alcanzó a preguntarse quéharía Santino allí, calándose bajo la lluvia. ¿Qué diablos hacía en Gales?, ¿cómo habíaaveriguado dónde estaba? Lo miró a los ojos y supo que debía darle con la puerta enlas narices. El corazón le san graba sólo de verlo. No quería revivir los dolorosos recuerdos de aquella noche que tanto había significado para ella y tan poco para él.Durante unas horas, se había sen tido más feliz de lo que jamás había esperado, perola re alidad no había tardado en presentarle de nuevo su cara más cruda.-¿Vas a quitarme de encima a los gansos o es una prueba para asustar a tuspretendientes? -preguntó San tino. Poppy despertó de su estado hipnótico y loliberó de los animales-. Grazie, cara.Le temblaron los labios. Poppy recordó las sensuales palabras italianas que nohabía entendido en el ardor de aquella noche de intensos placeres. Desvió la mirada,avergonzada de su debilidad. Sabía que debía pedirle que se fuera, pero no podíahacerlo y quedarse con la duda de saber para qué había ido a buscarla. Al menos,Tilly es taba fuera y no tendría que darle explicaciones.Lo invitó a pasar al salón y Santino agachó la cabeza para no darse con eldintel. La pieza estaba llena de mue bles y había tan poco espacio que optó por nomoverse no fuese a tirar algo. Se giró con cuidado para mirarla y la vio separar loslabios en un gesto quizá involuntario. Pero no necesitó más pistas. El lenguajecorporal no engañaba. Sin dudarlo un segundo, Santino la agarró por la espalda conuna mano y atrajo su cabeza empujándosela por la nuca con la otra.Poppy gimió. Notó el contacto de su lengua por el in terior de la boca. El cuerpose le derritió. Estaba en con tacto con la impresionante erección de Santino, que enpocos segundos había pasado de tantear la situación a te ner la certeza absoluta deque Poppy se alegraba de verlo. Todo saldría bien. Esa misma noche volverían juntosa Londres. Misión cumplida. ¿Por qué había temido no lo grarlo?Entonces, sin nada que lo anunciase, Poppy puso fin al beso y se apartó. Losojos le lloraban de rabia. Sintió un mareo y tuvo que apoyar las manos en la mesapara respirar profundo. No tenía derecho a besarlo sabiendo que estaba prometido aotra mujer. En cuanto a él, era evidente que era más despreciable de lo que habíacreído.-¿Qué pasa? -preguntó molesto Santino.Poppy se dio la vuelta para dejar que las lágrimas le resbalaran por las mejillas.-¿Qué haces en Gales? -le preguntó dándole la es palda.-He tenido una reunión de trabajo en Cardiff -con testó con calma.-Y supongo que mi casera te habrá dado esta direc ción.Le dio rabia que no se le hubiera ocurrido aquella forma tan sencilla delocalizarla, pero no le apetecía an darse con rodeos.-Quería verte.¿Sería caradura?, ¿acaso creía que seguía siendo tan inocente como antes? Y lopeor de todo era que se sentía rastrera. ¿Qué mujer se entregaba a su jefe en sudespa cho para disfrutar de un revolcón rápido?-Pensaba que, dadas las circunstancias, te alegrarías de haberme perdido devista -susurró abochornada.-¿Por qué? -preguntó sorprendido Santino.-Si no lo sabes tú, no seré yo quien te lo recuerde -re plicó Poppy, que senegaba a rebajarse hasta el extremo de pronunciar el nombre de Jenna Delsen.Se negaba a darle la satisfacción de comprobar que le había roto el corazóncon el anuncio de su compromiso. O quizá creía que no estaba al corriente de laverdadera naturaleza de su relación con la bonita rubia.No sabiendo en qué dirección estaba yendo la conver sación, Santino decidió iral grano:-¿Por qué me mandaste una tarjeta diciéndome que me querías? -preguntó. Sila ventana hubiese estado abierta en esos momentos, Poppy habría corrido a tirarsepor ella-. Me parece una pregunta razonable. Y estoy cansado de hablarte a laespalda -añadió con el tono im perioso que utilizaba en el trabajo.La confusión avivó el fuego que ardía en sus mejillas, pero el orgullo acudió a surescate. Poppy dio media vuelta y se encogió de hombros:-¡Por favor, la tarjeta no era más que una broma!El silencio que prosiguió pareció eterno.-¿Una broma? -repitió finalmente Santino. Era la ex plicación más sencilla,pero, por alguna razón, no se le había ocurrido-. ¿Qué tienes, catorce años?-Ha sido una broma estúpida -dijo ella tratando de di simular el temblor de lasrodillas-Pero Craig me identi ficó, le dio más importancia de la que tenía y al finalacabó volviéndoseme en contra.-Espero que no acabes también embarazada -mur muró Santino con iracontenida-. No creo que eso te lo tomaras también a broma.Poppy lo miró espantada, con la punta de la lengua clavada en el cielo de laboca. En ningún momento había pensado en las posibles consecuencias de aquellanoche. No sabía por qué, pero había dado por supuesto que San tino había tomadoprecauciones.-¿Quieres decir que no...?-Me temo que no -atajó Santino. Luego exhaló un suspiro y añadió con tono dearrepentimiento-. Pero acepto que, pase lo que pase, la responsabilidad es mía.CAPITULO 6En ese momento, le entraron ganas de llorar y llo rar y estrujarse el corazónhasta que no quedara dentro ni una lágrima, pues lo que Santino acababa de decirlearrojaba una luz muy distinta sobre el motivo de su visita.¿Cómo había podido pensar que estaba tan falto de mujeres dispuestas acompartir su cama que la había ido a buscar a Gales? ¡Era ridículo! De prontorecordó la ten sión que había advertido en el rostro de Santino al llegar. ¿Se habríaprecipitado al besarlo?, ¿había vuelto a meter la pata?Aunque en realidad daba lo mismo. Santino había ido en su busca por un motivode peso. Estaba preocupado por si se había quedado embarazada. Era la única razónpor la que había tratado de encontrarla. Lo que no dejaba de hablar en favor de suintegridad como persona. La ma yoría de los hombres, sobre todo estando a punto deca sarse con otra mujer, lo habrían dejado correr con la espe ranza de que nosucediera nada. Pero Santino no había esquivado sus responsabilidades.-La noche de la fiesta... los dos habíamos bebido -co mentó él mirándola a losojos-. Nunca había sido tan irresponsable, aunque no es normal que me comporte deese modo y sé que fue tu primera vez.Poppy se puso como un tomate. Seguía sorprendida por su ingenuidad, que lahabía hecho albergar esperan zas acerca del motivo por el que se había presentadoSan tino en casa de su tía abuela. ¿Se habría quedado embara zada? Recordó lasnáuseas y mareos que venía sufriendo en los últimos tiempos y se quedó helada.¿Sería posible? Nunca había llevado un control sobre su periodo. ¿Cuánto tiempohabía pasado desde la fiesta?, ¿un par de semanas, más quizá? El cerebro se negabaa colaborar.-No sé todavía si... ya sabes -reconoció Poppy.Santino dio un paso al frente. La pobre parecía una adolescente aterrada. Nisiquiera era capaz de pronunciar la palabra embarazo. Quería abrazarla, borrar elmiedo que asomaba a sus ojos, decirle que no tenía nada de que preocuparse y quecuidaría de ella. Pero luego recordó que la tarjeta de San Valentín había sido unabroma estú pida, infantil, y contuvo su primer impulso.No la entendía. De hecho, cuanto más pensaba en el comportamiento de Poppy,menos se lo explicaba. No es taba enamorada de él, nunca lo había estado. Dehaberlo estado, por poco que fuera, no se le habría pasado en tan sólo dos semanas.Quizá se había acostado con él porque había decidido que había llegado el momentode dejar de ser virgen. En cualquier caso, su comportamiento a partir de aquellanoche era elocuente: no quería verlo y prefería olvidar lo que había ocurrido. Hastatal extremo era así que había dejado el trabajo y se había ido de Londres. Y él, ¿porqué se había tomado tantas molestias en locali zarla?, ¿acaso era tan arrogante queno era capaz de acep tar que una mujer lo rechazara?-Supongo que sabrás si estás embarazada o no dentro de poco -comentó convoz neutra-. Si lo estás, ponte en contacto conmigo de inmediato, por favor, y lovemos juntos. Cuentas con todo mi apoyo. Ya sabes dónde loca lizarme.Seguía mirándola, pero Poppy notó como si se hubiera alzado un muro dedistancia entre los dos. Santino quería irse. ¿Por qué no iba a querer? Para él nohabría sido una visita agradable, pensó apenada. Y había sido una pérdida de tiempo,porque ni siquiera se iba con la tranquilidad de que no había ocurrido nada.Obviamente, estaría rezando para que no hubiera consecuencias.-Cuídate -se despidió Santino entonces, justo antes de echar a andar hacia sucoche.Poppy sintió que se estaba muriendo por dentro. Se quedó como una estatuaviendo cómo ponía la marcha atrás y le entraron ganas de correr tras él y decirleque, aunque debería odiarlo, seguía queriéndolo. Pero, ¿de qué le serviría a élsaberlo? Él estaba enamorado de Jenna.Al cabo de un par de kilómetros, Santino paró el co che, bajó la ventanilla y sellenó los pulmones del aire fresco y húmedo por la lluvia. ¿Misión cumplida? Soltó unarisotada amarga. Todo lo que a él le había parecido especial y fantástico de aquellanoche había carecido de importancia para Poppy. Ni siquiera lo había invitado a uncafé. ¡Había ido hasta Gales para que se libraran de él en diez minutos!Pensó en la tarjeta de San Valentín que le había com prado a Poppy y leentraron ganas de romper algo. No quena pensar en ella. De hecho, estaba decidido ano ha cerlo. Seguro que no se quedaba embarazada. No necesi taba hacer memoriapara nombrar tres parejas jóvenes de sesperadas por conseguir un bebé. Lasposibilidades de concebirlo en una sola noche eran escasas, ¿no?Santino decidió que buscaría un hotel y comería algo... aunque ya no teníahambre. Pero, entonces, ¿para qué iba a meterse en un hotel y perder todo el fin dese mana? ¡Porque le apetecía! Quería emborracharse. Es taba harto de mujeres.Realmente harto.Tres días después, Poppy ya sabía que sí estaba emba razada.Durante el fin de semana, se había tenido que conten tar con comprar unaprueba de embarazo. Después de ver que daba positivo, apenas había dormido lasdos noches siguientes. No estando segura de la fiabilidad de aquel método casero,había pedido cita al ginecólogo. Cuando el médico le había confirmado el embarazo yle había ex puesto las opciones que tenía, no había dudado en recha zar el aborto. Leencantaban los niños y, aunque no imaginaba ser madre tan pronto, siempre habíadeseado tener alguno. Toda vez que el bebé de Santino era una realidad inmediata,le tocaba pensarse cómo enfrentarse a la situa ción.Al principio, se había creído capaz de llamar por telé fono a Santino einformarlo del embarazo, pero en el úl timo momento se había echado atrás. Santinoestaba pro metido. Para él era una noticia horrible. Además, ella también tenía suorgullo y no quena romper a llorar por teléfono. De modo que la mejor solución eraescribirle una carta para ponerle al corriente de sus intenciones.Poppy se sentó en la cama de la pequeña habitación de invitados de Tilly eintentó escribir las primeras líneas. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía quesaliera una sola palabra y acabó hecha un mar de lágrimas des consoladas.Por fin, optó por la sinceridad y dejó fluir sus auténti cos sentimientos. Al finy al cabo, ¿de veras quena que Santino siguiera pensando que la tarjeta de SanValentín no había sido más que una broma estúpida?, ¿que su hijo era el resultado dedicha broma? La idea le chirriaba. Al gún día tendría que contarle a su hijo que habíaamado a su padre, y esa verdad era más importante que su propio orgullo.Cuando tomó conciencia de que tendría que dirigir la carta a Sistemas Aragone,pues no conocía la dirección privada de Santino y no se encontraba en la guía,escribió PRIVADO Y CONFIDENCIAL en una esquina del sobre. Des pués de echarloal buzón, trató de no pensar al respecto. La pelota estaba en el tejado de Santino.No le quedaba más remedio que esperar y ver qué sucedía.Durante la siguiente semana, le ofrecieron dos entre vistas con sendas familiasque necesitaban una niñera con desesperación. Al parecer, era muy difícil encontrarniñe ras cualificadas. Al mismo tiempo, cada vez que sonaba el teléfono de Tilly, elcorazón le martilleaba como un ruido de tambores, convencida de que seria Santino.Pero ni llamaba ni respondía a su carta.Porque no había llegado a recibirla. Estaba en Italia cuando llegó, coincidiendocon el último día de trabajo de Craig Belston en Sistemas Aragone. Santino se habíamostrado distante con él desde la noche de la fiesta y Craig había comprendido queno podría subir en esa em presa. Aunque no le había costado encontrar otro trabajo,el resentimiento lo había hecho estar alerta y, al llegar la carta, había visto «P.Bishop» en el remitente y la había escondido entre el mueble bar y la pared.Había pasado un mes, Poppy se había ido de Gales y había empezado a trabajarcomo niñera de nuevo. Sor prendida al principio por el silencio de Santino, había terminado por comprender que el silencio era en sí una forma de respuesta. Enfrentadoal peor de los desenlaces, Santino había decidido que no quería saber nada del bebé.¿Por qué se había dejado engañar por sus palabre ría?, ¿por qué había vuelto aconfiar en que, en el fondo, era un hombre decente?Después de todo, la noche de la fiesta le había men tido, diciendo que Jenna noera más que una amiga, para acostarse con ella en el sofá. ¿Por qué no iba a mentirde nuevo? Estaba sola y, por el bien del bebé, más valía que fuera haciéndose a laidea.CAPITULO 7Un uniforme estupendo, sí. ¿Date la vuelta? -Daphne Brewett sonrió a Poppy-.Ahora sí que pareces una niñera. La gente no te tomará por una canguro de esas quetrabajan por dos duros. ¿A ti qué te parece, Harold?-¿De verdad te parece necesario que las niñeras lleven uniforme? -contestó elmarido en tono de disculpa.-Poppy llevará uniforme, ¿está claro? -sentenció la mujer, plantando las manosen las caderas.Harold asintió con sumisión y agarró el periódico. Poppy, que no estaba muyconvencida de la convenien cia de ir con sombrero y mandil blanco, optó por no expresar sus dudas. Daphne tenía un genio terrible y, por mucho que Harold fuese unhombre de negocios respe tado, le tenía pánico a su esposa y sabía cuándo callarse.Poppy se recordó que estaba ganando un dineral. Si te nía que llevar uniforme paracomplacer a Daphne, lo llevaría y no había más que discutir. Al fin y al cabo, la mujerhabía tenido la suficiente amplitud de miras como para contratar a una niñera joveny con una hija propia a cuestas, lo que había supuesto una pega insalvable para otrasfamilias.-Muy bien, los niños tienen que estar listos a las dos -le ordenó Daphne-.Pasaremos el fin de semana en el priorato de Torrisbrooke. Seguro que te gusta.Poppy salió del salón. Tres niños esperaban sentados en las escaleras:Tristram, de diez años, Emily Jane, de ocho, y Rollo, de cinco, todos rubios, de ojosazules, obe dientes y educados. En definitiva, no parecían niños. Daphne Brewett erauna mujer muy dominante y tendría que acostumbrarse a su carácter y sentido de ladisciplina, pensó, resuelta a integrarse lo mejor posible en la familia.-¿Ha visto mamá la pinta que tienes? -le preguntó Tris-. No pienso dejar queme vean contigo mientras lle ves ese disfraz.-No es nada sofisticado -comentó Emily Jane con ai res de grandeza.-¡Estás muy rara! -Rollo rió-. Me gusta el sombrero.Poppy se limitó a sonreír y agarró el cochecito de bebé que había junto a lasescaleras. Florenza estaba des pierta, con los ojazos azules relucientes bajo unosricitos negros. Poppy se agachó, levantó en brazos a la niña y empezó a subir lasescaleras. Florenza tenía tres meses y era el centro del universo de su madre.-¿Quién vive en Torrisbrooke? -preguntó a mitad de las escaleras.-No sé, pero mamá está encantada con la invitación, así que será alguien noblecon un título -refunfuñó Tris-. Ojalá pudiéramos quedarnos en casa. Cada vez que vaa algún lado se pone en ridículo.-No hables así de tu madre.-Es que no me gusta que la gente se ría de ella -dijo Tris a la defensiva.Finalmente, a las cuatro de la tarde, una caravana de limusinas partió hacia elpriorato de Torrisbrooke. Al do blar una esquina, apareció un edificio amplio yantiguo, de amplios ventanales iluminados por el sol. Ya había seis coches aparcadosfrente a la puerta.Un mayordomo de edad venerable los esperaba con diligencia. Daphne y Haroldbajaron de la primera limu sina. Poppy, con Florenza en los brazos y cubierta con unagabardina a juego con el uniforme, bajó de la se gunda limusina seguida de los niños.La tercera era sólo para el equipaje.Entonces apareció un hombre alto y moreno y Poppy se quedó de piedra. No eraposible. Pero, después de re pasar las apuestas facciones de aquella cara que todavíala perseguía en sueños, no le quedó más remedio que reconocer que era... ¡SantinoAragone! Sintió pánico. ¿Se ría el anfitrión?, ¿por qué si no iba a estarestrechándole la mano a Harold?, ¿significaba entonces que el priorato pertenecía aSantino?Daphne llamó a sus hijos para proceder a las presenta ciones. Poppypermaneció quieta al fondo. No tenía donde ir, no tenía donde esconderse. Cuandoregistró su presencia, Santino se quedó desconcertado.-Y esta es la niñera, Poppy -dijo Daphne con entu siasmo-. Y la pequeña Flo.Poppy alzó la barbilla con actitud desafiante. ¿De qué tenía que avergonzarse?¡Era Santino quien debería sen tirse abochornado! De hecho, ni siquiera le habíadirigido la mirada a su propia hija.-Conozco a Poppy. Trabajaba en Sistemas Aragone comentó con calmaSantino-. Vamos dentro, hace frío.Mientras Daphne comentaba alegremente lo pequeño que era el mundo, Santinose negaba a aceptar el estado de perplejidad en que se hallaba. No era más que unacoincidencia, se dijo. Poppy era la niñera de los Brewett y estaría ocupada todo el finde semana con los niños. Había pasado casi un año desde... No, por nada del mundorecordaría aquellos momentos. Oyó el llanto de un bebé. No había reparado en ningúnbebé. Giró la ca beza confundido y lo vio en brazos de Poppy.-No sabía que hubieras tenido otra niña -le comentó sonriente a Daphne,forzándose a cumplir con sus obliga ciones de anfitrión.-No es nuestra -Daphne sonrió halagada, pues andaba cerca de los cincuenta-.Con tres ya tengo bastante. Flo es la niña de Poppy.A los pies de las escaleras donde el mayordomo la es peraba para enseñarle lashabitaciones, Poppy miró a Santino con ojos de asombro. ¿A qué estaba jugando?,¿por qué se hacía el sorprendido? ¿Acaso no sabía que los embarazos solían acabarcon el parto de un bebé?-Se llama Florenza -dijo Tris-. Es mamá la que la llama Flo.-Florenza... -repitió Santino.-Es italiano -comentó Daphne.Santino examinó el bebé. Demasiada información. ¿Sería Florenza su hija?,¿qué edad tendría? Estaba en vuelta en un chal y, por el modo en que la sujetaban,ape nas podía verla. Podía ser de otro hombre. ¡No podía ser su hija! Poppy se lohabría dicho, ¿no?Santino retiró la vista de la niña. Al encontrarse ante la mirada curiosa deDaphne Brewett, condujo a sus invita dos al salón.Poppy subió las escaleras como en una nebulosa. San tino se había quedadoestupefacto cuando Daphne le ha bía dicho que el bebé era de la niñera. Se habíaquedado mirando a Florenza como si fuese una caja de Pandora a punto de abrirse yprovocar una tormenta de catástrofes. Sintió un escalofrío por el cuerpo y se apretóa la niña contra el pecho. ¿Por qué se negaba a asumir la explica ción más lógica?Estaba claro que la incredulidad de San tino se debía a que había dado por sentadoque no segui ría adelante con el embarazo. ¿Cómo si no debía interpretar suasombro?¿Estaría Jenna esperándolos en el salón abajo?, ¿se habrían casado en aquelúltimo año? Sólo de pensarlo se le revolvió el estómago. Por primera vez, lamentó noha ber comprobado si la boda había tenido lugar o no. Pero se había obligado aolvidarse de cualquier información relacionada con Santino como mecanismo dedefensa. Había pasado página y se había disciplinado para cen trarse en el presente.-¿La casa es del señor Aragone? -le preguntó al ma yordomo, Jenkins, quesubía cada escalón más despacio que el anterior.-Sí, señorita -contestó sin entrar en más detalles.Tres horas más tarde, después de supervisar que los niños cenaran en un salónde la planta baja, Poppy metió a Florenza en su cunita y la preparó para la noche.Poppy estaba cansada. Los días empezaban a las seis, cuando la niña se despertaba.Era una suerte que fuese su noche libre. Le había costado llegar a aquel acuerdo conDaphne, pero sabía que las niñeras internas tenían que establecer ciertos límites sino querían acabar de servicio las veinti cuatro horas al día.El priorato era una casa enorme. Quizá pudiera pasar el fin de semana sinvolver a cruzarse con Santino. Aunque otra parte de ella estaba deseando hacerlefrente y decirle lo canalla que era. Se quitó el uniforme con un suspiro de alivio, sellenó la bañera del cuarto de baño situado frente a la habitación de Florenza y semetió a relajarse.Abajo, en la biblioteca, tras pretextar que tenía que ha cer una llamadaurgente, Santino hojeaba con frustración un libro sobre bebés. Sólo quería saber elpeso normal de un bebé al nacer. Una vez que tuviese ese dato, quizá pudieraarreglárselas para sostener a Florenza en sus brazos un mo mento y calcular si cabíala posibilidad de que fuese su hija. ¿Por qué no se lo preguntaba directamente aPoppy? Corría el riesgo de equivocarse y la situación sería muy violenta.Convencido de que Poppy estaría en la piscina con los chicos de los Brewett,Santino se coló en la habitación de Florenza. Respiró profundo y avanzó con tantosigilo como pudo hacia la niña. Lo primero que vio fue un me chón de rizos negros yun par de ojos azules que se fija ron en él. Se sorprendió pensando que, para ser unbebé, Florenza era muy guapa.Pero no fue lo que más le llamó la atención. Santino siempre había creído quelos niños pequeños sólo realiza ban dos actividades: llorar o dormir. Había supuestoque encontraría a Florenza dormida, pero tenía los ojos bien abiertos, como sifuesen un detector de intrusos, y empe zaba a arrugar la nariz y abría la boquita.Santino retrocedió. Por suerte, aunque ya se había re signado a lo inevitable, laniña no rompió a llorar. Flo renza giró la cabecita para mirarlo, pero cuando Santinohizo ademán de aproximarse de nuevo, volvió a ponerse tensa. No podría sostenerlaen brazos. Era una chica lista, dispuesta a chillar como una alarma en cuanto undesco nocido se acercaba más de la cuenta, y no quería asustarla.Envuelta en una toalla y descalza, Poppy echó un vis tazo a la habitación deFlorencia para asegurarse de que estaba bien antes de vestirse. No pudo creer loque vio. Quiso pedirle a Santino que le explicara qué hacía, pero el modo en que laniña lo mantenía cautivado resultaba realmente divertido. Pero la diversión apenas leduró diez segundos. Luego la invadió una emoción profunda. Padre e hija nuncaconocerían el vínculo que los unía. Santino habría entrado a verla por curiosidad,pero eso no signifi caba que hubiese cambiado de actitud respecto a ella.Al oír un leve suspiro a sus espaldas, Santino se giró a tiempo de ver a Poppyechar a correr hacia su habitación y encerrarse en ella. Se desplomó sobre la cama yhundió la cabeza entre los brazos. Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma. Pensó entodas las experiencias desagradables que había sufrido en los últimos meses, en losola que se había sentido en el hospital sin recibir una sola visita des pués de dar aluz a Florenza, en el rechazo inicial de sus padres al enterarse de aquella nietaconcebida fuera de matrimonio. Aunque las relaciones se habían suavizado poco apoco y le habían enviado algún regalo para la niña, Poppy no podía evitar sentir quehabía vuelto a de fraudar a su familia.En ningún momento imaginó que Santino abriría la puerta de la habitación y searriesgaría a tener una discu sión en su propia casa. Pero ahí estaba, ciento noventacentímetros de masculinidad, con la cabeza alta y sin el menor asomo dearrepentimiento. Durante unos segundos eternos, se limitó a disfrutar de loatractivo que seguía siendo, reconoció a su pesar.-Sólo tengo una pregunta -dijo él, rompiendo el silen cio-. ¿Florenza es hijamía?-¿Estás loco o qué? -replicó Poppy. ¿Qué pretendía?, ¿hacerla pasar por unamujer de vida disoluta, incapaz de determinar la paternidad de su hija? ¿Cómo podíacaer tan bajo como para insinuarle semejante ofensa?-. ¡Sabes de sobra que es hijatuya!, ¡así que no te atrevas a pregun tármelo! -exclamó furiosa.Se quedó tan anonadado por la acusación que, durante unos segundos, en losque ni siquiera reparó en la exqui sita figura de Poppy bajo la toalla, no hallórespuesta al guna. Era padre. Tenía una hija. Su madre era abuela. La madre de suhija lo odiaba tanto que ni siquiera había aceptado su ayuda, económica o decualquier otro tipo...-No sabes qué decir, ¿verdad? -dijo entonces Poppy.-No... -reconoció con voz rugosa Santino.-¿Está Jenna abajo? -quiso saber ella, dando por su puesto lo que estaríapensando.-¿Jenna? -Santino frunció el ceño-. ¿Qué Jenna?Poppy agarró lo primero que encontró a mano y se lo lanzó. El zapato izquierdole golpeó en el pecho; el se gundo, en la oreja.-¿Qué Jenna? ¡Jenna Densel!, ¡tu prometida!, ¡la que decías que sólo era unaamiga, mentiroso!Los ojos de Santino parecieron salirse de sus órbitas.-No estoy prometido. Jenna es mi amiga. Estuve en su boda este verano-contestó. Poppy lo miró con increduli dad y una inquietante sensación de vacío en elestómago. ¿Había ido de invitado a la boda de Jenna? Santino había sonado muysincero-. ¿Se puede saber de dónde te has sacado que estaba prometido a Jenna?-Lo vi... en el periódico... Había una foto. Decía que estabas prometido... aunqueno lo leí entero...Santino se quedó callado unos segundos con el entre cejo arrugado.-Ahora recuerdo que un amigo me llamó para felici tarme por mi supuestapedida -comentó-. En el periódico donde lo había leído salía una foto antigua en laque apa recía con Jenna y había malinterpretado el pie de foto. En el artículo decíaque su prometido era David.Un silencio envolvente como un manto de nieve cayó sobre la habitación.Poppy se había quedado sin palabras. Tilly sólo le ha bía enseñado la fotoporque había reconocido a Santino, pero su tía abuela no solía leer el periódico afondo. Y ella tampoco se había atrevido a hacerlo.-Dime, ¿cuándo viste ese periódico y decidiste que era un mentiroso?Contuvo la respiración. Era normal que hubiese adivi nado lo que había pensadode él. Se sintió culpable, abo chornada, arrastrada por un torbellino de emociones.-Antes de que vinieras a Gales -reconoció con voz trémula.Santino soltó una risotada cargada de resentimiento.-¡Qué maravilla!, ¡menudo concepto tenías de mí! Pensabas que había engañado aotra mujer contigo. No me extraña que te sorprendiera verme en Gales, pero notuviste valor de enfrentarte a mí. No te atreviste a de cirme que me tomabas por uncanalla sin escrúpulos.-Lo... lo siento -se disculpó Poppy.-Eso díselo a tu hija. No gastes saliva conmigo.-No, se lo dices tú -replicó ella, súbitamente envalen tonada-. Eres tú quiendecidió que no quería saber nada de ella.-¡Ni siquiera sabía que existía! -exclamó Santino-. ¿Cómo demonios iba aocuparme de ella si no era cons ciente de que había nacido?-Te escribí una carta diciéndote que estaba embara zada -protestó Poppy.-No recibí ninguna carta. Además, ¿por qué la escri biste?, ¿por qué dejasteuna noticia tan importante al ca pricho del correo? ¿Por qué no me llamaste? -replicóSantino, no creyéndose la existencia de dicha carta.Poppy cerró los ojos, tragó saliva mientras intentaba serenarse. Sólo, entoncesrecordó haber leído que cada año se extraviaban miles de cartas. Pero, ¿por quépreci samente esa tan importante, por qué su carta? Se habría echado a llorar.-Mira, tengo treinta personas abajo esperando para cenar -continuó Santino-.No tengo tiempo para seguir hablando ahora mismo.-Te escribí -aseguró ella.-¿Y qué si lo hiciste? -la castigó Santino-. ¿Qué clase de mujer confía el futurode su bebé a una carta miserable?CAPITULO 8Después de una noche sin pegar ojo, esperando que el teléfono junto a su camasonara o la irrup ción de Santino en la habitación, Poppy llamó a la puerta de su jefay entró.-Tris dice que querías verme.-Sí -contestó Daphne, tumbada todavía en la cama-. Es una pena lo deluniforme. No creo que le siente bien a la siguiente niñera.-¿Cómo dices?, ¿la siguiente niñera?-Santino estuvo hablando conmigo anoche -dijo Daphne-. ¿No te ha dicho nada?-No -respondió ruborizada Poppy.-No puedes seguir trabajando para nosotros, corazón. Después de saber que lapequeña Flo es hija suya es nor mal que no quiera que andes cuidando a mis hijos -explicó Daphne.-¿No quiere? -Poppy estaba roja por la falta de dis creción.-Nosotros también nos sentiríamos incómodos -conti nuó Daphne-. Harold ySantino tienen negocios juntos. Tú eres la madre de la hija de Santino. No puedestrabajar para nosotros.Era evidente que la mujer ya había tomado la decisión.-¿No quieres que siga hasta que encuentres a otra ni ñera al menos?-No. Santino ya ha llamado a una agencia para que empiece este mismo fin desemana. Es un buen hombre, Poppy -dijo Daphne de pronto-. No entiendo por qué teenfadas con él por querer hacer lo que debe y cuidar de ti y del bebé.Un minuto después, Poppy recorrió el pasillo y bajó las escaleras furiosa. Llegóen un instante al vestíbulo principal, donde se encontró con Santino.-Buenos días -la saludó.-¡Buenísimos! -espetó ella-. ¡Sobre todo después de enterarme de que hashecho que me despidan!Santino se acercó, le agarró una mano y tiró de ella con suavidad hacia lahabitación de la que acababa de salir.-No hace falta tener esta discusión en público, cara.-¿Ahora te importa? ¡Anoche te dio igual contarle mi mayor secreto a Daphne!-¿Por qué va a ser Florenza un secreto? Estoy orgu lloso de ser su padre y notengo intención de ocultarlo -afirmó Santino con aplomo-. Y no me digas que te parteel corazón tener que despedirte de ese ridículo uniforme.-Era un buen trabajo -se resistió Poppy-. Estaba bien pagado...-Pero no hay niñera que aguante en esa familia. ¿Y sa bes por qué? -se adelantóSantino-. Por Daphne. Nor malmente es muy amable, pero tiene mucho genio y a veces se comporta como una auténtica tirana. ¿Todavía no la has hecho enfadar? No esmuy difícil.Poppy recordó la acidez con que la mujer le había re prochado haber bajado lasmaletas cinco minutos tarde el día anterior.-Claro que apenas llevas unas semanas con ellos -continuó Santino-. Pero teaseguro que si hubieras se guido más tiempo, habrías acabado conociendo lo afiladaque tiene la lengua. Es famosa.-Aun así, no tenías derecho a interferir -contestó Poppy-. Puedo cuidar de mímisma.-Pero, por desgracia, no eres la única persona impli cada. Quiero lo mejor paralos tres -dijo Santino lanzán dole una mirada a los ojos con la que la conminaba a quelo escuchara-. No creo que seguir intercambiándonos re proches conduzca a nadabueno. La vida es demasiado corta. Yo también quiero compartir la vida de Florenza.Así que estoy dispuesto a pedirte que te cases conmigo.Poppy estaba asombrada, pero el modo en que le ha bía propuesto elmatrimonio le hería el orgullo. ¿Cómo que estaba dispuesto a pedirle que se casaracon él? Era la primera petición de mano que recibía y le llegaba cuando estaba rojade ira y con el único fin de poder controlarla. Primero le había quitado el puesto detrabajo y luego le ofrecía la seguridad de convertirse en su esposa.-Me parece que no me he expresado bien -reconoció Santino después de unossegundos de tenso silencio-. Quiero casarme contigo.-Nuestra relación ha sido una sucesión de catástrofes -dijo entre dientes.-Yo no la describiría así...-Tú mismo viniste a decirlo en casa de tía Tilly -le re cordó Poppy-.Terminamos en el sofá porque habías be bido mucho y te arrepentías. No me pareceque sea una base sólida para el matrimonio. Además, no quiero ca sarme con unhombre que se siente obligado a ponerme un anillo en el dedo.-No es ninguna obligación -contestó exasperado San tino-. Hicimos el amorporque no podía contenerme. Me basta mirarte para que me suba la temperatura,cara... Y eso no es una catástrofe: es atracción. Si no hubieras tra bajado para mí,habríamos intimado mucho antes.-No me lo creo -contestó ella, por más que le habría gustado hacerlo.Santino le quitó el sombrero del uniforme, el mandil, luego le desabrochó losbotones superiores del vestido.-¿Qué haces?-¿Quieres que te demuestre cuánto me excitas? -pre guntó Santino esbozandoesa sonrisa luminosa que tanto había temido no volver a ver.-No... -dijo Poppy con voz trémula.-¿No qué? -Santino posó los labios sobre el cuello de Poppy, provocándole unadescarga eléctrica de deseo.-No me hagas esto...Santino localizó un punto erógeno debajo de la oreja y se demoró allí. Poppytembló, se oyó gemir. Luego se agarró a la chaqueta de Santino y se abandonó alcalor de ese cuerpo que tanto había luchado por olvidar. Hasta que notó sus labiossobre la boca en un beso ardiente y fugaz que la dejó con ganas de mucho más.-¿Te crees ya que te deseo? -susurró él con la respira ción entrecortada.-No... no funcionaría -Poppy dio un paso atrás.-¿Porqué?-¿Es que no puedes aceptar un no por respuesta? -pre guntó desde la puertaPoppy.-Lo hice la última vez. Y me costó perderme los tres primeros meses de la vidade mi hija -replicó Santino un segundo antes de que Poppy saliera de la habitación enla que se hallaban, aliviada porque no la siguiese.Se cambió de ropa, se puso unos vaqueros y un jersey, puso a Florenza en elcochecito y salió a dar un paseo. Se le ocurrió que siempre había pensado mal deSantino y que no había hecho más que huir de él. Para empezar, se habrían ahorradomuchos malentendidos si no hubiera desaparecido después de la noche de la fiesta.Había reac cionado como una chiquilla con miedo a enfrentarse a la realidad. Habíadado por supuesto que todo cuanto había pasado había sido culpa de ella y les habíanegado a am bos la posibilidad de explorar lo que sentían el uno por el otro.Poppy se sentó sobre un tronco caído. Luego había aceptado que Santino sehabía prometido a Jenna Delsen y, en vez de enfrentarse a él, se había refugiado ensu or gullo herido. Pero lo que más le pesaba era haber tomado a Santino por unmentiroso cuando siempre había sido sincero y franco con ella. Le había dejado bienclaro que si llegaba a tener el bebé, estaría a su lado. Si en vez de escribirle unacarta lo hubiera llamado por teléfono, ha bría formado parte de la vida de Florenzadesde su primer día. Y cuando sus caminos habían vuelto a cruzarse, no había dudadoen pedirle matrimonio...Santino se paró a unos cincuenta metros para ver a Poppy sentada sobre eltronco mientras mecía el cochecito de Florenza. No parecía contenta. La petición demano no había tenido éxito. Y, aunque no quería pensar que había promovido eldespido de Poppy como niñera, lo cierto era que la idea de verla desaparecer en unade las limusinas de los Brewett y no volver a verla lo había he cho perder los nervios.Si era totalmente sincero, debía reconocer que había sido una maniobra paracolocarla en una situación más vulnerable.Poppy giró el cuello. Como siempre que lo veía, sintió que se derretía. Tragósaliva. ¿Se habría precipitado al re chazar su oferta?-¿No te echarán de menos los invitados? -preguntó ella mientras Santino seagachaba para mirar a Florenza.-Seguro que se las arreglan solos. Además, la mayoría está durmiendo.Mientras aparezca para la cena, nadie se ofenderá -dijo sin apartar la vista de laniña-. Es pre ciosa, ¿verdad?Dejándose llevar por un impulso, Poppy sacó a Flo renza del cochechito y lapuso en brazos de Santino.-Nunca he tenido un bebé en brazos -dijo nervioso - ¿Y si la asusto?-Es muy tranquila. Tú sujétale la cabeza para que se sienta segura.Santino meció a la pequeña con sumo cuidado. Miró los grandes ojos azules desu hija y esbozó una sonrisa orgullosa, tierna, casi tímida, que humedeció los ojos dePoppy.-No llora. ¿Crees que sabe quién soy?-Puede... -dijo Poppy con la voz quebrada.-Y puede que no, pero puede enterarse -Santino la miró con seriedad-. Ojaláque Florenza no me haga nunca lo que yo le hice a mi madre. Te estoy en deuda por loque dijiste la noche de la fiesta de que me puse del lado de mi padre cuando sedivorciaron.-¿Cómo en deuda? -Poppy pestañeó.-Fui a Italia a ver a mi madre y me di cuenta de lo idiota que he sido -admitióSantino con una sonrisa agri dulce-. La culpé por el divorcio y ella no quiso dañar mirelación con mi padre diciéndome que él había tenido un montón de amantes duranteel matrimonio.-Lo siento -dijo Poppy, sabedora de lo cerca que se había sentido Santino de supadre toda la vida.-No lo hagas -Santino sonrió-. Gracias a lo que di jiste, mi madre y yo vamos atener la oportunidad de vol ver a conocernos.-¡Qué bien! -exclamó encantada.-Yo nunca te sería infiel -le aseguró Santino acto se guido-. Hasta estoyplanteándome mis criterios en rela ción con los gráficos rosas -bromeó.-¿Eras tú? -Poppy se quedó helada-. ¿Fuiste tú quien me escribió por el correoelectrónico?-¿Quién si no? -contestó Santino al tiempo que se in clinaba para devolver a laniña al carrito.Saber que había sido él quien había velado por su se guridad, aconsejándole quetuviera cuidado para no reci bir un tercer aviso, le llenó el corazón de un sentimientodesbordante. Tanto que no pudo contenerse y Poppy se lanzó en brazos de Santino.-Creo que quizá sí me apetezca casarme contigo, des pués de todo. ¿La ofertasigue en pie?-Por supuesto -Santino la miró entusiasmado-. ¿Qué te parece si nos casamosla semana que viene en Italia? -añadió, temeroso de darle tiempo, no fuera a cambiarde idea otra vez.-¿Tan... tan pronto?-No soy partidario de los noviazgos largos -dijo él con solemnidad.-Yo tampoco -convino Poppy con idéntica convic ción, con el corazón trinandode alegría. Al fin y al cabo, resultaba significativo que un hombre estuviese tan ansioso por llegar al altar.CAPITULO 9-Me sentiré mucho mejor cuando te sientes esta noche a cenar con misinvitados -dijo Santino satisfecho mientras regresaban al priorato.-No puedo hacer eso -vaciló Poppy-. He venido como la niñera de los Brewett.¿Qué pensará la gente si de pronto...?-Que eres mi futura esposa y tienes más derecho que nadie a embellecer lamesa con tu presencia -atajó con orgullo Santino.-Pero no me he traído nada elegante. Sólo tengo unos vaqueros.-Si ese es el único problema, vamos a comprarte algo ahora mismo, cara.Nada complacía más a Santino que resolver proble mas con acción y dinamismo.El pueblo más próximo, si tuado a unos pocos kilómetros, contaba con una boutiquecon muy buenos diseños. Le bastaron veinte minutos para acercarla a la tienda,hacerla entrar, elegir un vestido azul cortito y acompañarla al vestuario, sin prestaratención a las protestas de Poppy.Dentro del probador, Poppy se miró al espejo, pregun tándose cómo habríahecho Santino para acertar con la ta lla y el tono exacto de azul que mejorcombinaba con su pelo. Luego miró el precio y casi le dio un infarto.-¿Poppy? -la llamó desde fuera Santino.Poppy salió. Santino tenía a Florenza apoyada sobre un hombro con naturalidad,como si llevara cuidando be bés toda la vida. Ajeno a las miradas coquetas de la vendedora, la examinó de arriba abajo hasta hacerla rubori zarse y desbocarle elcorazón.-Nos lo llevamos -aseguró Santino-. ¿Tienes zapa tos?Sin darle ocasión de responder, estudió los modelos que había en exposición y,un par de minutos después, ya estaba probándose un par. Cuando salió con susvaqueros, dos mujeres rodeaban a Santino y admiraban la mano que tenía conFlorenza. Por lo que pudo oír, estaba como loco presumiendo de hija. De nuevo,comprobó cómo le sen taba el calzado y entregó la tarjeta de crédito a la dependienta.-¿Tienes idea de cuánto cuestan estas dos prendas? -susurró Poppyescandalizada mientras se acomodaban de vuelta en la limusina.-No -contestó sin inmutarse Santino y ella lo informó del precio-. No está mal.-¡Es una fortuna! -exclamó Poppy.-Déjame que te cuente un secreto -dijo él con buen humor-. No soy pobre.De vuelta en el priorato, se llevó una nueva sorpresa al descubrir que habíantrasladado sus pertenencias a una lujosa suite de invitados situada en la primeraplanta.-¿Está seguro de que debo instalarme aquí? -le pre guntó al mayordomo.-Por supuesto -respondió Jenkins sin resuello. Poppy lo instó a que tomaraasiento para que se recuperara-. No se lo diga al señor Santino, por favor.-Yo... -Poppy pensó que el hombre era demasiado mayor para seguir trabajandode mayordomo.Entonces Jenkins le explicó que se había jubilado cinco años atrás y, como vivíasolo, echaba de menos el priorato y su profesión. Así que le había pedido a Santinoque le permitiera volver para revivir lo que él denomi naba los buenos tiempos algúnque otro fin de semana, y que disfrutaba mucho haciéndolo. Conmovida por la explicación y por la comprensión de Santino, Poppy no dijo nada más.La cena no fue tan tensa como había temido. Claro que ella siempre habíadisfrutado conociendo gente nueva y, desde que había entrado en el salón, nada másnotar la mirada intensa y halagadora de Santino, se había sentido la mujer mássegura del mundo. Más tarde, ha bían subido juntos a mirar cómo dormía Florenza.-Es increíble cuánto la quiero ya -aseguró Santino sonriente.Poppy sintió una pequeña punzada de envidia. Pero, ¿cómo podía envidiar aFlorenza por el hueco que se ha bía hecho en el corazón de su padre? Al fin y alcabo, ella era el motivo por el que se casarían. Pero no quería tortu rarse con esarealidad dolorosa.-La verdad, no se me ocurre cómo vamos a poder ca sarnos la semana que viene-comentó Poppy-. Se nece sita mucho tiempo hasta para la boda más íntima.-Los preparativos ya están en buenas manos, cara -contestó él con una sonrisaque le hizo la boca agua-. El lunes por la mañana tomaremos un avión a Venecia,donde te espera una colección de vestidos de novia para que elijas el que más teguste. No tienes que preocuparte por nada. Sólo quiero que te relajes y disfrutes.-Suena a bendición del cielo -reconoció Poppy, pen sando en todas lasdecisiones y responsabilidades que ha bía soportado el año anterior sin nadie enquien apoyarse.-Tengo que hacerte una pregunta -dijo entonces San tino-. ¿Cuándo meescribiste exactamente para decirme que estabas embarazada?-¿Qué? -Poppy frunció el ceño, incapaz de ver la re levancia de tal informacióndespués de tanto tiempo.-Da igual -se encogió de hombros Santino.Poppy, muy susceptible al respecto, se puso roja. Es taba convencida de quecreía que no le había mandado di cha carta y de que sólo lo decía para intentaraliviar su conciencia. ¿Cómo podría demostrarle lo contrario?-Estoy cansada -murmuró.Resuelto a averiguar qué habría sido de aquella carta, Santino arrugó elentrecejo. No sabía qué había dicho para tensar el ambiente, pero la intuición leaconsejaba no insistir. Una vez que estuviesen casados, quizá pudiera presionarla unpoco más, pero no quería arriesgarse hasta después de la boda. Le dio las buenasnoches como si hu biese despedido de su abuela y se alejó.Desconcertada, Poppy se quedó mirándolo con los ojos al borde de las lágrimas.El hombre apasionado que había jurado encontrarla irresistible ese mismo día nisiquiera la había besado. ¿Habría sido todo una estrategia para persua dirla para quese casara y mantener de ese modo el con tacto con Florenza?, ¿o sólo estaríadisgustado ante la idea de que tal vez lo estuviese engañando con la carta? Y en talcaso, ¿cómo convencerlo de lo contrario?Los nervios le impidieron descansar y al día siguiente, después de darle elpecho a Florenza, volvió a la cama y durmió hasta tarde. Cuando por fin se despertóde nuevo, bajó las escaleras y se encontró a Santino rodeado de sus invitados. Siguióuna comida distendida, tras la cual em pezaron las despedidas de los visitantes.Entonces cayó en la cuenta de que tenía que recoger sus pertenencias de la casa delos Brewett y decidió hablar con Daphne para decirle que lo más sencillo sería volvercon ellos y ocu parse del asunto ella misma.-Me acerco a casa de los Brewett por mis cosas -in formó a Santino en elúltimo momento.-Puedo acercarte yo -ofreció este sorprendido.-No, había pensado que sería mejor si dejaba a Flo renza contigo -lo desafióella.Santino se sintió feliz de tener un rehén que le asegu raba el regreso dePoppy, así como por la confianza que esta le mostraba dejando a la niña a su cuidado.De he cho, después de haber llamado a su secretaria a casa por un asunto que nodejaba de rondarle la cabeza, sabía exactamente lo que haría durante la ausencia dePoppy.Tres horas después, Santino corrió el mueble bar del despacho y recogió consatisfacción el sobre polvoriento que yacía sobre la moqueta. Contuvo la urgencia deabrir la carta allí mismo. Quizá de ese modo consiguiera sentir menos rencor haciaCraig Belston por aquel gesto tan ma licioso.Cuando regresó a la limusina, empujando del coche cito de Florenza, la niñaestaba casi dormida. Santino es taba orgulloso de sí mismo. Tenía madera de padre.La pequeña no había llorado ni una vez, ni siquiera al cam biarle los pañales, para loque había necesitado el consejo del chófer, padre con experiencia en esa clase delabores. Cenaron en el Ritz, donde le dio un biberón de leche que concluyó con unpequeño eructo que nadie oyó.-Somos un equipo -dijo Santino de vuelta a casa. En tonces se preguntó cómohabría pensado Poppy regresar al priorato. Llamó a los Brewett y descubrió que yahabía salido.Justo hasta meter las maletas en un taxi, había espe rado la llamada deSantino ofreciéndose a recogerla. Pero había tenido que acabar tomando el tren.Aun así, cuando lo vio esperándolo en el andén de la estación de llegada, sus labiosdibujaron una sonrisa brillante de perdón.-Perdona -se disculpó de todos modos-. No se me pasó por la cabeza que notuvieras cómo venir.-Espero que hayas estado cuidando a Florenza -con testó Poppy.-Hemos estado ocupados toda la tarde -dijo él-. Y tengo una sorpresa para ticuando volvamos al priorato.Lo último que esperaba era encontrarse con su carta como si fuera un regalo.-¿De dónde ha salido? -preguntó asombrada.-Esta mañana llamé a mi secretaria. Recordaba haber recibido tu carta el díaanterior a marcharse de vacaciones el año pasado, porque se fijó en el nombre delremitente. Esa semana yo estaba en Italia reconciliándome con mi madre -explicóSantino-. Y era el último día de trabajo de Belston en Sistemas Aragone...-¿Craig? -Poppy seguía estupefacta ante la visión de la carta, la cual le habríaarrebatado para volver a escon derla si hubiera tenido la ocasión. Por una parte, nosabía qué habría hecho Santino para recuperar una carta extra viada hacía un año;por otra, le daba vergüenza recordar cómo había abierto su corazón en aquellaslíneas.-Sí, Belston. Lo he llamado a su apartamento esta tarde. No imaginas lasorpresa que se ha llevado cuando me he presentado en su casa con Florenza.-¿Te has llevado a Florenza a casa de Craig?-No iba a dejarla habiéndote prometido que cuidaría de ella -respondió él-.Nada más mencionarle la carta y ponerme firme, Beiston confesó lo que había hecho.La había escondido detrás del mueble bar y estaba ahí desde entonces.-¡Qué rastrero! -exclamó Poppy. Luego agarró el so bre-. Me alegra que se hayaresuelto el misterio, pero el tiempo hace que la carta ya no tenga importancia.-Aun así, quiero leerla -dijo Santino extendiendo una mano.-No... no quiero que la leas ahora -Poppy se mordió el labio inferior.-¿Por qué? -preguntó tenso Santino-. Está bien, no la abriré, pero sigue siendomía -añadió al ver que Poppy no respondía.Intimidada por el tono de su resolución, le devolvió el sobre.-¿Qué le dijiste a Craig? -preguntó cambiando de tema.-Nada que deba repetir, pero no le pegué. Lo habría estrangulado... pero nodelante de Florenza -murmuró Santino-. Podía habernos robado la oportunidad deser felices -añadió apretando los dientes.Había tantas cosas que deseaba preguntarle sobre to dos esos meses quehabía pasado sin ella. Y el hecho de que no quisiera ser sincera sobre lo que habíasentido y le impidiese leer la carta lo enfurecía.-Tenemos que rellenar unos papeles para formalizar los trámites de la boda-continuó de todos modos-. Luego tengo que hacer un par de llamadas.-¿Todavía estás seguro de que quieres... casarte con migo? -le preguntó antesde que fuera a realizar esas lla madas.-Por supuesto -Santino le devolvió la carta-. Quédatela. Como tú misma hasdicho, con el paso del tiempo no tiene importancia.Poppy se encerró en su suite y rompió a llorar sobre la cama. ¿Qué habíapasado?, ¿a qué se debía la tensión re pentina que los ahogaba? Aunque, en el fondo,sabía que se había equivocado. Por más vergüenza que le diera, de bería haberledejado que leyese la carta.CAPITULO 10Al día siguiente, a las cinco de la tarde y tras un día increíblemente ocupado,Poppy admiraba la magia de los muelles y el agua bajo el balcón de un hotelveneciano.Un grupo de hombres y mujeres con máscaras y disfra ces medievales estabaembarcando en una lancha frente al palazzo. En el muelle, tres niños vestidos depayasos grita ban admirados por el despliegue de fuegos artificiales que iluminabanel cielo sobre los tejados. El carnaval de Vene cia: ruidoso, colorido, lleno de vida,emoción y misterio.-¿Te alegras de estar aquí con nosotros? -le preguntó la madre de Santino,Dulcetta Caramanico, una mujer de unos sesenta años con gran vitalidad y simpatía.-Ha sido un día maravilloso -reconoció Poppy-. No puedo darte las gracias losuficiente por la bienvenida tan fantástica que nos has dado.Poppy no había esperado conocer a solas a su suegra, pero un negocio urgentehabía obligado a Santino a tomar un vuelo posterior. Tras recibirla en el aeropuertojunto al padrastro de Santino, Arminio, le habían dado una vuelta en su lanchamotora por la ciudad. Luego la habían lle vado a su hotel, uno de los muchos de lacadena hotelera internacional que dirigían, famosa por su majestuosidad y elexquisito trato a los clientes.Nada más verlas, Dulcetta y Arminio habían tratado a Poppy y Florenza como siya fueran integrantes queridos de la familia. Por la mañana las habían llevado apresen ciar la inauguración oficial del carnaval y por la tarde, Dulcetta habíaacompañado a Poppy a un salón de novias con una variedad de vestidos de ensueño.-El placer es mío, Poppy. Tú me has devuelto a mi hijo y ahora estásconsiguiendo que vuelva a sonreír -contestó Dulcetta emocionada-. Cuando Santinome vi sitó el año pasado, no me dijo nada, pero noté que se sen tía muy desgraciado.Puede que haya heredado la planta y la inteligencia para los negocios de su padre,pero en el fondo es un hombre mucho más sensible. Bueno, ¿te pon drás este vestidoesta tarde para darle una sorpresa a mi hijo?-Es precioso -susurró Poppy mientras acariciaba la seda de aquel diseño delsiglo dieciocho.Más tarde, a solas en su suite, dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillasmientras se relajaba en la ba ñera. A un par de días de su boda, debería sentirse lamu jer más feliz del mundo. Al fin y al cabo, estaba a punto de casarse con elhombre al que amaba... pero que no se habría casado con ella de no ser por elnacimiento de Flo renza. Santino adoraba a su hija y sería un padre estu pendo. Nodebía ser egoísta y pensar tanto en sí misma.Lo que más le pesaba era no haberse atrevido a ense ñarle sus sentimientosleyendo juntos la carta. Él le había confesado lo atraído que se sentía por ella, larabia que le había dado pensar que Craig Belston podía haberles ro bado laoportunidad de ser felices... ¿Y qué había hecho ella? Dejar que Santino siguieracreyendo que la tarjeta de San Valentín había sido una broma.Mientras Poppy se mortificaba con sus pecados de omisión, Santino, queacababa de instalarse en la suite de al lado, estaba repasando los suyos. Necesitabaolvidarse de esa idea estúpida de que se merecía una mujer cuyo mundo girase entorno a él, como si fuera el sol. Poppy no estaba enamorada de él, pero eso nosignificaba que no pudiera llegar a estarlo. Tenía que olvidarse de su ego y reconocerque Poppy había hecho lo razonable al impe dirle leer la carta, no fuera a perjudicarla relación que compartían en esos momentos.No le fue fácil colocarse el maravilloso tocado sobre aquel cabello de rizos tanrebeldes. Dulcetta y Arminio la habían invitado a cenar con ellos y la doncella estabaa punto de subir para cuidar de Florenza. Poppy se puso un antifaz reluciente sobrelos ojos y se miró al espejo. El vestido esmeralda realzaba sus curvas de tal modoque se sonrojó. Aunque, por otra parte, tenía la sensación de que no debíaavergonzarse de nada, pues así vestida no la ha bría reconocido ni su propia madre,pensó dolida tras ha ber decidido que no informaría a su familia del matrimo niohasta después de haberse celebrado la boda. Con tan poco margen de antelación,sabía que sus padres no ha brían podido reservar billete para asistir a aquel día tanespecial. Pero, en el fondo, también le había dado miedo que se mostraranindiferentes.Nada más oír que llamaban a la puerta, corrió a abrir para evitar queinsistieran y Florenza se despertase.Al encontrarse frente a Santino, cuya llegada no espe raba hasta medianoche,retrocedió un paso. Este mur muró algo seductor e incomprensible en italiano altiempo que esbozaba una sonrisa arrebatadora. Se le paró el corazón, sintió unrevoloteo de mariposas en el estó mago, pero mantuvo la cabeza alta, convencida deque no la reconocería con el antifaz.-Poppy... -dijo Santino sin dudar un instante.-¡Creía que no sabrías que era yo! -protestó decepcio nada.-Te reconocería en cualquier parte del mundo, de no che y con cualquierdisfraz -aseguró él al tiempo que ce rraba la puerta.-Llegas a tiempo para cenar con tu madre y tu padras tro -comentó entoncesPoppy mientras se quitaba el anti faz.-No, los he llamado desde el aeropuerto para presen tarles disculpas ennombre de los dos -dijo Santino mi rándola de pronto con expresión seria-.Necesitamos es tar solos para hablar.Poppy se puso tensa. Era como si le hubieran apretado el botón del pánico. Derepente, le dio miedo que quisiera cancelar la boda.-Santino...-No, déjame a mí primero -se adelantó él-. No he sido franco contigo. Nisiquiera he sido justo...-Me estás robando las palabras de la boca -Poppy fue por su bolso, sacó lacarta y se la entregó desesperada-. No pensé la impresión que te llevarías cuando tepedí que no la leyeras, pero es tu carta...-Olvídate de la carta, no importa -contestó Santino-. Lo que importa es que tediga lo que siento... aunque no creo que te sorprenda saber que estoy enamorado deti.Estaba sacando la carta del sobre cuando frenó en seco, levantó la cabezahacia Santino y lo miró con incre dulidad. ¿Había oído bien? No era posible. Dehecho, te nía que estar soñando.-Al principio no sabía por qué bajaba todos los días al departamento demarketing -continuó Santino-. No en tendía por qué se me alegraba el día cuando teveía, por qué me gustabas, por qué empezaba a parecerme que el resto de mujeresno estaban a tu altura... En tu primer día, cuando te pillaste el dedo y te acompañé alhospital, po días habérselo contado a los compañeros, pero fuiste dis creta. Y luegome enfadé cuando el jefe de marketing se excedió por esa estúpida taza de café.Cuando saliste so llozando de la fiesta, me entraron ganas de arrancarle la cabeza aBelston por reírse de ti. Quería protegerte... Y al quedamos a solas en el despacho,no pude resistir la ten tación...-Tenía la sensación de que me había tirado encima de ti -dijo Poppy contimidez.-¿Quién te besó?, ¿quién tomó la iniciativa?Sólo entonces advirtió Poppy que el primer paso lo había dado él.-Pero habías bebido...-Eso no era más que una excusa -gruñó Santino-. Sa bía perfectamente lo queestaba haciendo, pero al día si guiente me sentí culpable por haberte seducido...-Yo me escapé porque pensaba que había sido culpa mía.-Y me puse hecho una furia. Fui a buscarte a tu estu dio esa misma tarde...-¡Dios!, ¡nos cruzamos en el camino!-Entonces tuve que llamar a media Australia hasta lo calizar a tu cuñada,Karrie, y averiguar dónde estabas. ¿No te comentó que había llamado?-Sí... -Poppy palideció-. Pero creía que era porque te preocupaba que estuvieraembarazada. Entonces todavía pensaba... que estabas prometido a Jenna. Santino...lee la carta o empezaré a chillar hasta volverme loca.Pero Santino tenía otros planes. Hacía día y medio que no la tocaba, de modoque la pegó a su potente y muscu loso torso y le dio un beso apasionado y eterno quela convenció de que la amaba.-Antes o después, encontraré la fórmula mágica para que tú también mequieras -dijo Santino-. Cuando desa pareciste de Londres, comprendí lo mucho quete quería. No me había dado cuenta hasta ese día.-Yo siempre supe lo que sentía por ti -Poppy le devol vió la carta.Empezó a leerla a regañadientes, pero al cabo de un par de líneas su rostropasó del asombro a la felicidad. De pronto, no pudo despegarse hasta terminar todaslas ho jas.-Es... es una carta de amor -elijo maravillado Santino.-Cuando me enteré de que estaba embarazada, sentí que no podía seguirdejándote creer que la tarjeta de San Valentín había sido una broma.-Debería despellejarte viva por haberme mentido, amore -dijo Santino,mirándola con adoración.Acto seguido sacó del bolsillo un precioso anillo de zafiros que la dejó sinrespiración. Después miró a Flo renza y sonrió al verla dormida con su caritaangelical.El día de la boda amaneció despejado.

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